A ti, bético de Gol Norte

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Aficionados del Betis animan, desde Gol Norte, en una imagen de archivo.
Aficionados del Betis animan, desde Gol Norte, en una imagen de archivo.

La noche del 7 de noviembre de 1984 llovió a cántaros en la ciudad de Sevilla. Era una noche fría y la copiosa lluvia terminó de quitar las ganas a los pocos aficionados que aún sentían que su lugar estaba en la grada. La eliminatoria copera de segunda ronda no ayudaba, el rival —un Recreativo de Huelva sin mucho fuste— tampoco lo hacía en exceso, y sobre todo, la hora y el agua desaconsejaban echarse a la calle. Los cronistas de la época escribieron que la entrada fue “ínfima” y que “el campo se fue poniendo impracticable a medida que avanzaba el encuentro”. Sin embargo, ahí estaba él. Impertérrito con su bufanda y su paraguas, pertrechado tras la valla verde con la que se fundía cada 15 días y con la oreja sumergida en un viejo transistor a pilas. El agua le calaba los pies y le impregnaba hasta los huesos. El mítico periodista Manuel Fernández de Córdoba —quien llegaría a ser director de ABC de Sevilla— escribió para él un artículo emocionante aquella noche. Lo tituló A ti, bético de Gol Sur, por ser el único de los aficionados que se negó a trasladarse a la zona privilegiada del estadio cuando la megafonía ofreció esa opción a los escasos héroes presentes en las gradas.

Héroe del Gol Sur lo llamó Fernández de Córdoba y no andaba muy desencaminado. Pese a la tromba de agua, “preferiste quedarte en tu Gol Sur, porque quizás desde allí se siente el Betis de muy distinta manera”. Cuando muchos años más tarde, mis labores como periodista me llevaron a toparme con esta página de Deportes del diario ABC de Sevilla del 8 de noviembre de 1984, pude dar rienda suelta a mi lagrimal al comprobar que aquel héroe sencillito, muy de andar por casa pero único en su especie, no era otro que mi padre. La emoción que experimenté me conectó con la que debió sentir aquel cronista cuando mi señor padre le regaló el tema para su columna. Y es que —los que tenemos la suerte de ser articulistas lo sabemos— hay momentos maravillosos en los que las personas nos brindan historias para que podamos convertirlas en palabras.

Sin pretender alcanzar la belleza de aquella preciosa media página que Fernández de Córdoba le regaló a mi padre —o mi padre a él—, puedo decir que hace apenas unos días sentí algo parecido en el mismo lugar. Eran las seis y media de la tarde en la ciudad de Sevilla y hacía un calor de justicia inusual para una recién estrenada segunda quincena de mayo. Al pasar con mi coche junto a la cara norte del estadio Benito Villamarín descubrí a un chico que no debía de tener ni la mayoría de edad. Llevaba una camiseta del Betis, una mascarilla —como mandan las circunstancias— también verde y su oreja se incrustaba en un móvil con el que escuchaba en la radio el partido que su equipo estaba jugando contra el Huesca a escasos metros de él.

Debido a las restricciones sanitarias, no puede haber público en los estadios, por lo que él había trasladado su particular grada a los escalones del acceso que le encantaría traspasar. Bajo un sol de justicia y sin poder ver a sus ídolos, le bastaba con estar cerca de ellos, ofrecerles su grito desaforado si marcaban un gol, vaciarse del todo cantando el himno contra un muro. El muro que lo separaba de su asiento en el Gol Norte. Y entonces fue cuando me sentí Fernández de Córdoba, cuando aquel chico me regaló esta historia. Cuando me emocioné al comprobar que las pandemias mundiales, como las lluvias torrenciales de noviembre, no pueden aplacar la fuerza de un sentimiento. Allá por el Gol Norte incluso ahora había un bético. Nada menos que todo un bético. Eras tú.

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