Quien quiera gobernar al PSOE o a cualquier otro partido democrático, tendrá que hacerlo con el apoyo directo, mediante las urnas, de sus militantes.
A estas alturas de la vida ya se sabe que la política no es inocente. No es ningún juego de niños, sino una lucha por el poder, a veces, despiadada y descarnada. Y lo es, incluso en sistemas democráticos liberales como el nuestro. Buena prueba de ello ha sido lo sucedido el sábado pasado en el comité federal del PSOE.
Coincido con los que opinan que el origen de dicho espectáculo tiene que ver con el déficit de democracia interna que, en general, tienen los partidos políticos en España. Este tema ya fue abordado en el artículo El largo camino hacia la democracia interna (La Voz del Sur 23/06/2015). En el mismo, se concluía que, en los albores de nuestra Constitución de 1978, en un afán por dar estabilidad al sistema de partidos, se optó por su fortaleza orgánica, descuidando su propio funcionamiento democrático. Eso, que en un principio era recomendable para consolidar la democracia, no se ha cambiado sustancialmente con el tiempo. Esto nos ha llevado a un sistema de partidos en los que son sus élites las que acaparan todo el poder. El de poner a alguien en una lista electoral, el de dar un cargo, el de dar una subvención o adjudicar un contrato, etc. El resultado es un sistema de partidos endogámicos, oligarquizados, con fuertes redes clientelares que, frecuentemente, han derivado en corrupción.
Visto lo anterior, sorprende el poco interés que el ciudadano medio presta a algo tan fundamental como es la democracia interna de los partidos, instrumentos principales de la Democracia con mayúsculas, cuando, luego, son los que deciden sobre la vida de todos nosotros a través de las instituciones que gobiernan. Una de las explicaciones puede ser la falta de cultura política que tenemos en nuestro país. Esto hace que la mayoría actúe como “súbditos” y “provincianos”, con escaso interés en la política, en vez hacerlo como “participantes”, según la conocida clasificación de los politólogos Almond y Verba. La consecuencia de esto es que se deja la política en manos de una élite con intereses personales y retórica hueca. Y, a menudo, ni siquiera son los mejores.
Puede que recuerden el conocido escándalo del “tamayazo”, ocurrido en julio de 2003, en el que dos diputados socialistas de la Asamblea de Madrid dieron al traste con la posibilidad de que el PSOE formara gobierno con IU, permitiendo, tras una repetición electoral, el triunfo del PP por mayoría absoluta con Esperanza Aguirre a la cabeza. En aquellos días, El País, el mismo periódico que ha promovido activamente la caída de Pedro Sánchez, publicó un interesante artículo firmado por la politóloga Belén Barreiro y otros, titulado La selección adversa en los partidos. El concepto de la selección adversa proviene de la teoría económica. Este fenómeno aparece cuando los peores son los únicos que se ofrecen para participar en un mercado. Un ejemplo de ello serían las agencias matrimoniales. Serían los solteros menos favorecidos los que acudirían a estas agencias para encontrar pareja. En los partidos políticos ocurriría algo parecido, en parte por la falta de cultura política que hemos comentado. Los que buscan ocupar cargos políticos no son siempre los más valiosos.
Un déficit de democracia interna y la falta de cultura política junto con el fenómeno de la selección adversa pueden ser, por tanto, las causas del deficiente funcionamiento de nuestro sistema de partidos. Un modelo, sin embargo, ya antiguo que chirría con el signo de los tiempos, y que parece haber entrado en crisis. La llamada a la participación de la militancia en la decisión sobre la abstención o no del PSOE en la investidura de Rajoy, finalmente, no se va a producir. Pero una brecha se ha abierto en el muro de la oligarquización que no se podrá cerrar. Por ella se irá colando el agua que erosionará las viejas estructuras, de tal forma que, en el futuro próximo, quien quiera gobernar al PSOE o a cualquier otro partido democrático, tendrá que hacerlo con el apoyo directo, mediante las urnas, de sus militantes, abriendo espacios de participación cada vez más amplios. Ya nada volverá a ser igual que antes.