En el Día Internacional de los Derechos del Niño no nos podemos olvidar de que hay realidades muy distintas a la de la burbuja en que vivimos.
Vivo en una burbuja. Estoy a gusto aquí dentro. Pudiera parecer que a mi, que me encanta disfrutar de la gente, vivir en una burbuja me hace infeliz. Pero es que he tenido la suerte de que mi burbuja es de las buenas, el aislamiento perfecto. Intento llenarla de lo que me gusta. Es permeable y me deja ver, oír, estar informada y hasta salir de ella, que el intercambio siempre es enriquecedor. Hay burbujas más fastuosas, la mía es una burbuja sencillita pero en realidad un lujo de burbuja. Una burbuja que a veces se ve sacudida. Una veces son terremotos auténticos, otras veces vaivenes, pero aquí seguimos. Porque mi burbuja es una burbuja del primer mundo.
Como cada 20 de noviembre, hoy se celebra el Día Universal del Niño, un día dedicado a todos los niños y niñas del mundo. Un día para celebrar el camino andado y todo lo bueno que se ha conseguido para la infancia. Pero sobre todo debe ser un día para darnos un toque de atención sobre la situación real de muchos niños en el mundo. Porque aunque ya lo sabemos, que desde el doodle de Google o desde los informativos sacudan nuestra burbuja, es una buena forma de recordarnos que muchos desde que nacen van por la vida sin burbuja de protección.
En 1959, Naciones Unidas aprobó una Declaración de los Derechos del Niño que incluía 10 principios. Esta declaración no era suficiente para proteger los derechos de la infancia, ya que a nivel legal no tenía carácter obligatorio. En 1978 el Gobierno de Polonia presentó a las Naciones Unidas la versión provisional de una Convención sobre los Derechos del Niño. 10 años de intensas negociaciones entre gobiernos, líderes religiosos, ONGs e instituciones relacionadas con el mundo de la infancia culminaron en la aprobación final del texto de la Convención sobre los Derechos del Niño el 20 de noviembre de 1989. Unos derechos cuyo cumplimiento sería obligatorio para todos los que la ratificasen y que curiosamente sigue sin estar ratificada por EEEUU, uno de los países donde comenzaron los primeros movimientos pro-derechos de los niños con grupos de jóvenes activistas que pedían la abolición de la esclavitud infantil.
Comencé este artículo con la historia de la burbuja porque en días como hoy tengo la sensación de que realmente vivimos en una burbuja. Con nuestros problemas, nuestro ritmo frenético del día a día, nuestras crisis particulares en el marco de la crisis…pero en un contexto favorable, en el que nuestros niños están protegidos y amparados por un sistema que debe garantizarles sus derechos a una alimentación, a una vivienda, a una sanidad, a una educación, a jugar…Sin entrar a valorar los fallos del sistema (que los hay y a veces estrepitosos), nuestros niños son unos privilegiados. A pesar de las grietas enormes que la crisis ha causado y que nos hacen dudar a veces de las garantías, somos unos privilegiados.
En el artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño, se reconoce "el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes". Demoledor resulta consultar los informes sobre a que dedican su tiempo los niños en lo que no es el primer mundo. Desgarrador el leer testimonios de las violaciones de los derechos de los niños en el tercer mundo. Niños que trabajan, que hacen la guerra (lo de los niños soldados es de esas cosas que provoca un terremoto en mi burbuja), que no juegan, que malviven. Paradójico que las estadísticas digan que en nuestro mundo en la actualidad a partir de los 7 años el juego y los juguetes se hacen menos presentes en favor de la electrónica y sobre todo que en los últimos años se constate un abandono prematuro del juego con juguetes a partir de los 9 años. Abandonamos lo que otros nunca podrán disfrutar.
Desde la burbuja veo que hay una realidad paralela. Aquí debatimos de educación, deberes sí-deberes no, allí nunca irán al colegio. Aquí escogemos entre dietas veganas, ovolácticas o multiproteicas, allí no tienen que comer. Aquí nos lamentamos pensando que Trump puede apretar el botón, allí les dan un fusil con 7 años. Y no es culpa nuestra. El mundo ya estaba montado así cuando llegamos. Eso sí, cada uno desde su burbuja debería hacer algo, no seamos insensibles a las sacudidas. Y no perdamos de vista que “no hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana". El futuro son ellos.


