Ayer hubo una manifestación en Huelva por la sanidad pública. Sí, la sanidad pública; esa cosa que funcionaba tan bien hasta hace unos años y que ahora parece un edificio al borde de la demolición. Como estos centros comerciales a los que le quedan dos o tres tiendas abiertas, con dependientes muertos del tedio mirando el móvil, y que la gente utiliza para ir al cine o echar un polvo furtivo en los baños. Algo así es nuestra sanidad en este momento, al menos en Andalucía. Así que explicar por qué ha habido esta manifestación es una perogrullada; cualquiera que haya acudido a la sanidad pública se da cuenta de cómo está el percal. Gente que se va muriendo mientras espera, gente que, con un poco de suerte, después de rabiar, echar espumarajos, llorar mientras recorren pasillos y hacen mil llamadas, consigue que su cita tarde lo que tardaba antes. Lo justo para salvarse. Y a veces ni eso.
Y no hablemos de las condiciones en que trabajan nuestros sanitarios. La necesidad de personal que hay en nuestros hospitales es obvia, y cualquiera que haya visitado uno últimamente se da cuenta. Los sanitarios viven jornadas maratonianas de trabajo, con decenas de pacientes a los que pueden atender a duras penas. Hace falta más personal: ya. Y para colmo en el Hospital de Riotinto han cerrado la planta de cirugía, y en el Hospital Juan Ramón Jiménez (el principal y más colapsado de la provincia) hace poco se anunció el cierre del servicio de cirugía vascular. Ten en Huelva un accidente en el que estés desangrándote, y te asegurarán un magnífico cuidado en el hospital más cercano de Sevilla. Tú desangrándote y te atienden a 100 km. Quizás estos recortes en sanidad son una medida maestra de Juanma Moreno para evangelizar a la población andaluza. Al fin y al cabo, la única esperanza es que cada uno rece lo que sepa.
Por otro lado, para los sanitarios que siguen en la trinchera, acudir al hospital cada día es sinónimo de dejar un trocito de su vida dentro. Y, a veces, la vida entera. Trabajar en la sanidad pública es algo así como entrar en el Castillo de Drácula. Conozco, al menos, un caso en el que un sanitario sufrió un infarto al llegar a su casa después de acumular un sinfín de jornadas extenuantes. Hasta que el cuerpo dijo: hasta aquí; si no paras tú, paro yo. Y es que, pese a todo, hay cientos y cientos de profesionales de enfermería deseando trabajar en ese Castillo de Drácula y entregar su vocación y parte de su vida; pero los contratos son irrisorios, contratos de quince y hasta siete días para luego desesperar durante un mes, dos meses, tres meses... porque el teléfono no vuelve a sonar. Y todo con decenas y decenas de bajas sin cubrir que se parchean con personal eventual que explotan durante unos días. Trabajar en la sanidad pública es hacer un curso intensivo de tortura en el Castillo de Drácula.
Y así, han salido a la calle sanitarios y ciudadanos comprometidos en Huelva. Ciudadanos con un mínimo de conciencia; algunos jóvenes y sobre muchas personas de mediana edad, los saben perfectamente con que bueyes aran. Los que han visto que lo de apoyar la sanidad o no apoyarla no es ningún juego. No es como hacer un comentario ridículo de geopolítica en Twitter. Aquí te va la vida en ello.
Y así hemos visto a ciudadanos, ciudadanos que están hartos y que ven que no se hace nada por nuestra sanidad, esa sanidad de la que hasta hace nada sacábamos pecho, esa sanidad que era el orgullo de nuestra comunidad y de nuestro país. Ojalá, en esto sí, todo vuelva a ser como antes; pero el cambio no se producirá porque sí, solo, eah, todo solucionado. Habrá que salir a la calle en Huelva, en Sevilla, en Cádiz, y en toda Andalucía para exigirle a Juanma Moreno que ya está bien, que se acabó; que habrá que apoyar la pública en lugar de la concertada. Que no hay democracia, o al menos no una que valga la pena, si vivir o morir depende de lo que tengas en el banco. Que se acabó ya de reformar los hospitales para convertirlos en el Castillo de Drácula.



