¿Pertenece usted al team verano o al team invierno?
Uno, que no sabe si será por causa de la edad, cada vez soporta menos las altas temperaturas.
A decir verdad, no logro encontrar ventaja a tanta ola de calor y a eso de sudar nada más salir de la ducha. Salvo, eso sí, por el disfrute que ofrece el litoral de playas y costas. Más allá de eso, el verano encorseta y limita mucho. Es la realidad.
Disfrutarlo implica una parte oscura: agotar muchas horas del reloj expuestos a las inclemencias climatológicas. Máxime, si usted es trabajador del campo o de si el desempeño de sus funciones concurre en plena vía pública.
Porque, por encima de las recomendaciones sanitarias, el esfuerzo físico y los grados centígrados, no son buenos aliados. Y en este sentido, cabe cuestionarse que algo debemos estar haciendo mal cuando una y otra vez, la actualidad se recrudece con un porcentaje significativo de personas que pierden la vida mientras trabajan en condiciones extremas.
Me importa un bledo si tras estos fatales desenlaces existen o no patologías de base que lo justifiquen. La realidad es que hay situaciones en las que el esfuerzo físico es incompatible con la salud, y sobre esto, poco más se puede añadir. Otra cuestión es la cínica condición que adquieren las administraciones, con su postura tibia y de perfil ante los casos; adoptando un estilo indirecto y moderado a fin de contentar al empresario y defender de refilón —eso sí— al trabajador. Algo así como ponerle una vela a Dios y otra al diablo. Aunque ya se sabe, quien pretende quedar bien con todos, termina fracasando.
Con toda las leyes, contraleyes, proyectos de ley y anteproyectos de ley que existen, y que en su amplia mayoría no valen para nada, echo en falta un marco legal valiente que maquille una realidad desgarradora.
Pensar en el Decreto ley 4/2023 de la protección al trabajador como la solución a todos los males es ser demasiado iluso. Urge una ordenanza clara, tajante y sin cortapisas. Un asidero al que agarrarse para no caer en el constante vacío que son los pastiches reglamentarios que acaban en nada.
Pensando en los más vulnerables, y teniendo en cuenta que las infraestructuras no son las más adecuadas, quizá la solución pase por aminorar el riesgo aplicando servicios mínimos.
Hablar de servicios mínimos implica asumir pérdidas, escenario harto improbable y que para nada se contempla en el decálogo capitalista. Por lo que, una vez más, se abre una brecha insalvable entre la ética y los números —que a la postre son los que mandan—.
Entienda, querido lector, que nosotros (los que ni pinchamos ni cortamos), solo podemos asumir responsabilidades sobre lo que podemos controlar, y que un poquito de todos, a la postre, es mucho.
Por eso, valore lo que tiene, sabiendo que hay muchísima gente que mordería por lo de usted. Sea amable con el trabajador en situaciones precarias y una última cosa… Si todavía no tiene claro si prefiere el verano o el invierno, recuerde: el calor pudre, el frío conserva.
Gracias por la lectura.



