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Hay, al menos, tres grandes soledades.

La primera es impuesta, sobrevenida a mi voluntad. Y está ligada al sentimiento de pérdida. Alguien se siente solo o abandonado del mundo cuando sus antiguas presencias se convierten en ausencias. Puede tratarse de personas queridas, de circunstancias materiales o de empleo, de rechazo social, de padecimientos físicos o morales que ocasionan aislamiento. En general, esta situación es paralizante y se vive de forma amenazadora. El mundo se vuelve hosco. Nadie me valora, nadie me necesita, nadie me quiere. Me falta el mundo y me sobro yo. Mi compañía suelen ser el  padecimiento y la oscuridad.

En el segundo modo de sentirse solo no ha existido una pérdida concreta. Más bien lo contrario. La persona expresa que la vida le ha otorgado –en apariencia- todo lo que quería (fundar una familia, tener una casa, etcétera) y, sin embargo, le asalta a menudo un sentimiento profundo de soledad, de hastío. Es posible que, en este caso, más que haber perdido algo, la persona se esté perdiendo a sí misma y ahora se encuentre como sin propósitos, sin objetivos, sin metas. Viviendo una vida para la que no encuentra sentido, como a rastras, como un autómata vacío por dentro que viviera una farsa. Sin decidirse a vivirla de otra manera, más que en su imaginación.

Hay una tercera soledad que es elegida. Yo escojo voluntariamente separarme, aislarme. Me sobra todo, me falto yo. Y voy al encuentro de mis ideas, de mis sentimientos y del mundo, vivido como un lugar en el que las cosas me hablan y me ofrecen su secreto. Y cuanto más me entrego a las cosas, más las cosas me devuelven una cierta alegría, o al menos, una tranquilidad y sosiego en los que se revela un yo mío que desconocía, más verdadero, más auténtico. En realidad, me siento acompañado aunque aparentemente esté solo.

Es verdad que ninguna de estas soledades son absolutas. Pero nada en el ser humano es absoluto. Hablamos de sentimientos y, por tanto, de estados afectivos relativos. Aunque, en verdad, elegir, elegir, lo que se entiende por elegir, solo podemos elegir la tercera soledad: apartarnos un poco del ruido, de la algarabía, de la impostura, del oropel, de la palabrería. Y también es verdad que únicamente tomando uno la propia vida en sus manos hay posibilidad de superar la soledad y emprender una vida más gratificante. Una vida en la que encuentro “sentido”. No es fácil pero es posible.

Y dejemos por una vez a un lado el asunto de la felicidad; palabra ésta tan manoseada, tan huera y usada de forma tan pueril, que ya dudamos que tenga un significado unívoco y determinado; más aún, que tenga algún significado.

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