La terquedad de la pompa

La paradoja de la sociedad española de la transición era que algunos aristócratas y gente bien trataban de aparentar menos alcurnia que el pueblo llano

José Bejarano

Periodistas Solidarios

Líderes de la Transición en 1977.
Líderes de la Transición en 1977.

Leo en la novela Un caballero en Moscú (Amor Towles, ed. Salamandra, 2018) que los revolucionarios soviéticos erradicaron de un plumazo la pompa de la corte zarista, pero al poco habían adoptado nuevas formas de ostentación. Boato revolucionario, pero boato al cabo. Dice Towles que la pompa es una fuerza tenaz y taimada. "Con qué humildad agacha la cabeza (la pompa) cuando arrastran al emperador por los escalones y lo echan a la calle. Pero luego, después de tomarse un tiempo, mientras ayuda al líder recién nombrado a ponerse la chaqueta, elogia su apariencia y le sugiere que se ponga un par de medallas". Tal vez la sencillez esté reñida con toda forma de poder.

Al margen de los comportamientos del poder, la tontería humana tiene tal capacidad de regeneración que es capaz de sobrevivir al propio ser que la alberga. Cuando el hombre haya desaparecido del planeta, muchas de las tonterías que engendró pervivirán durante millones de años. Entre ellas, la pasión humana por la pompa. Después de unos años en los que parecía imponerse la sencillez, la llaneza, la naturalidad, de nuevo vuelven a imperar el engreimiento, la hinchazón, la ínfula. No hay más que asomarse al mundo con los ojos abiertos para ver los aires que se da hasta el más zafio de los personajillos que pueblan las calles, las ferias, las comuniones, las bodas...

La desmedida exaltación de la propia imagen, la forma más visible del ego, es un producto que se vende al por mayor y se acarrea por toneladas en estos tiempos. Acaba de terminar una feria de abril de Sevilla que pasará a la historia como la de más corbatas, trajes y gomina que se ha visto en los últimos cien años. No se han concentrado en ninguna parte del orbe más jóvenes disfrazados de viejos ni más niños disfrazados de hombres. De las mujeres y niñas no cabe decir nada porque han lucido los mismos vestidos de volantes de todos los años. Fieles a sí mismas. 

Aparte de la feria, sale uno a la calle y tropieza aquí con un albañil que parece un marqués porque va camino de una comunión, allá con una camarera que parece una duquesa porque tiene una boda y, en la calle siguiente, con un estudiante hecho un dandi porque acude a la despedida de soltero de un amigo. No se ha visto más lustre impostado en la historia del pueblo. Tanta impostura que con frecuencia se olvida el objeto de la ceremonia, sea ésta una boda, un bautizo o una comunión. El castillo inflable de la fiesta atrae más que el comulgante o el globo aerostático acaba teniendo más protagonismo que los contrayentes. 

La paradoja de la sociedad española de la transición era que algunos aristócratas y gente bien trataban de aparentar menos alcurnia que el pueblo llano. Plebeyos queriendo exhibir clase e hijos de algo aparentando sencillez. Ahora unos y otros coinciden en el ideal del lujo. Los sueños se han unificado en estos tiempos de confusión y teatro. La vida es sueño, que sentenció Calderón. Pijos ricos, pijos pobres. Los primeros en un quiero y puedo. Los segundos en un quiero y como no puedo, pido un crédito. 

Por eso a nadie le sorprende que haya quien se entrampe para celebrar un bautizo, una boda o una comunión. Para sufragar una operación que le devuelva a los labios su anterior tersura o para echar en el olvido las feas arrugas de los ojos, esos caprichos superfluos antes reservados a los bolsillos pudientes. El afán por parecer en esta hoguera de vanidades de pacotilla. Ni la arruga ni la naturalidad están de moda. Esta explosión de culto a la propia imagen se traduce en una desmedida proliferación de clínicas de estética y de gimnasios, cremas y afiches, poses y selfies sin ton ni son. Impera el culto al cuerpo como contenedor de la nada más absoluta. Vacuidad, apariencia, representación. 

Dime de lo que presumes y te diré de los que careces, un refrán que adquiere una dimensión superlativa en el mundo de la política en días de campaña electoral. Las elecciones del 28 de mayo hacen que entremos en un raro paréntesis de la fiebre por la pompa. Veremos a candidatos de izquierda, de centro, de derecha y de extrema derecha escondiendo chaquetas y corbatas para mostrar cercanía con el pueblo llano. Dice el manual de campaña que es necesario aparentar sencillez y proximidad. Al menos hasta el 28 de mayo. Aunque en realidad, el pueblo llano admira la pompa tanto o más que sus propios protagonistas. Después, como dice Amor Towles "al cabo de poco tiempo sonarán las trompetas y la pompa volverá a ocupar su lugar junto al trono, tras haber afianzado una vez más su dominio sobre la historia y los reyes".

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