Una persona mayor pasea por un mural en el Jerez rural.
Una persona mayor pasea por un mural en el Jerez rural. MANU GARCÍA

“Dentro de mí estás, pueblo mío,/ tanto como sobre los cerros en que te asientas,/
por mí van tus calles pinas hacia los siglos/ o extendidas hacia la vega/
que te trae la labor y el pan de cada día”.

(Rescoldos, José Antonio Muñoz Rojas).

Nací en Madrid. Mi infancia son recuerdos de un barrio a las afueras, cerca de la dehesa de la Villa. Luego mis padres consiguieron un piso en el Puente de Vallecas, de aquellos que en la puerta se leía: Instituto Nacional de la Vivienda, edificio construido al amparo del régimen de viviendas de Protección Oficial, y con la figura del yugo y las flechas.

Tendría yo seis años cuando con mis padres y mi hermano José María llegué a Vallecas, cerca del actual estadio del Rayo, que ha regresado a la división de honor. Mi hermana Cristina nacería más tarde. Primero un colegio público de primaria, y luego uno de secundaria el Colegio Sanz Raso, con un maestro Don Pedro Belinchón, que nos inició en los conocimientos de Matemáticas, Religión, Geografía, Literatura e Historia, bajo la atenta mirada de un cuadro de Franco y de un crucifijo que presidían la clase, junto a un mapa de España.

Mi alma urbana se educó en los años 50, en aquel barrio al sur de Madrid al que llegaban oleadas de andaluces y extremeños. En verano, las vacaciones se reducían a pasar unos días en el pueblo de mi madre, Galapagar, donde vivían sus padres y hermanos. Ese pueblo es famoso hoy, por vivir allí, el exlíder de Podemos, Pablo Iglesias y su familia, quienes han sido acosados por bárbaros ultraderechistas que desprecian los derechos y deberes que marca nuestra Constitución. Los acosos y los escraches contra cualquier persona, del signo político que sea, son indeseables e impropios de una sociedad democrática avanzada. ¡No a los escraches!

En verano íbamos algunos días a Galapagar a casa de mis tíos José y Carmen (hermana de mi madre), y mis primos. Mi alma urbana se convertía en rural esos días vacacionales. Mi tía nos enviaba a buscar “lupios”, decía, aunque creo que se refería a los espárragos trigueros. Los encontrábamos cerca de un arroyo. Algunos días madrugábamos a las seis y media, y con mi primo Pepe, acompañábamos a mi tío José que era vaquero, hacia el establo donde estaban estabuladas las vacas lecheras. Él las ordeñaba, a veces me dejaba que hiciera algún intento que solía resultar infructuoso. Y cuando llenábamos la lecheras de aluminio, mi primo y yo regresábamos a casa para preparar el desayuno con la leche recién ordeñada. Mi tía miraba la lechera y decía: ¡aquí falta leche!, y nosotros le decíamos: ¡se habrá caído por el camino! Y se quitaba la zapatilla para golpearnos en el culo, pues de sobra sabía que la leche que faltaba nos la habíamos bebido mi primo y yo por el camino, y aunque era un buchito cada uno, se notaba.

Aquellos eran tiempos de escasez y de penuria económica, aunque en los pueblos, al igual que ocurre ahora, las penurias y las dificultades se sobrellevan mejor que en las ciudades, porque la gente, los vecinos se ayudan. El uno te trae pan o vino, tú le obsequias con huevos, tomates o lechugas del huerto; la otra te trae un día un conejo, tú le devuelves el favor, con un pollo de corral, y así la vida en los pueblos transcurre más solidaria que en las ciudades, pues con poco se sale para adelante. Y en la pandemia de la Covid-19 hemos visto y estamos viendo esa solidaridad.

Estamos sufriendo ésta pandemia con la desgracia de miles de muertos (más de 80.700 sólo en España; en el mundo 3,9 millones de víctimas); estamos esperanzados con la marcha de la vacunación, aunque hasta que la mayor parte de la población mundial no lo esté, el peligro seguirá ahí. La Covid-19, ha puesto a prueba los recursos sanitarios y hospitalarios de España y del mundo, y hemos visto sus debilidades y sus fortalezas; pero la habido otras consecuencias dramáticas como el hundimiento de la economía y la destrucción de empleo. Tras lo ocurrido, mucha gente se plantea dejar la ciudad e irse al campo, a un pequeño o mediano pueblo, donde los alquileres son más bajos, los alimentos son más sanos y más baratos, y la vida más placentera cerca de la Naturaleza. Puedes afrontar tu futuro mediante el teletrabajo, eso sí, una asignatura pendiente para los pueblos del interior es mejorar las comunicaciones.

