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La vida nos dejará heridos. Inevitablemente. Se trata de mirar al horizonte y no a la herida. Y de no esperar mucho.

¿Cómo se puede calcular la distancia exacta que va entre una palabra y la cosa que designa? Entre, por ejemplo, la palabra “dolor” y eso que sucede cuando se tira de una uña hasta arrancarla de su dedo. Entre la palabra “grito” y ese alarido que deja herida la garganta. Entre la idea de sufrimiento y ese estado en el que no se ve salida ninguna y es todo negro, informe, asfixiante.

Quizás sea necesario un cierto embotamiento de los sentidos y de la razón ante el sufrimiento para poder vivir sin sobresaltos. Una cierta sordera y ceguera que nos permita llevar una vida fácil, cómoda. Sin tener que hacernos cargo de algo que no logramos entender y que supone una amenaza a este vivir sobre la superficie de las cosas. A veces pretendemos llevar una vida como un baile flotante sobre una pista de hielo, saltando obstáculos ficticios con un vals de fondo dulce y mentiroso.

Pero la vida nos acecha en cada esquina… y es toda ella un puro sobresalto. Un desafío que nos viene grande si tenemos sobre nosotros la idea de ser dioses menores. Si tenemos la creencia absurda de poder sortear todos los peligros y salir indemnes.

No. La vida nos dejará heridos. Inevitablemente. Se trata de mirar al horizonte y no a la herida. Y de no esperar mucho. Que tengamos grandes ideales y buenas intenciones no garantiza más que tener grandes ideales y buenas intenciones. Nada más. En ninguna parte está escrito que los justos serán tratados justamente, al menos aquí abajo. Efectivamente, es injusto.

En el altar ofrecemos nuestros sueños: de nada (de poco) servirán.

(¡¡¡Qué hartura de este voluntarismo pamplinoso y monjil de creer que basta solo un pensamiento o un deseo para que las cosas cambien!!!! No. Las cosas no van a cambiar porque deseemos que cambien, por eso son cosas y no meros fantasmas. ¡¡¡Si no fuera así ya habríamos arruinado la Loteria Primitiva, por el amor de Dios!!!! En la historia de la humanidad solo ha habido Uno –dicen- al que le bastaba su mera voluntad -un solo pensamiento, una sola palabra- para multiplicar panes y peces. Del resto –que se sepa- nadie lo ha conseguido. Conseguimos relativamente poco con mucho esfuerzo: esa es la verdad. Querer es poder: qué imbecilidad).

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