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Cuando ocurre, mientras la bilis se expulsa en los comentarios o la barra del bar: seguimos siendo fascistas.

Cuando ofende que una bandera en homenaje a las víctimas ondee libre al Levante; cuando se censura la libertad bajo el argumento de “hay cosas más importantes”; cuando el medio de comunicación titula con el término “anciano o viandante” -en vez de vándalo- a quien corta, arroja y roba la enseña de un mástil. Cuando no hierve la sangre tras una condena por un chiste al Valle de los Caídos; cuando prevalece la indiferencia ante el abuso de las imposiciones bajo el nombre de leyes; cuando la mirada se clava en otro lado en vez de echar la vista atrás y asumir la historia; cuando hay silencio por no “reabrir viejas heridas”. Cuando ocurre, mientras la bilis se expulsa en los comentarios o la barra del bar: seguimos siendo fascistas.

Cuando tras un atentado se generaliza; cuando se asume y se proclama aquello de “primero que trabajen los de aquí y ya luego...”; cuando se regatea al límite al mantero y se asume el precio abusivo en el Corte Inglés; cuando exiges que te atiendan antes en Urgencia “porque para eso pagas los impuestos”; cuando los derechos se miden por cuna y origen; cuando usas el “pero”; cuando llamas moro aunque provenga de Oriente; cuando hay miedo a quien huye de la misera o la guerra; cuando se aplica la caridad en lugar de la integración; cuando exigen que se despojen de sus costumbres y adopten las oriundas a la fuerza; cuando la supuesta identidad se convierte en argumento; cuando asusta la multiculturalidad; cuando sucede, mientras se encogen los hombros, se niega con la cabeza y se resta importancia con un “anda ya”: seguimos siendo racistas.

Cuando se dice que murió en vez de hablar de asesinato; cuando prefieres que tu pareja no haga toples en la playa; cuando interrumpimos en la reunión de más a la mujer y de menos al hombre; cuando la mirada se convierte en descarada y violenta; cuando negamos su día; cuando ella se enamora “por interés o dinero”; cuando Susana Díaz es Susana, pero Pedro es Pedro Sánchez; cuando la sociedad impone la disyuntiva entre la maternidad y el desarrollo laboral; cuando se plantea que ya no queda nada por hacer porque existe igualdad; cuando se escucha el “normal que te digan cosas, si estás muy guapa”; cuando los roles se dan por género. Cuando ante esas situaciones sonreímos y en cambio nos echamos las manos a la cabeza por el desdoblamiento en el lenguaje: seguimos siendo machistas.

Cuando se defiende la familia tradicional; cuando echas la culpa al “lobby gay” (sic); cuando se niega la adopción a dos personas del mismo sexo; cuando el cobarde es mariquita; cuando homosexual serio sí, pero loca, no; cuando el “que se acueste con quien quiera mientras a mí no me moleste”; cuando incomoda el Orgullo y las carrozas; cuando existe asco o mala cara a la imagen de dos hombres que se comen la boca con lengua, con uno de esos besos de amor y pasión que suben el calor corporal; cuando se da y encima la mayor ofensa es la multicolor: seguimos siendo homófobos. Y quien niegue todo lo anterior, puede empezar por asumirlo.

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