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Blas Infante es un caleidoscopio. O un ‘hombre de muchos senderos’ en lenguaje homérico. Lo puedo identificar con, al menos, tres arquetipos de Jung y algún académico lo ha definido en mi presencia como ‘revolucionario moderado’, aunque confieso que he oído definiciones mucho menos complacientes con su figura. En cualquier caso no es un personaje homogéneo ni lineal. Estuvo siempre atento a las grandes transformaciones de su tiempo y, por eso mismo, con una elaboración intelectual y política continua y cambiante.

De ahí que la imagen que acude a mi mente cuando pienso en Infante es la de un caleidoscopio, un instrumento que permite ver imágenes simétricas en permanente transformación, un geómetra de la belleza (con un lenguaje endiablado en ocasiones), un hombre de verano, contradictorio a veces, heterodoxo siempre, con más luz que sombras.

En estas fechas, aniversario de su asesinato, la diversa comunidad andalucista se congrega para homenajear la memoria de Blas Infante con diferentes actos de reconocimiento. Las instituciones andaluzas, por su parte, cumplen el rito de celebrar su cumpleaños porque en los días de agosto nuestros gobernantes están de vacaciones, hace un sol inclemente y resulta incómodo ir al kilómetro 4 de la carretera de Carmona y mezclarse con la gente.

El mejor homenaje a cualquier persona singular, desde mi punto de vista, es acercarse a su pensamiento. Por eso quiero reconocer en esta ocasión al Infante más político, al que marca nítidamente su posición ante la realidad y formula una propuesta para cambiarla. Hay muchos ‘Infantes’: el simbólico, el partidario, el intelectual, el jurista, el masón, el escritor… Hoy quiero detenerme en el político que inspira y redacta el Manifiesto de Córdoba en 1919.

Unos apuntes mínimos sobre el contexto para entender mejor el texto: es tiempo de graves conflictos y revolución en Europa: la primera guerra mundial y la revolución rusa. También en España: la primera restauración borbónica sustentada en el bipartidismo turnista entre conservadores y liberales, estaba al borde del colapso carcomida por la corrupción; la conflictividad social era intensa. Y en Andalucía un sistema económico extractivo, débil, casi colonial, generaba un sistema social en el que la mayoría de la población era analfabeta, estaba mal alimentada, tenía que emigrar o trabajar en el campo, a destajo y en las condiciones que marcaban los caciques. La conflictividad social era el signo más destacado de este tiempo.

El conocido como ‘Manifiesto Andalucista de Córdoba’ es uno de los textos infantianos que menos envejece, no deja de ser sorprendente su vigencia cien años después. Según su encabezamiento, es un "Texto acordado por el Directorio Andaluz de Córdoba el día 1 de enero de 1919 y refrendado por la Asamblea Autonomista reunida en Córdoba el 25 de marzo del mismo año".

En forma de carta abierta dirigida a los representantes en todas las instituciones políticas y sociales y "a todos los habitantes del territorio andaluz", el texto tiene tres fundamentos: Abolición de los poderes centralistas, Andalucía libre y la Federación Hispánica.

Define y explica Andalucía como nacionalidad mucho antes de la Transición, de la Constitución del 78 y del ‘café para todos’. Solicita para Andalucía ‘la facultad de constituirse en Democracia autónoma, ordenadamente, organizando sus poderes legislativos, ejecutivo y judicial’. Esta autonomía plena significa capacidad de decisión, autogobierno y autodeterminación expresada hace 100 años. Las razones son las mismas 100 años después: una comunidad de objetivos, una memoria y un pueblo singular. La autonomía de Andalucía es compatible en el texto con una organización del estado solidaria y plurinacional (100 años hace, aunque no se lo crean). El manifiesto considera el centralismo, que resguarda sus intereses ‘con el santo escudo de la solidaridad o unidad, que dicen nacional’, como problema y el federalismo, en la línea de Pí y Margall, como solución.

Pero el texto es profundamente político no sólo porque hable de política, sino porque es global y social, que, al cabo, de eso se trata: de reconocer la realidad, completa y compleja, y priorizar los cambios necesarios para mejorar la vida de la gente, jerarquizando los compromisos y las urgencias.

El manifiesto aborda el sistema económico de Andalucía, "nuestros urgentes problemas": el hambre como problema y la tierra como solución, "absorber en beneficio de la comunidad municipal el valor social del suelo"; establecimiento de cooperativas municipales de consumo, empresas públicas "agrícolas e industriales"; "escuelas prácticas de artes, de agricultura y de ingeniería, en armonía con las necesidades de la Región". Plantea un "Estado Regional" del bienestar: autonomía de los centros de enseñanza, instrucción gratuita y obligatoria, "un ejército de maestros y profesores", "un ejército de médicos e higienistas". Reconoce la "independencia civil y social de la mujer" derogando toda subordinación desde la mayoría de edad.

En el texto hay, también, un claro acercamiento a la clase obrera, que en Andalucía era fundamentalmente jornalera y campesina, y que estaba, entonces, alejada de los postulados andalucistas: "Invocamos a todas las clases, principalmente a las obreras (…). Vengan los obreros, sobre todo los campesinos, a defender la aplicación del sagrado principio de tierra y libertad".

Cien años después, tantas vidas y tantos esfuerzos después, las y los andaluces han elegido un gobierno formado por quienes no creyeron ni lucharon por la autonomía (la derecha del "andaluz, este no es tu referéndum", ¿recuerdan?) sostenidos por unos pocos enemigos declarados de la autonomía; un gobierno formado por quienes son abolicionistas de lo público en beneficio del negocio privado (en educación, sanidad, agricultura, industria, comercio…), sostenidos por unos pocos enemigos de la independencia de las mujeres.

Tal vez es tiempo de construir de nuevo desde el andalucismo y desde la izquierda sumando todos los aprendizajes. Tal vez es tiempo de empezar de nuevo para que dentro de cien años no se cumpla la advertencia del manifiesto: "la degeneración de Andalucía será la de todos nosotros". O viceversa.

Desde luego, siempre es tiempo de recordar las victorias, siquiera para no perderlas.

Sea por Andalucía Libre, Iberia y la Humanidad.

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