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Raúl Ruiz-Berdejo, secretario local del PCE

"No creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante." Comienzo, en esta ocasión, mi reflexión semanal con unas palabras del Che Guevara que podrían ilustrar buena parte de las emociones vividas el pasado sábado, 22 de marzo, cuando un buen número de españoles, más de los que haya podido ver juntos jamás, tomamos las calles de Madrid en defensa de la dignidad de nuestro pueblo. Y lo hago porque, más allá de la euforia que pueda generar una respuesta tan contundente como la escenificada ese 22-M, considero que, efectivamente, la primera y más importante conclusión a extraer de esa masiva y pacífica protesta (ni me voy a molestar en desmentir la imagen distorsionada que han ofrecido los medios del régimen) es la capacidad que ha tenido de unir, desde la diversidad, creando lazos de compañerismo que fueron más allá de los colores y los símbolos de las banderas que cada uno pudiera portar.

Ese 22-M estuvimos juntos, unidos por una causa que lo engloba todo: La dignidad. Y por ella caminamos, unos más que otros, cada uno en función de sus posibilidades pero aportando su correspondiente dosis de energía. Y supimos, sin que fuera necesario que nadie lo dijera, que los que caminaban a nuestro lado perseguían el mismo anhelo que nosotros. Y nos sentimos orgullosos los unos de los otros. Ignorando cuánta gente podía haberse dado cita en tan multitudinario encuentro, sabíamos, porque se respiraba en el ambiente, que estábamos empezando a escribir una historia, que se estaba fraguando algo grande, muy grande. Y que lo estábamos haciendo juntos.

Pero, más allá de lo sentimental y dejando a un lado la euforia generada tras participar en tan colosal protesta, hay aspectos de la misma que no deberían pasarse por alto. Por un lado, la presencia de innumerables fuerzas políticas, sociales y sindicales, de la izquierda (cuando digo izquierda no me refiero al PSOE, a quien no se le vio el pelo, ni falta que hacía) unidas en torno a un mensaje a todas luces rupturista. Y por el otro, la ausencia de los dos sindicatos de clase mayoritarios, CCOO y UGT, a quien considero que el 22-M ha cogido con el paso cambiado y una estrategia que les aleja de sus bases, que sí apoyaron las marchas y echaron en falta una mayor implicación de su sindicato. Es cierto que la Cumbre Social, en la que participan CCOO y UGT, mostró su apoyo a la protesta pero su declaración sobre la bocina difícilmente puede tapar el error estratégico de los dos mayores sindicatos del país, máxime cuando días antes publicaron un comunicado conjunto con el mismo Gobierno contra quien iba dirigida la convocatoria.

El mensaje netamente rupturista, alejado del tradicional reformismo usado durante los últimos años por buena parte de las organizaciones de izquierdas, y la clara apuesta por la unidad de las luchas son dos de los elementos que han logrado hacer del 22-M una protesta colosal y un serio toque de atención al régimen y sus políticas. Y si, a mi juicio, los sindicatos mayoritarios han errado en la estrategia, lo contrario debo decir de IU. La coalición de izquierdas no sólo ha participado activamente en la organización de las marchas sino que, además, ha sabido situarse en el lugar que por coherencia le correspondía, junto a la clase trabajadora y frente al régimen que la esclaviza. Su presencia debiera servir a los dos grandes sindicatos del país para reflexionar y sacar conclusiones acerca de las posiciones ocupadas respecto a la protesta, realizando un profundo análisis que dadas las circunstancias actuales se antoja urgente e imprescindible.

Porque, aunque la prensa del régimen se afane por vendernos lo ocurrido durante esa primaveral jornada de lucha como una simple protesta más, el 22-M marca un antes y un después en la lucha de la clase trabajadora y, quizá también, puede haber empezado a trazar una línea entre el régimen, en su sentido más amplio, y la oposición al mismo. La multitudinaria respuesta obtenida nos ha dado la oportunidad de evaluar, de forma más o menos precisa, el alcance de nuestra fuerza, así como el grado de indignación y rabia de la clase trabajadora. Pero, además, nos ha permitido visibilizar hasta qué punto ha madurado la lucha de nuestro pueblo. Si tomamos como punto de partida el 15-M, una de las mayores muestras de descontento de la historia reciente de España, veremos cómo las consignas, más o menos superficiales, hasta cierto punto desclasadas y, en ocasiones, hasta apolíticas, que se gritaron durante aquella primavera de 2011 han madurado hasta convertirse en una protesta de clase en toda regla, que sabe identificar el problema y apuntar posibles soluciones.

Que nadie entienda que menosprecio con este análisis lo que significó para la sociedad española y la lucha de nuestra clase el movimiento 15-M. Más bien es al contrario. Considero que la frescura de los indignados y el esfuerzo invertido por el movimiento en la tarea de politizar a nuestro pueblo han hecho posible que personas que, hasta hace unos años, consideraban la política como algo ajeno o lejano se sientan hoy parte activa y protagonista. Pero, además, la labor didáctica de quienes mantuvieron encendida la llama más allá de la acampada ha logrado impregnar de conciencia de clase a muchos de los que, en un principio, protestaban por una indignación cuyo origen eran incapaces de diagnosticar. En el 22-M estaban el espíritu y los frutos recogidos por el 15-M. También los de muchas otras organizaciones políticas, sociales y sindicales. Pero, sobre todo, en la protesta del pasado sábado estaba palpitante el corazón de una clase trabajadora que ha dicho basta y se ha rebelado de forma definitiva, obviando aquello que pudiera dividirla, sin miedo a reconocer la diversidad que habita entre sus filas (prueba de ello eran las banderas que inundaban las calles de Madrid) y con la determinación que requiere una situación extrema como la actual.

Por eso, no tengo ninguna duda de que, en contra de lo que puedan pensar muchos, las marchas de la dignidad no terminaron el sábado 22 de marzo. Ese día sólo dimos el primer paso. Ahora, que tenemos la certeza de que pisamos tierra firme y somos conscientes de nuestras verdaderas posibilidades, daremos los siguientes. Y podéis tener por seguro que no vamos a quedarnos a mitad de camino. Hemos empezado a entender que, como reza un viejo proverbio chino, aunque caminando solos quizá vayamos más rápido, marchando acompañados llegaremos más lejos.

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