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Una nueva narración de nosotros mismos.

Supongamos que Kant llevara razón.

Supongamos que eso que llamamos realidad está –en parte- construida por nosotros mismos. Que “la realidad”, lo objetivo, no sea algo que esté solo fuera, algo que sea independiente del sujeto.

Supongamos que yo construyo la realidad (y mi realidad) mediante el lenguaje: es decir, nombrando las cosas. Por ejemplo, cuando a ese oscuro sentimiento que me asalta de cuando en cuando, que me hace sentir mal físicamente y que se impone a mi voluntad… le llamo “miedo terrible”  estoy fabricando un objeto compuesto de una sensación y de un concepto.

Supongamos que esta construcción en parte sea personal y en parte social (como el mismo lenguaje).

Supongamos que estos objetos que he construido y estas “ideas” constituyan el entorno en el que ha tenido  significado mi vida.

Supongamos que junto a “miedo a tomar decisiones”, tenga “desgana absoluta”, “tristeza profunda”, “pena honda”, “ganas de llorar”, “abatimiento”, “dificultad”, “incapacidad”, “incompetencia”, “culpa”...etcétera. 

Supongamos que este entorno mío cotidiano esté continuamente inundado de estas “vivencias”. Y, supongamos, que todo ello me produce un sufrimiento y malestar profundo.

Supuesto todo lo anterior, ¿no parece razonable examinar cuidadosamente las situaciones (sensaciones, emociones, sentimientos, ideas, conductas) a los que hemos etiquetados como terribles, insoportables, negativos… y tratar de examinar si son exactamente como yo los percibo? ¿No sería útil narrar, describir  la realidad de otra manera mirándola con otros ojos? ¿No es posible que esto nos sea útil para ir poniendo las cosas en su sitio? ¿Y no es esperable que si redefinimos las cosas y las comenzamos a entender desde su origen  y en su contexto desaparezca una parte del sufrimiento que nos causan?

El primer ejercicio en el diálogo terapéutico es entrenar el “supongamos”.

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