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Ponerse a escribir sobre las propuestas de Cáritas es ponerse delante de una responsabilidad que va más allá de cubrir un sinfín de necesidades y tareas. Más difícil aún es ponerse a escribir sobre la responsabilidad que la comunidad tiene con los más necesitados. Y de ahí surge la primera cuestión. ¿Quiénes son? ¿Y para qué cubrir sus necesidades? Podemos seguir asistiéndolos o podemos poner medidas que los protejan y los puedan sacar de su exclusión e incluso, medidas que permitan dinamizar territorios excluidos.

En una provincia como esta, donde una de cada cuatro personas está en situación de exclusión y donde un 7,1% de sus habitantes están con carencia material severa y existe una tasa de riesgo de pobreza del 41,7%, Cáritas no solo actúa, sino que también denuncia y advierte. Denuncia a la sociedad y advierte a los administradores de la misma: ¡Basta ya de tanto debate teórico ideologizado! Es hora de tomar medidas. Basta ya de culpabilizar a los que no tienen posibilidades para afrontar el futuro, sino también para los que ayer tenían posibilidades y hoy se las han arrebatado. Se les ha excluido.

No hay políticas que fomenten el empleo. No hay itinerarios que integren a tantos miles de personas y que posibiliten una vida digna. Si ya de por sí, no hemos sabido planificar nuestra economía de tal manera que posibilite, trabajo para todos y riqueza para la comunidad, lo que se nos viene encima es mucho peor.  La tecnología está reemplazando la mano de obra, se está adueñando de las posibilidades de las personas para encontrar un puesto de trabajo, está condenando a poblaciones enteras a la pobreza y, por tanto, la comunidad debe sentirse solidaria con esa parte de la población. Y, por ende, la tecnología también debe estar disponible para todos. Unos la utilizarán para avanzar, otros se beneficiarán para que no los arrincone y desprecie. Unos y otros debemos buscar la forma de compartirla equitativamente.

San Juan Crisóstomo afirmaba que “no hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos. San Agustín decía que cuando tú tienes y tu hermano no, ocurren dos cosas: “Él carece de dinero y tú de justicia”. Y San Gregorio Magno concluía que “cuando suministramos cosas necesarias a los que nada tienen, les devolvemos lo que es suyo, no damos generosamente de lo nuestro: satisfacemos una obra de justicia, más que hacer una obra de misericordia”. La Doctrina Social de la Iglesia afirma que “los bienes creados deben llegar a todos de forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad” (GS 69). Igualmente ha recordado que la propiedad privada no es un derecho absoluto e intocable, sino subordinado al destino universal de los bienes. Así lo expresó Juan Pablo II: “Sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social” (SRS 42).

Y por eso, más allá del planteamiento moral, también proponemos algunas medidas factibles, que ayuden a esa redistribución de los bienes. Y una de ellas es la creación de una ayuda subjetiva que proporcione los recursos adecuados para vivir dignamente. Lo que últimamente se denomina una renta básica. Y esto no es un oportunismo de adhesión a las corrientes actuales. Cáritas lo lleva reclamando desde hace más de 30 años. Esa ayuda subjetiva, esa renta básica no universal, solo destinada a las personas excluidas, es factible ponerla en marcha y hay ejemplos en el País Vasco y Navarra. Y solo armonizando los subsidios, las ayudas, las rentas de inserción, etc., podríamos conocer no solo el importe disponible, sino valorar también el grado de cumplimiento de sus fines.

De este modo, ha llegado un momento en el que se ha traspasado el debate, escorado a las organizaciones de izquierda o a los planteamientos de la DSI. En enero pasado, fue tratado en el Foro Económico Mundial en Davos, donde uno de los asuntos planteados fue hablar de “la base sobre la que transformar un presente precario y construir un futuro más sólido”. Hace unos días la OCDE, también ha publicado un informe en el que intenta discernir si la Renta Básica sería viable, en qué condiciones y sus efectos.

Lo importante es que la preocupación sobre las consecuencias de la pobreza y la falta de acceso a los bienes de las personas, por su exclusión material, está siendo un foco de preocupación de los líderes del mundo económico y no por ser precisamente causa de cuestionamientos morales, sino porque pueden ser causa de un posible conflicto social y merma de un mercado que solo crea consumidores. Escuchaba recientemente un debate, donde entre otras cosas se decía que una renta básica es necesaria para ayudar a aquellas personas que perderán el trabajo por haber sido automatizado.

Hay economistas que afirman que “el ritmo de cambio es tan acelerado que hoy hasta la franja más joven de la población activa recuerda un mundo distinto”. Es tan grave la situación que ya no solo desde el compromiso personal, alentado por una fe que nos cuestiona y nos hace buscar soluciones comprometidas, sino que, desde un punto de vista puramente sociológico, podemos encontrarnos en un dilema. Si no actuamos para encontrar instrumentos para un reparto de la riqueza más equitativo, podemos encontrarnos a corto plazo con un conflicto, que ya comienza a visualizarse.

Sea como sea, desde Cáritas reclamamos un sistema que cubra económicamente las necesidades materiales de las personas, más allá de la fórmula a utilizar. Ya sabemos que cualquier medida en ese orden genera controversia e inquietud y así nos lo han reprochado en los últimos años y lo que es más doloroso, también desde algunos sectores eclesiales, porque algunos afirman que, o bien quitaría otras ayudas, o bien necesitaría de nuevos impuestos y además moderaría la garantía de ingresos de algunos sectores, para beneficiar a muchos que no quieren trabajar, fomentando el parasitismo social. Caritas solo reclama el trato justo hacía aquellos que no tienen “derecho” a ninguna ayuda social, según las condiciones actuales. Y para ello seguimos aportando, construyendo y trabajando.

Artículo de Francisco Domouso, director de Cáritas Diocesana de Asidonia-Jerez. 

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