Nos roban nuestra historia

Durante siglos hemos estado ahí. A la sombra del hombre, dicen. No. Hemos estado a la sombra porque nos han puesto ahí, no porque no brilláramos

18 de octubre de 2025 a las 09:03h
Una agricultora, en una imagen de archivo.
Una agricultora, en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

Pocas cosas me enfurecen en esta vida, pero hay una que lo hace sobremanera: que nos roben nuestra historia. No me refiero a ladrones con pasamontañas, sino a esos que, sin darse cuenta —o peor aún, dándose mucha—, van borrando poco a poco el papel que hemos tenido las mujeres rurales en la vida del campo.

Durante siglos hemos estado ahí. A la sombra del hombre, dicen. No. Hemos estado a la sombra porque nos han puesto ahí, no porque no brilláramos. Criando a los animales, ordeñando, sembrando, curando heridas, tomando decisiones… pero el mérito, ah, el mérito siempre ha sido masculino.

Y lo peor es que esa mentalidad masculinizada ha calado tan hondo que ni se cuestiona. Es como si el campo fuese un club de hombres donde las mujeres “ayudan” pero nunca lideran. Donde si algo sale bien, el mérito es colectivo (léase masculino), y si sale mal, claro, ella sabrá lo que ha hecho. Se nos ha presentado como “ayuda”, como “apoyo”, como “las que estaban”, pero nunca como las que hicieron.

El borrado no siempre es grandilocuente. A veces se disfraza de comentario cotidiano. Este año, por ejemplo, alguien me dice: “¡Qué gordas están tus ovejas! Claro, menos mal que te dije que hicieras tal cosa, ¿has visto como ha dado resultado?”. Y ahí está, otra vez, el intento de reescribir mi historia. Como si ese consejo aislado —que probablemente ni aplico— fuese la clave del manejo de un rebaño que está bien todos los años. 

Este tipo de cosas no son anécdotas aisladas. Son síntomas de un patrón que se repite en la historia rural: hombres escribiendo libros sobre el campo que trabajaron sus abuelas, abuelos que se llevan el aplauso por decisiones que tomaron sus esposas, e instituciones que hablan de innovación mientras ignoran a las mujeres que llevan décadas innovando sin micrófono.

Nos han robado relatos, inventos, avances, y, sobre todo, reconocimiento. Y lo han hecho tan bien que muchas veces ni nosotras mismas nos damos cuenta de que somos las protagonistas de historias contadas por otros.

Pero ya va siendo hora de reclamar lo que es nuestro. De contar la historia completa, no solo la mitad que interesa. De decir, alto y claro, que el campo también es femenino, que la sabiduría que lo sostiene también tiene voz de mujer, y que, sin nosotras, muchas de esas historias gloriosas ni siquiera habrían existido.

Nos han robado historias, méritos y memoria. Y ya basta.
Es hora de que se escuche nuestra voz no como un eco secundario, sino como la narradora principal. Es hora de decir que nuestras ovejas están gordas porque sabemos lo que hacemos, que nuestras explotaciones funcionan porque las gestionamos nosotras, y que la historia del campo no está completa sin las mujeres que lo han sostenido desde siempre.

Así que no, no es por tu consejo. Es por mi trabajo. Por mi conocimiento. Por mi historia. Esa que lleva demasiado tiempo intentando contarse con otra voz.

Lo más leído