Cuando llegas a casa destrozado después de un largo día y por fin te quitas los zapatos, abres una cerveza y pones los pies sobre la mesa? Eso es la Literatura para mí.
¿Sabes cuando llegas a casa destrozado después de un largo día y por fin te quitas los zapatos, abres una cerveza y pones los pies sobre la mesa? Eso es la Literatura para mí, esa es la sensación que me produce abrir un libro que estoy deseando leer, o un clásico que he encontrado por tres euros en una librería de segunda mano; como si ya estuviera en casa, como si pudiera ser yo misma entre sus páginas.
Mi amor por los libros empieza desde muy pequeña. Aprendí sola a leer y mis padres y demás familiares siempre me recuerdan con un libro entre las manos. A los doce o trece años ya leía libros “de adultos” (pero, ¿cuáles son esos?); recuerdo perfectamente leer a esa edad Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt, un libro que me prestó mi madre y me marcó mucho, y que aún hoy recuerdo como uno de mis favoritos.
Era, por supuesto, una incondicional de las sagas de Harry Potter, El pequeño vampiro y Manolito Gafotas, y (otra vez gracias a mi madre) sobre los diez años, creo recordar, hice uno de mis grandes descubrimientos: Enyd Blyton. Sí, no era de mi generación, pero Los Siete Secretos y muy especialmente los Cinco se convirtieron en fieles compañeros de mis sueños y mis desvelos. Yo quería ser como Jorge, no ir al colegio, vivir en una isla y tener un perro tan fiel como Tim (mi Reina era bastante independiente).
Poco a poco fui descubriendo las maravillas de la Literatura, y no fue gracias al colegio. Al principio, leí sobre todo literatura latinoamericana; mi madre me descubrió a su autora favorita, Isabel Allende, y su mundo mágico y matriarcal me envolvió, y hasta ahora. Entonces quería contar cuentos tan bien como Eva Luna y vivir en una casa de los espíritus. De ahí, inevitablemente, pasé a García Márquez y bastante después (hace sólo unos años) al que sería uno de mis favoritos: Cortázar.
Pero a la vez también descubrí la literatura norteamericana, la generacion beat, a Fitzgerald y a Hemingway, a la maestra del relato, la canadiense Alice Munro, y al extraño Paul Auster. Durante los años de la carrera leí más literatura española, sobre todo a Larra, a Rosa Montero, Maruja Torres y a Pérez-Reverte (periodistas todos). No obstante, reconozco que es mi gran asignatura pendiente.
Gran parte de la culpa de mi obsesión literaria, todo hay que reconocerlo, la tiene Madrid, con sus librerías de viejo y sus café librerías. Qué hubiera sido de mí sin la literatura, es algo que nunca he sabido. Probablemente no sería la misma persona. Los libros educan en emociones, hacen que uno se conozca mejor a sí mismo, que abra más los ojos ante el mundo que le rodea, y me atrevería a decir que incluso hacen que identifiquemos mejor nuestros sentimientos y pensamientos.
Una de mis mejores amigas, periodista también, llama a los libros “salvavidas de papel”. Yo no los hubiera definido mejor.


