Radiografía

Los tiempos han cambiado, somos igualitarios por obligación, no por convicción. Que nos quede claro

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

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Intentaré contar una pequeña historia que imagino son mas historias, que juntas conforman y sustentan una parte importante de la conciencia colectiva de nuestra generación, una radiografía de los hombres de la misma. Hombres en su mayoría ineptos en la comprensión de la igualdad. Hombres cómodos y orgullosos de serlo. Historia que como todas tiene sus imperfecciones y subjetividad.

Somos un grupo de compañeros de trabajo nacidos en los años 60, con estudios universitarios, y buenas profesiones. No somos los típicos machos, todos abrazamos ideas de progreso, y decimos sentirnos solidarios con las desigualdades, pero no movemos un dedo más allá de nuestros propios intereses por nada de lo que decimos.

En nuestros desayunos, hablamos de política, de fútbol, de muchas cosas, rara vez del sexo opuesto, pero si una mujer guapa está cerca, los ojos se nos van, y una sonrisa burlona se nos dibuja de oreja a oreja. No somos machistas, y nos posicionamos sin ambages por la igualdad entre hombres y mujeres, pero eso es solo fachada y disfraz.

La igualdad no nos importa pensamos que hemos avanzado, que el feminismo exagera, no lleva razón, y no es correcto plantear las reivindicaciones de una forma dual y extremista, como si los hombres fuésemos los males del mundo.

De las tareas del hogar decimos que somos copartícipes, no vemos mal tener en casa a una mujer inmigrante en precario, y sí nuestras mujeres optan por ser ellas la que mas concilian, es por un acto de libertad individual acordado en la pareja, que nada tiene que ver con la igualdad o la brecha salarial. Pero todo esto es mentira porque a lo que más llegamos es a recoger la mesa, poner con dificultad alguna lavadora, y protestar.

También pensamos que el lenguaje inclusivo es una exageración, porque le R.A.E. ya aclaró que el masculino genérico nos incluye a los dos sexos, y no le vemos sentido y despreciamos eso de “todos y todas, juez, y jueza, abogado y abogada”. Coincidimos en eso con ilustres del gremio como Reverte y Marías.

Somos heterosexuales, y pensamos que es el estado natural del hombre, no discriminamos a nadie que tenga otra identidad sexual, aunque hagamos bromas y chistes sobre aquellos y aquellas que no encajan en nuestro binario y caduco esquema de masculinidad y feminidad. Todos aunque lo neguemos somos femeninos, pero estamos educados en la virilidad, y en el desprecio a lo diferente, por eso nos horroriza que una confusión pueda afectarnos.

El patriarcado, el androcentriosmo y esas cuestiones no están presentes en nuestras conversaciones, hablamos de la crisis económica, y solemos sentar cátedra de economía y geopolítica. Con nuestras opiniones perpetuamos nuestra visión patriarcal y machista de la sociedad.

Los piropos nos resultan graciosos, bonitos, y sin mala intención, y no hay porque eliminarlos. Somos tan egoístas e hipócritas que ni siquiera intentamos ponernos en el lugar de las mujeres, y pensar que nos sucedería si fuésemos nosotros los destinatarios. La igualdad laboral ya es una realidad, decimos sin sonrojarnos, y no somos partidarios de las medidas de discriminación positiva, las cuotas, o las listas cremallera. Nos resultan injustas, porque solo buscan favorecer a la mujer en perjuicio de los hombres. Entendemos que lo que ha de primar son el mérito y la capacidad, y no nuestra discriminación por respetar criterios de paridad.

El techo de cristal o la brecha salarial no existe para nosotros, y tampoco para ellas, y opinamos que los puestos de responsabilidad en las empresas deben estar ocupados por quienes más lo merezcan, ignorando hipócritamente las dificultades y obstáculos que la sociedad plantea a las mujeres, pues afirmamos que eso ya no sucede.

De la pornografía y la prostitución si nos pronunciamos, es para argumentar que siempre han existido, y que nadie obliga a las mujeres. La trata de personases sí la reprobamos enérgicamente. Somos muy hombres y estamos convencidos de ser excelentes amantes, y nuestro egoísmo nos impide empatizar con ellas, mas allá de esa pregunta tan amada por nosotros de “¿te ha gustado?”, que mide nuestro nivel de testosterona y heterosexualidad.

Jamás les hemos preguntado como sienten, o como es su sexualidad, no nos importa. Solo nos preocupa la satisfacción de la nuestra. De la impotencia, y los gatillazos no hablamos, “Todos tenemos un mal día.

La violencia de género la condenamos, pero igual que condenamos los crímenes en Palestina, es decir no hacemos nada, no nos sentimos interpelados porque no nos afecta, no somos machistas ni violentos. Sabemos que también hay muchas mujeres violentas, y esas noticias no salen en los medios. Los abusos y el acoso sexual los reprobamos, pero estamos llegando a un punto donde no vamos a poder mirar a una mujer. “¡Qué dices de neomachismo!”.

Nos declaramos hombres de izquierda, pero no nos gusta que nos confundan con la clase trabajadora, somos diferentes, hemos estudiado, nos hemos esforzado, nuestros padres nos educaron, fuimos a colegios privados, y estamos contentos de ser clase media, no nos conformamos, somos emprendedores y queremos mejorar. Pensamos que no se puede juzgar a todos los hombres por igual, que el feminismo solo cuenta su verdad, porque hay muchas denuncias falsas, mujeres que maltratan a sus maridos, y padres que no pueden ver a sus hijos.

En realidad somos pura fachada, y mentira. Teatro del malo. Somos hombres patriarcales, machistas, a los que nos gustaría que las mujeres continuasen ocupando el papel de nuestras madres. Hombres que añoramos llegar a casa y que nos estén esperando, con una sonrisa, para atendernos en nuestras comodidades, incluidas las servidumbres de nuestro sexo y amor. Ser los cabezas de familia, el sostén económico y de seguridad, el rol para el que hemos nacido y nos educaron. Hombres que justificamos la violencia de género en el incumplimiento de las mujeres de sus obligaciones “naturales”.

Que no usemos nuestros privilegios, no significa que no los tengamos. En nuestra relación con las mujeres sucede así, que no opinemos o actuemos como auténticos machistas no significa que no lo seamos, solo que no podemos. Los tiempos han cambiado, somos igualitarios por obligación, no por convicción. Que nos quede claro.

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