Nunca he sido una mujer de campo

Así que a mis 41 años con el coche cargado de media vida y tres niños aterrizamos en un pueblo de apenas 600 habitantes en su núcleo urbano

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Profesional independiente y madre.  

Imagen de archivo de un pueblo en el campo. Raíces.
Imagen de archivo de un pueblo en el campo. Raíces.

Apenas he sabido diferenciar un olivo de un almendro. No he vivido el embotello de finales de estío, las matanzas en inviernos fríos, no he recogido la aceituna con mis abuelos, ni he ido con mi padre a darle la vuelta a las almendras para secarlas al terminar el verano... Fui una niña de ciudad.

Mi padre dejó el pueblo muy joven, y aunque siempre lo llevó en lo más hondo de su corazón, su vida y desarrollo profesional los realizó en tierras catalanas. Eso sí, todas las vacaciones y fiestas de guardar era el primero en llegar y el último en irse, es que su tierra “le tiraba”, así aprendí a querer un pueblo que para mí era sinónimo de libertad y disfrute desde muy pequeña.

Después de viajar por media Europa o algunos rincones de norte América, vivir en distintas ciudades españolas, y convertirme en madre de familia numerosa, decidimos dejar una vida plenamente urbanita e irnos a vivir al campo.

Así que a mis 41 años con el coche cargado de media vida y tres niños aterrizamos en un pueblo de apenas 600 habitantes en su núcleo urbano, dispuestos a intentar ser dueños de nuestro destino y seguir el legado que se nos dejaba, dejándolo todo atrás (viajes, ciudades, amistades…) y empezando casi desde cero.

Las piernas me temblaban y un nudo en la garganta apenas me dejaba respirar. Yo, aquella niña de ciudad que apenas sabía nada de campo ni vida rural, iba a vivir en un pequeño pueblo de la sierra de Granada (mi pueblo de vacaciones), arropado por las montañas y a ciento cincuenta kilómetros de la ciudad más cercana.

A finales de agosto, con el calor dando los últimos coletazos, descargamos media vida en la puerta de una casa de pueblo. Tengo que admitir que unos buenos prejuicios hacían más pesada mi mochila. ¿Cómo conseguiré todos los productos sin gluten que mis hijos celíacos necesitan consumir a diario? ¿Será suficiente para un buen desarrollo académico una escuela rural con apenas una treintena de alumnos para ellos? ¿Una asistencia pediátrica muy reducida en el centro médico bastará? Y no sólo cuestiones educativas o de salud se pasaban por mi cabeza, porque cuando uno se ha criado y ha vivido en la ciudad, también te planteas cosas triviales como no poder ir al cine o salir a cenar a un restaurante o, sencillamente, ir de compras. Yo había vivido así durante 41 años.

Poco a poco con esfuerzo, y dedicación, aquellas dudas y prejuicios fueron disipándose lentamente y me di cuenta que en realidad las cosas más importantes en esencia estaban aquí. Por primera vez en muchos años podíamos desayunar, comer y cenar juntos. Ya no había viajes constantes de negocios o llamadas interminables de teléfono a cualquier hora y en cualquier día. No existían los atascos y tu tiempo por arte de magia se había convertido en tuyo, no de los demás.

Me gusta que los rostros que me cruzo todas las mañanas por la calle, tengan nombre e historia. Me gusta parar a charlar con cualquiera en la Plaza. Me siento muy afortunada al pensar que esta sierra maravillosa y este río, forman parte de mi día a día.

Me encanta que mis hijos anden solos por la calle, aprendiendo y haciéndose independientes, pero siempre cuidados por cualquiera que ande cerca. Porque me gusta creer que aquí todos cuidamos de todos. Esa es mi idea de comunidad.

Me gustan las puertas abiertas, la ropa tendida al sol, los colores cambiantes en cada estación. Los almendros en flor como pequeños milagros, comer brevas del árbol y beber agua fresca de las fuentes. Me gusta el olor a invierno, a humo de lumbre y brasero. Me gusta escuchar las campanas de la iglesia. Y me gusta la siesta en verano con las persianas abajo y la penumbra a media tarde.

Quiero participar y ser activa en todo aquello que afecte a mi comunidad. Creo que en los pueblos somos mucho más conscientes de ellos, y bajo mi punto de vista es un valor que hay que potenciar y revalorizar. Porque en muchas ocasiones se nos olvida.

Cuando uno vive en la ciudad la inercia del día a día y las obligaciones te empujan sin cuestionarte demasiado muchas cosas; para mí ha sido un cambio radical en ese sentido, es decir, al ser un núcleo pequeño tengo mucho más a mano el poder intervenir en cosas que antes me venían dadas sin más opciones. Y ese es un valor inmenso que debemos exprimir al máximo y que está directamente relacionado con lo que hablaba líneas atrás, de no ser un número más, sino ser un nombre y una historia.

Precisamente tomar conciencia de quién eres ha sido también para mí una catarsis en este cambio vital. En un aspecto más espiritual vivir en el medio rural me ha permitido iniciar mi camino de autoconocimiento. Hacer un parón, escucharte, replantearte, sentir… las respuestas siempre están dentro de uno mismo. Y quizás cuando quitas todo aquello que es externo que sólo responde a inquietudes materiales o incluso superficiales, encuentras tu propia esencia o tal vez un camino más honesto hacia ti mismo.

Puede que peque de idealista o fantasiosa, llámalo como quieras, pero creo en el hondo deber de todos los que vivimos en el medio rural para defenderlo de una manera activa y sin complejos (que vienen de esos prejuicios urbanitas que hablaba más arriba). ¡Reinventarrnos en definitiva! Eso es lo que debemos hacer, defender nuestra manera de vivir, presumir de ella y reivindicar todas esas carencias que existen y son reales. El olvido de las instituciones hacia lo que es la base y el cimiento de una sociedad próspera; sus productores. Alzar la voz con valentía y con orgullo, un orgullo constructivo y sin victimismo, desde la responsabilidad y la honestidad.

Yo nunca he sido una mujer de campo, pero creo que estoy en el camino para serlo… Una mujer de campo, para mí, es una mujer orgullosa de sí misma, repleta de sabiduría natural; cuidadora sin complejos y libre sin miedos. Una mujer que no le tiemblan ni el juicio ni la palabra verdadera, que construye con sus manos y ama con toda su alma.

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Comentarios (1)

Carol Hace 1 año
Es hermoso leerte. Un proceso realizado desde la reflexión y la calma. El mundo rural, cuando es una opción elegida, nos permite -si lo trabajamos, claro- conectar con nuestro ser, difumina las artificiosas barreras creadas con la Natura y nos permite tejer comunidad de cuidados, proyectos y sueños. Lo urbano, necesariamente, tendrá que ser cada vez más rural si no quiere colapsar. Lo dicho, es lindo leerte y saber que te sientes feliz.
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