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Hemos convertido la salud en un negocio y así nos luce el pelo.

El cuerpo pide meterse en el cuerpo a cuerpo de la cuestión catalana tras los bochornosos acontecimientos vividos ayer en el Parlament, pero supongo que la importancia de esa noticia copará la práctica totalidad de la actualidad periodística y de la opinión, así que me permito tomar el aire de una semana para valorar el próximo jueves lo acontecido, con el pulso calmado, la tensión más baja y el ánimo más refrigerado.

Hoy retomo la cuestión de la Sanidad Pública, tema que, aunque recurrente, ha vuelto a tomar interés sobre todo tras el informe anual publicado por la Federación de Asociaciones en Defensa de la Sanidad Pública donde, por primera vez, se coloca a Andalucía en el furgón de cola en cuanto a calidad.

Una calidad matizada, todo hay que decirlo, por treinta parámetros diferentes que dejan a las claras que esta merma de la calidad no es debido a los profesionales, sino a temas básicamente económicos y presupuestarios, cargando tintas sobre nuestros responsables políticos.

Porque, quién nos ha visto y quién nos ve. Hasta hace poco la piedra filosofal de las políticas de la Junta de Andalucía, modelo de sostenimiento y gestión allende los mares, ahora se diluye como azucarillo a golpe de recorte, rebaja y saldo. De nada sirve tener brillantes cirujanos si no ponemos en sus manos los mejores medios para desarrollar su trabajo. De nada sirve tener a la generación de enfermería más preparada de las últimas décadas, si luego aumentamos el ratio enfermera/paciente obligando a que atiendan a más personas, a veces en condiciones francamente mejorables.

Reducción en la calidad de los materiales y de las condiciones laborales que provocan hastío y desilusión en los profesionales, algunos con una romántica idea utópica que se les ha escurrido de las manos como se escurren los sueños: despertando de golpe a la cruda realidad de los fríos números, los objetivos irrealizables y las productividades desequilibradas e injustas. Hemos convertido la salud en un negocio y así nos luce el pelo.

Y los enanos que comenzaron a crecerle en el circo a Susana, ahora son gigantes que llenan las calles de Granada con protestas, o las puertas de los hospitales con concentraciones sindicales y ciudadanas. Provocan lamentables accidentes en ascensores, o mantienen cerrados o paralizados hospitales nuevos. Obras faraónicas que amenazan con permanecer en el limbo hasta después de que consigan terminar la Sagrada Familia de una maldita vez.

No hace mucho, nuestros dirigentes presumían de sanidad y sacaban pecho con los datos de las donaciones de órganos, o las investigaciones médicas en nuestra comunidad. Ahora se encierran en sus despachos esperando que pase una tormenta que ha reproducido los Spiriman como gremlins sumergidos en una piscina… a cientos.

La calle se mueve, los números cantan, y el grifo no se abre.

Despierte, presidenta: esto ya se le ha ido de las manos.

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