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No me andaré con rodeos: no vas a estar de acuerdo conmigo. O sí, es una buena época para recibir sorpresas agradables, porque las desagradables ya las recibimos todos los vecinos el pasado fin de semana, unos “regalitos” que todavía permanecen en muchos lugares de la zona. Verás, este es un espacio de opinión en el que yo ofrezco la mía propia sobre el tema que estimo oportuno, pero ciñéndome a la zona intramuros, lo que solemos llamar el centro histórico. Pero me gustaría, a modo de experimento, que dejaras tu propia opinión sobre el artículo de esta semana, sin miedo, libremente, pero también sin insultos ni exabruptos a ser posible (ya eres mayorcito, tú sabrás lo que dices y cómo lo dices). ¿Entendido? Pues vamos allá.

Estamos viendo estos días cómo una gran cantidad de personas invade parte del barrio para disfrutar del ambiente navideño: ven el alumbrado, pasean por los mercadillos, realizan las compras para las fiestas, visitan los belenes o simplemente se dan una vuelta y toman algo en alguno de los establecimientos de la zona. Vemos también cómo la calle, el espacio público, las plazas y las aceras, también se presentan invadidas por mesas, sillas y pizarras. Villancicos, alegría y algarabía por doquier. Cuando ves esto y lo comentas en las redes sociales, sueles decir esa frase de “qué alegría de ver el centro (histórico) con vida”. Bajo mi punto de vista esa expresión es equivocada, porque se confunde ambiente con vida. Para mí un centro histórico vivo es eso, un lugar que se vive porque la gente vive en él. Que haya gente durante las tres o cuatro horas que pasas en la zona no es vida, es tener la calle ambientada. Ojo, que eso está muy bien, porque los vecinos también disfrutamos de ese ambiente cuando es bueno y nos alegramos muchísimo de que eso sea así. Pero no es vida, una persona no puede estar viva una serie de horas al día o a la semana y muerta el resto del tiempo, es una contradicción en sí misma.

No podemos favorecer la imagen de un centro histórico convertido en un mero decorado, en un parque temático que abre durante un tiempo a todo el que quiera venir y cierre a determinadas horas, sobre todo cuando ese atrezzo se resquebraja, se desprende y se derrumba. La clave está en los residentes, porque si la gente habita un lugar, ese tejido social termina generando comercios y negocios para abastecer a esas personas, lo que a su vez favorece la implantación de unos servicios públicos decentes y dignos (transportes, limpieza, seguridad…) y, al fin, la creación de un tejido hostelero sostenible e integrado en la zona, porque es la propia zona la que nutriría esa industria. Modelo de ciudad, se llama, pero que aquí vemos como un cuento de ciencia ficción o algo sólo al alcance de civilizaciones extraterrestres altamente avanzadas. Nada más lejos de la realidad: sería la forma perfecta de tener una ciudad viva y ambientada a la vez. Llenar todo el centro histórico de bares no es el camino, porque esa vida ficticia que ves y comentas en realidad está matando la vida verdadera que late en su interior a base de suciedad, incivismo, broncas y borracheras brutales. Lo hemos visto este pasado fin de semana, es una realidad tan irrebatible como que la gente se ha echado a la calle para disfrutar de las Zambombas.

A partir de ahora la opinión es tuya. Puedes darme la razón o intentar replicar lo que he escrito. Incluso puedes mandarme a vivir al campo, fíjate, pero ya te digo que, si eso es todo lo que tienes que responder, entonces es que tus argumentos son inexistentes, aparte de gastar unos segundos de tu tiempo, un esfuerzo mental y un desgaste físico en los dedos al escribirlo absolutamente innecesario, porque de aquí no se va a ir nadie. Nunca. ¿Qué es para ti un centro histórico vivo?

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