¿Qué es amor? ¿Y tú me lo preguntas?

El que ama pueda obsesionarse con la persona amada, en ocasiones hasta experimentar lo que hoy denominaríamos "adicción"

El corazón como símbolo del amor.
El corazón como símbolo del amor.

Los Beatles nos aseguraban que es todo lo que cada uno de nosotros necesitamos. Aparte de All you need is love, tanto el arte como la filosofía o la literatura están llenas de reflexiones sobre si el amor implica esto o lo otro. Si observamos que nadie se pone de acuerdo al respecto, mejor no asustarse. Así ha sucedido siempre. Profesora emérita de la Loyola University Chicago, Barbara H. Rosenwein se acerca en Amor. Una historia en cinco fantasías (Alianza, 2022), a las distintas formas en que la gente de otros tiempos abordó un problema, por definición, inagotable. Su relato, tan erudito como ameno, se estructura a partir de cinco fantasías: afinidad, trascendencia, obligación, obsesión e insaciabilidad. Estos conceptos, según la autora, son ilusiones que los seres humanos hemos utilizado para dar sentido a nuestras relaciones. Aparecen así, antes nuestros ojos, formas muy diversas de conjugar el verbo amar, aplicable tanto a nuestra pareja como a nuestros amigos o a Dios. 

Se supone que todo el mundo, o casi, busca un alma gemela. Sentimos atracción, si estamos en lo cierto, por lo que es semejante a nosotros. En tiempos de Homero (s. VIII a.C), esa afinidad significaba la concordia para gobernar el hogar. El corazón queda en un segundo plazo frente a la necesidad de gestionar los bienes económicos que componen el entorno doméstico. El filósofo Aristóteles, por su parte, no creía que un hombre pudiera encontrar su “otro yo” en una mujer. Necesitaba, por fuerza, a un amigo varón. Solo así podría establecer un vínculo afectivo especial en el que dos personas, ambas virtuosas, deseaban lo mejor la una para la otra. Para Agustín de Hipona, el obispo cristiano, la amistad solo podría ser sólida si se basaba en una comunidad de intereses religiosos. 

Otro tópico es el que señala que el amor nos eleva a una dimensión nueva, a un mundo superior, por encima de la naturaleza prosaica de lo cotidiano. Este sería el caso de la pasión del poeta medieval Dante Alighieri hacia la joven Beatriz, capaz de hacer que él se vuelva mejor. Los trovadores experimentaron algo muy similar, al sentirse ennoblecidos por sus amadas. El problema de todo esto, como señala Rosenwein, era la fugacidad de los momentos sublimes. Después del éxtasis había que volver a la realidad y continuar con la vida.  

Si hacemos caso de los votos matrimoniales que marca la tradición, el amor va a unido a múltiples y diversas obligaciones: honrar a la otra persona, serle fiel, guardarle fidelidad… En la Edad Media, Eloísa decía que prefería ser la concubina de Abelardo, no su esposa, para que este no sintiese que tenía algún deber que cumplir hacia ella. Claro que también es cierto que, a cambio de este aparente desprendimiento, esperaba ser amada incondicionalmente. En cualquier caso, lo cierto es que las responsabilidades de hombres y mujeres no eran las mismas. La doble moral establecía que las mujeres, como Penélope en La Odisea, mantuvieran una castidad estricta fuera del lecho nupcial. Al hombre, en cambio, solo se le exigía que no alardeara de sus romances. De ahí la discreción del Ulises homérico al regresar a Ítaca.

Pasaron los siglos y, con la llegada de los años sesenta, la revolución sexual propugnó un tipo de vínculo que no estuviera sometido a responsabilidades. Para Rosenwein, sin embargo, las parejas actuales implican muchas más exigencias que los que se fijaban en los antiguos contratos de matrimonio: todo debe hacerse por amor, incluso lo que nos parece una pesadez. 

El amor puede ser fuente de felicidad… y de desdicha. El que ama pueda obsesionarse con la persona amada, en ocasiones hasta experimentar lo que hoy denominaríamos “adicción”. Antiguamente, a este término se prefería la expresión popular de “mal de amores”. En la Grecia Clásica, Alcibíades, el famoso estratega, se enamoró en esos términos de Sócrates. Cada vez que le escuchaba hablar, según recoge Platón en El banquete, sentía que el corazón comenzaba a darle botes en el pecho. El filósofo, en cambio, no le correspondía. ¿Qué podía hacer para superar esta desgracia? Faltaban aún algunos siglos para que el poeta latino Ovidio escribiera Remedios de amor, donde recomendaba a sus lectores que no se enamoraran. Si a pesar de esta advertencia no podían evitarlo, lo mejor era tener la cabeza ocupada ya fuera en un negocio o en un viaje largo. 

Hay quien sufre por demasiado amor y quien no tiene nunca bastante. La insaciabilidad erótica es lo que la Iglesia católica engloba bajo el pecado de lujuria. El sexo, desde el punto de vista de la ortodoxia religiosa, debía destinarse únicamente a la procreación. Otros, en cambio, se dedicaron a disfrutar del placer físico. ¿Quién no recuerda a amantes legendarios como Giacomo Casanova o Don Juan? En Las amistades peligrosas (1782), la novela de Choderlos de Laclos, los protagonistas tienen muy claro que el amor es cosa de tontos. Ellos prefieren utilizar el juego de la seducción para sus oscuros propósitos. 

Es posible rastrear, en suma, todo tipo de ideas sobre lo que el amor es o debe ser. A lo largo de los siglos, gente de todo tipo ha guiado sus vidas por un concepto o por otro. En los años sesenta, los hippies proclamaron su “haz el amor y no la guerra”. En realidad, ambas cosas no están tan alejadas como suponemos. El hecho de que aún utilicemos el término “conquistar” como sinónimo de seducción así lo da a entender. Pero, por más que nos adentremos en las definiciones del pasado, tal vez Lope de Vega tuviera razón. No es el conocimiento intelectual el que más importa sino lo que sabemos por nuestra experiencia. Por eso, el Fénix de los Ingenios tras dar numerosas definiciones, remataba un soneto sobre lo que es el amor con estas palabras memorables: “Quien lo probó lo sabe”.  

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