Trump ha sabido llegar a sus compatriotas, precisamente, a través de su, digamos, sinceridad aplastante.

Hoy, en España, nos hemos despertado con una noticia un tanto inesperada: Donald Trump, con demasiados pronósticos en contra, se ha alzado con la presidencia de los Estados Unidos de América.

Trump, un excéntrico multimillonario de modos un tanto bruscos, ha llamado la atención por hablar sin pelos en la lengua durante su controvertida campaña, no teniendo remilgos a la hora de descalificar e insultar a su rival o a la de exponer su punto de vista y sus potenciales políticas sobre temas tan sensibles como el de la inmigración ilegal, habiendo declarado, sin eufemismo alguno, que Mexico lleva drogas, crimen y violadores a su país, queriendo construir por ello un muro de 3.000 kilómetros en la frontera. Una versión actual y a la americana de la Gran Muralla China, podría decirse.

Desde fuera de los Estados Unidos, la repulsa a Trump y a su verborrea desatada y soez, es evidente, habiendo sido Hillary Clinton vista como la candidata buena, o más correctamente dicho, la menos mala.

Aunque en el país de ambos, la batalla electoral ha sido tan igualada como encarnizada. ¿Cómo alguien como Donald Trump ha podido no solo aspirar a la presidencia, sino ganar las elecciones? Eso se preguntarán algunos sin dar crédito a ello. Aparte de que ha podido financiarse su campaña —el dinero no le supone el menor de los problemas— Trump ha sabido llegar a sus compatriotas, precisamente, a través de su, digamos, sinceridad aplastante. Sí, un hombre deslenguado, tildado de machista y racista ostentará la presidencia de su país, la primera potencia mundial.

El punto de vista que tenemos de los estadounidenses en el resto del mundo está muy desvirtuado por el cine y las series que hemos ido viendo a lo largo de nuestra vida.

En las producciones más comerciales y para todos los públicos, siempre solemos ver a familias protagonistas felices y bien avenidas, que viven en caserones de tres plantas, tienen buenos coches y no les falta un perejil. Además de su buen nivel de vida, los protagonistas de películas o seriales tienen trabajos excelentes, bien remunerados y cuentan con un alto nivel cultural y, además, son bellísimas personas cargadas de buenos valores. ¿Quién puede pensar que gente así, tan extraordinaria, ha podido tener la intención de votar a alguien como Trump?

Lo cierto es que esta visión tan fantástica que tenemos del americano medio, en una parte importante, gracias a sus producciones audiovisuales, las más distribuidas a través del mundo, está un tanto alejada de la realidad.

Ocupando el puesto número cuarenta y cinco mundial en tasa de alfabetización (según datos del World Factbook de la CIA) y con una tasa de pobreza de entre un 14 o 15% (según AlterNet) no estamos ante un país tan magnífico como nos quieren mostrar. Su tasa de pobreza puede parecer baja, pero hablamos de cuarenta y cinco millones de personas, ahí es nada. Y digamos que políticos como Trump, tan estrambóticos, pasionales y directos en su discurso, saben seducir como nadie a las clases populares y a las de bajo nivel cultural (no estando esto asociado precisamente con el nivel económico en un país como los Estados Unidos), pese a sus salidas del tiesto. Trump sabe hacerse entender, con sus marrulleras maneras, a cualquiera al margen de su nivel de conocimientos sobre política o su nivel intelectual. Sabe convencer a algunos y repugnar a otros, es amado u odiado, es controvertido.

¿Conseguirá Trump hacer a América grande otra vez, como reza el lema de su campaña? Pronto lo sabremos. Lo que está claro es que el resultado de estas elecciones no dejado indiferente a nadie.

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