Sobre héroes y parques temáticos

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Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

'Los jardines colgantes de Babilonia', de Ferdinand Knab (1886).
'Los jardines colgantes de Babilonia', de Ferdinand Knab (1886).

Leo, a recomendación del autor de Habitantes del Estante, el volumen dedicado al cercano Oriente de la Historia Universal de Isaac Asimov. Impresiona la visión de esos hormigueros humanos mesopotámicos, cada uno con su dios protector enfrentado al detestado dios de sus enemigos. A mí me huele que las hormigas tienen los ojos más abiertos que los hombres, porque cuando atacan sólo saben “furia”, “furia”, y eso, en efecto, es lo único que hay, no dioses belicosos, patrias exigentes, naciones deshonradas y otras fantasías más o menos afortunadas de los hombres. Las hormigas o termitas pueden ser animales agresivos, pero tienen el privilegio, envidiable para nosotros, de ser animales agresivos no delirantes.

Aunque hoy son menos los que se creen con el derecho a expandir su particular fantasía por la fuerza de las armas, miles de millones siguen soñando que otros lo harán en su lugar. Aguardan la llegada de Reinos Mesiánicos que literalmente conquistarán la tierra entera para sus dioses, ya sean éstos Jesucristo, Alá, Yahvé, Krishna o los de la Civilización. Si el representante histórico de esos dioses cometió el perdonable error de morirse, resucitará, se reencarnará. Si era humano, puede que aún viva oculto. Los practicantes del chiísmo duodecimano creen que el imán Muhammad ibn al-Hasan sobrevive en algún lugar desconocido desde el año 872. En el Sacro Imperio Romano Germánico se pensaba que, tras su muerte aparente en el siglo XIII, Federico II esperaba el momento de recuperar su reino en los cráteres del Etna. No es imposible que todavía exista algún portugués que crea que el rey Sebastián I, muerto en el XVI, regresará una mañana de niebla. En la secta sij Namdhari se cree aún que su fundador, Ram Singh, sobrevivió a su exilio en una isla del mar de Andamán, en la que oficialmente falleció en 1885 (como Huỳnh Phú Sổ, el fundador de la religión nacionalista vietnamita Hòa Hảo, supuestamente ejecutado en 1947).  Algunos grupúsculos católicos franceses sostienen que el pontífice Pablo VI vive oculto, tiene 120 años de edad y regresará de un momento a otro para encarrilar a la desorientada Iglesia en dirección al Reino de Dios...

A diferencia de cualquier otro reino conocido, ese Reino llegará más tarde o más temprano, inexorablemente, pues es necesario. Y, a diferencia de nuevo de cualquier reino conocido, no será sustituido por otro semejante: durará por los siglos de los siglos de los siglos... No puedo evitar acordarme de la ciudad de Babilonia, la primera en Occidente que pudo haber superado el millón de habitantes. La primera, quizá, que parecía que duraría eternamente.

En su día de esplendor, bajo la vigilancia celestial del dios Marduk y la terrenal del rey Nabucodonosor (siglo VI a. C.), esta capital de diez dinastías, que mil años antes nos había legado uno de los primeros códigos de leyes conocidos (el de Hammurabi), ocupaba una superficie cuadrada de 22 kilómetros por lado y contenía 1100 templos, si hemos de creer a autores como Heródoto. Sus legendarios jardines colgantes, construidos sobre colinas artificiales, eran una de las siete maravillas el mundo antiguo. En sus calles y mercados se mezclaban caldeos, griegos, judíos, fenicios, medos, escitas, egipcios, persas y otros pueblos de los que hoy sabemos mucho o poco.

"La mala fama de Babilonia se debe a las escrituras judías, donde es retratada como la cuna del vicio y la perversión"

La mala fama de Babilonia se debe a las escrituras judías, donde es retratada como la cuna del vicio y la perversión. Sin duda, debía de parecérselo a quienes visitaban la mayor megalópolis de su tiempo, pues tal es la consecuencia inevitable del hacinamiento humano. Hoy, el mexicano que se muda al Distrito Federal, el indio que emigra a Bombay o el norteamericano que termina en los arrabales de Nueva York habrían legado una impresión semejante si les diera por fundar una religión. Uno de los pilares del antiamericanismo contemporáneo, a nivel global, son los escritos del islamista egipcio Sayyid Qutb, que visitó los Estados Unidos de los años cuarenta y no se privó de describir en detalle los vicios de esa “Babilonia” global.

Igualmente, la Torre de Babel de la Biblia, símbolo de la soberbia humana, pudo haber sido un descomunal zigurat pagano de Babilonia.

El año 312 a. C., el emperador Seleuco construyó una nueva ciudad a 55 kilómetros al norte de Babilonia, y la milenaria capital del saber mesopotámico, ya en decadencia frente a la importada cultura griega, se consumió con una rapidez estremecedora. “A medida que Seleucia crecía”, escribe Asimov, “Babilonia declinaba. Los mismos edificios de la vieja ciudad fueron desmantelados para contribuir a la construcción de los nuevos. La entrada de Seleuco en Babilonia, pues, fue el último suceso notable de esta ciudad, la última huella que dejó en los libros de historia. Después, no fue más que una ciudad en lenta decadencia, luego una aldea en lenta decadencia y más tarde... nada”.

Y durante siglos fue nada, puro campo inhóspito, hasta que llegó un moderno Ozymandias llamado Saddam Hussein. Hoy Babilonia son las ruinas de un parque temático del husseinismo, a 110 kilómetros de Bagdad, con reconstrucciones altamente arbitrarias de los antiguos edificios en los que aún se puede leer la inscripción: “Esto fue construido por Saddam Hussein, hijo de Nabucodonosor, para glorificar Irak”. Por unos módicos 175 dólares, los iraquíes en luna de miel pueden pasar la noche en lo que es publicitado como la habitación del ajusticiado dictador, en realidad un cuarto de huéspedes.

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