Penitentes de Las Angustias, cruces al hombro, ante una pintada en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA.
Penitentes de Las Angustias, cruces al hombro, ante una pintada en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA.

Ahora que ha terminado la Semana Santa, y aunque sea en clave local, voy a escribir sobre ella, no con ánimo de crítica a una fiesta popular que me merece todos los respectos, sino para reflejar una parte de la realidad de la sociedad en la que vivo. Tomaré como ejemplo la de Sevilla, que es la que conozco, y me gusta.

Para ello primero exponer una serie de datos. No fue hasta 1987 cuando se autorizó de una manera formal la presencia de mujeres en las procesiones de Semana Santa. Antes podían ser miembros de las Hermandades y Cofradías, pero no salir de nazarenas. Algunas lo hacían con identidad masculina ocultándose bajo el antifaz. En 2011 aun quedaban Corporaciones que se resistían a admitirlas en sus cortejos. En este año el arzobispado de la ciudad dictó un Decreto, empujado por el tesón de muchas Hermanas, que posibilitó la remoción de todos los obstáculos que aún existían.

Hasta entonces el papel de la mujer en las Hermandades era muy marginal y estaba relegado a labores de las bolsas de caridad, camareras y vestidoras de la Virgen. Fuera, su rol se limitaba a los cuidados, preparar las túnicas, ayudar en el vestir, y acompañar al marido e hijo nazarenos.

Poco a poco la mujer ha ido incorporándose a la Semana Santa, pero su presencia sigue siendo muy testimonial, si la comparamos con la del hombre, que domina el mundo de las Hermandades y Cofradías. Solo una Hermana Mayor, este año ha sido el de la primera pregonera oficial, casi ninguna es miembro de Juntas de Gobierno, capataz, acólita, o pertiguera, muy pocas diputadas de tramo, no hay mujeres en la nómina del Consejo General, un número muy reducido en las bandas y agrupaciones musicales, e incluso los famosos Armaos de la Macarena, no cuentan con ellas en sus filas.

El cortejo de autoridades civiles, militares y religiosas de la ciudad que acompaña la procesión del Santo Entierro, es un fiel ejemplo del poder de lo masculino en la Semana Santa, un noventa y nueve por ciento, hombres desfilando con atuendos, andares y formas de hombres. La mujer relegada al luto de la matilla y la visita a los Sagrarios.

La Semana Santa de Sevilla, como fiel reflejo de la sociedad de la que fluye es patriarcal y machista. Una niña, una mujer tienen difícil el acceso a los ámbitos de gobierno de las Hermandades.

Todo ello se une, en una ciudad cerrada y provinciana, donde la Semana Santa marca en demasía el ritmo, con la pervivencia de un sector de la población, rancio, clasista, y muy patriarcal, que sigue considerando que el rol de la mujer no es el de la igualdad con el hombre, sino el que tradicionalmente ha desempeñado de esposa y madre, esta vez también de nazarenos.

A pesar de todo, la Semana Santa de Sevilla en su faceta popular, que es la que la distingue y singulariza de la de otras ciudades, es una fiesta democrática, participativa e igualitaria, donde los requisitos para poder disfrutarla, nada tienen que ver con la ortodoxia, el género, o la clase social, y si con la cultura, la religiosidad popular, y la voluntad de echarse a la calle a sentir y gozar.

El avance y la incorporación de la mujer en la Semana Santa de Sevilla, que es ya una realidad, es por supuesto una lucha más de las muchas batallas por la igualdad, y debe significar una nueva apertura, un proceso de cambio en las formas de pensar y actuar de un mundo en exceso masculinizado, el cofrade, gobernado por el hombre. El papel de los cofrades igualitarios, debe ser el de ayudar y apoyar esta tarea de las mujeres por tener su sitio en paridad de derechos, reales y efectivos, con los hombres, romper el techo de cristal que le impide acceder a los órganos de gobierno y a determinadas posiciones y ámbitos, y hacer real una presencia igualitaria sin limitación ni impedimento.

Porque otra Semana Santa también es posible, mas feminista e igualitaria. Sevilla lo agradecerá. Una querida amiga experta, que la siente, y quiere como el capillita que más, tiene un sueño: ser pregonera, aunque sabe que es muy complicado. Sus barreras, ser mujer, y de izquierda. Hemos avanzado, pero esta sigue siendo una asignatura pendiente de la ciudad. Lo conseguirá.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído