Gracias, Conce

Conce se formó como capataz agrícola en Marmolejo, pero empezó a trabajar como albañil; una lesión de columna le obligó a dejar ese trabajo y -tras pasar por el quirófano- cambió la “paleta” por el tractor y se dedicó a tiempo completo, junto a su hermano, a la finca de olivar que sus padres habían adquirido

La cooperativa Sierra de Génave.
20 de diciembre de 2025 a las 12:11h

Personalmente, estoy y estaré permanentemente agradecido a Conce, y creo que también deben estarle agradecidos todos los olivicultores ecológicos andaluces y, en general, los de toda España y, también -¿por qué no?- los consumidores de aceite ecológico. Conce en realidad se llama Concepción (es un nombre poco frecuente en hombres, este le ha supuesto más de una anécdota, como cuando al ingresar en el hospital para una operación le enviaron a la planta de maternidad), su nombre completo -anótenlo- Concepción Arias Sánchez.

Nació en Siles (en un extremo de la Sierra de Segura, en Jaén) hace algo más de tres cuartos de siglo, aunque pronto su familia se trasladó a Génave, en la misma comarca, donde se establecieron definitivamente. Conce se formó como capataz agrícola en Marmolejo, pero empezó a trabajar como albañil; una lesión de columna le obligó a dejar ese trabajo y -tras pasar por el quirófano- cambió la “paleta” por el tractor y se dedicó a tiempo completo, junto a su hermano, a la finca de olivar que sus padres habían adquirido.

Inteligente, joven (entonces), de espíritu abierto, buen agricultor (según los usos y costumbres de la época) y con una indudable capacidad de liderazgo, pronto llegó a presidir la cooperativa de su pueblo, la única que había, que molía toda la aceituna procedente del olivar del término municipal, más alguna de los términos colindantes.

El 15 de marzo de 1986, el BOJA publica el Decreto por el que se declara el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, que en su artículo primero señala que este régimen de protección tiene por finalidad “atender a la conservación de sus ecosistemas naturales y valores paisajísticos, compatibles con el desarrollo social y económico de la comarca…”. Ante este novedoso objetivo, “hacer compatible la conservación con el desarrollo social y económico”, en una comarca esencialmente olivarera como es la Sierra de Segura, un responsable político (responsable de verdad), el delegado provincial de agricultura en Jaén (Juan Torres Morales), pensó que la “agricultura biológica” (entonces se llamaba así) podría ser una fórmula adecuada, al tratarse de un sistema de cultivo respetuoso con el medio y que, a la vez, podría suponer un mayor valor de mercado para el producto obtenido, aunando la conservación con el desarrollo.

La idea era buena, pero no había referencia alguna sobre cómo se cultivaba el olivar en “biológico”. No existían experiencias en las que fijarse. Tampoco había reglamento oficial, la “certificación” la proporcionaban algunas asociaciones privadas, como en este caso Vida Sana, aplicando las normas establecidas por IFOAM, la federación internacional de la “agricultura orgánica”.

Así que Juan Torres decidió iniciar una experiencia dominable, en un extremo del parque natural, en una coopera va que no fuese muy grande, para que una vez que se consolidase se pudiera extender al resto de los olivares serranos. Y se lo propuso a la “rectora” de la cooperativa de Génave, que presidía nuestro Conce (ya sabemos joven, despierto, con visión de futuro, y capacidad de liderazgo). Aunque estuve presente, no recuerdo la fecha, seguramente fue a principios del 87, cuando la propuesta se llevó a la asamblea general de la cooperativa, y se aprobó. A partir de ese momento, todos los socios iniciaron un desconocido camino, el de la producción “biológica”, empezando por prescindir de los productos químicos de síntesis -tal como exigía la norma- tanto de fitosanitarios como de los abonos.

La influencia de esta renuncia, en principio, no tuvo repercusión notable en la producción. Al inicio del invierno siguiente se recogió la cosecha, envasando una cierta cantidad de “virgen extra” para salir al mercado con el nuevo aceite, que estaba en “conversión”.

Pero, así como se desconocía esta forma de cultivo aplicada al olivar, también se ignoraba todo sobre el mercado de los productos biológicos, el resultado es que aún quedan por la cooperativa algunas botellas del millar que se envasó. El fracaso comercial, añadido al despiste generalizado entre los olivareros ante unas reglas que decían claramente lo que no se podía hacer, pero casi nada de lo que sí, dio lugar al descontento de muchos de los socios y acabó cuajando en un plante en la asamblea general, que decidió abandonar el proyecto.

Aquí es cuando surge de nuevo la figura, indispensable, de Conce, dispuesto a seguir en el camino iniciado, a no rendirse en el primer obstáculo, y junto a él un grupo reducido de socios -unos cuarenta- que se mantienen en la idea. La asamblea es soberana, la mayoría es aplastante, y no dan opción a continuar en el proyecto, ni siquiera parcialmente, si querían seguir con el cultivo ecológico tendría que ser en otro sitio.

Ni Conce, ni sus fieles seguidores (¿algo he dicho de su capacidad de liderazgo, no?), se arredran, y se organizan para constituir una nueva coopera va. El 3 de junio de 1989 se constituyó “Sierra de Génave S.C.A.” (tuve el privilegio de escribir, a mano, el acta de constitución). Su primer presidente fue -seguro que ya lo sabéis- Concepción Arias Sánchez, que ha permanecido en el puesto hasta su jubilación.

Necesitaban almazara para moler ese otoño. Se construyó lo indispensable en tiempo record, pero tuvieron que endeudarse hasta las cejas. Les costó años, fue un esfuerzo de titanes: Aprender el cultivo, conocer el mercado (hasta colocar su marca “Oro de Génave” en España entera y en medio mundo), saldar las deudas sin dejar de mejorar sus instalaciones.

Todo esto en un ambiente incómodo los primeros tiempos, en el pueblo por el cisma generado, en el resto del mundo olivarero de la provincia pasaron a ser conocidas como los “locos del ecológico”. No se rindieron, demostraron que el cultivo ecológico del olivar es posible y rentable. No escondieron lo que fueron aprendiendo a trompicones, al contrario, lo divulgaron con orgullo por toda Andalucía y por todas las zonas olivareras de España.

Conce fue su embajador incansable, recibió a todos los que quisieron conocer la experiencia sobre el terreno, y recorrió muchos kilómetros para darla a conocer allí donde le llamaban. A mí me permitió acompañarles y aprendí con ellos, y me atrevo a asegurar que todos los que han emprendido el cultivo ecológico del olivar -que ya son muchos- también.