Un buen aliciente es introducir la banda ancha, y mejorar la cobertura telefónica y de wifi, que no tengas que irte al pie del castillo o de la ermita en lo alto del pueblo, para poder comunicar con el exterior, esto es prioritario como efecto llamada para los jóvenes que quieren quedarse en el pueblo, o para aquellos que piensan dejar la ciudad para irse al campo. Los Ayuntamientos, las Diputaciones y la Junta de Andalucía, tienen que pensar en mejorar las comunicaciones con una red de autobuses ligeros que conecten los pueblos entre sí y con la capital, y establecer bonobuses rurales, para ahorrar en tiempo y en dinero. La Junta de Andalucía ha puesto en marcha una nueva ruta del taxi rural, la segunda,dentro del programa “Andalucía Rural conectada”, que unirá los pueblos de Belmez, Villanueva del Rey, Espiel y Pozoblanco en el Valle de los Pedroches, en Córdoba. El precio para el usuario oscila entre 3,50 y 6,35 euros, algo razonable. Aplaudo esta iniciativa de la Junta y deseo que se extienda a otras zonas de nuestra extensa geografía interior.

Un asunto que clama al cielo y que levanta protestas airadas de la gente es el exceso de burocracia. La exigencia de papeles para esto y para aquello, por parte de múltiples organismos e instituciones. Papeles y trabas para abrir una explotación agrícola o ganadera, para un vallado perimetral, ampliar una nave, o realizar una nueva construcción. La licencia de obras y los permisos agroambientales se eterniza en el tiempo, en despachos y ventanillas, poniendo dificultades al ciudadano, en vez de ayudarle a agilizar los trámites, que para eso deberían estar los funcionarios públicos y no para hacerle la vida imposible a la mujer y al hombre emprendedor. Si tienes iniciativa y quieres ampliar tu cabaña ganadera de cerdos, vacas, ovejas o cabras, problemas. Si quieres construir una nave para enfriar la leche de vaca, o de cabra, y elaborar quesos de cabra, oveja y vaca, las trabas y el papeleo exigido te impiden atender a los animales, toda vez que tienes que hacer viajes a la capital de la comarca o de la provincia para formalizar lo que te exigen, y perder toda una mañana. Igual para abrir un alojamiento rural. Papeles, ventanillas, costos que se suman al irracional exceso burocrático

Algunos de los jóvenes que sigan en el pueblo se plantearán seguir las huellas de los padres y abuelos en la agricultura o ganadería; los nuevos de fuera que se incorporen, algunos inmigrantes, buscarán trabajar en las diferentes labores y campañas agrícolas y ganaderas que ofrece el campo, o trabajar en la construcción o en otra actividad, o querrán abrir una pequeña tienda de artesanía, un taller de carpintería, cerrajería; una ferretería–fontanería, tan necesarias; o quizá un taller mecánico, pues a veces tienes que desplazarte muchos kilómetros para encontrar un taller de coches o de motos. También puedes abrir una tienda de venta y arreglo de bicicletas, o patinetes, ahora que están en auge. O hacerte hortelana ecológica y vender “in situ” y “on line”.

Si eres experto en informática, y resuelvas el problema del ordenador, de la tablet o del móvil, a los vecinos jóvenes y mayores, seguro que tienes futuro. O abrir una pequeña tienda de comestibles, o de electrodomésticos, una zapatería, una pescadería, una mercería, una tienda de ropa, una tienda de deportes. Puedes lanzarte a abrir un Alojamiento Rural, o un bar, o restaurante, imprescindibles para dar vida al pueblo. Y no puede faltar una farmacia en tu pueblo, y un centro de salud. Sin farmacia y centro de salud, la gente huye de los pueblos. Estos servicios son esenciales. Si no lo tiene tu pueblo por ser pequeño, que lo tengas en otro cercano adónde llegues en coche en menos de media hora. Sin educación no hay libertad. Y los jóvenes padres quieren un colegio y unas maestras y maestros que les garanticen una educación para sus hijos, y si el pueblo tiene unos miles de habitantes, un Instituto para llegar al Bachillerato sin tener que salir del pueblo o de la comarca.

Desde que el periodista y escritor Sergio del Molino publicó La España vacía, en 2016, la frase o el término (entendido como expresión de un concepto) se ha puesto de moda. Yo no estoy de acuerdo con los términos la España vacía, ni la España vaciada. Sí, es verdad, que hay pueblos de España que se van despoblando, incluso aldeas y alquerías abandonadas, en las que quedan una o dos familias, pero la España vacía o vaciada no existe, salvo que nos refiramos a aquellos pueblos, cerca de 500, que tuvieron que ser abandonados en la etapa franquista ante el riesgo de ser tragados por las aguas de los pantanos que se construyeron. Sergio del Molino reconoce en las páginas 36 y 37 de su libro: “Pero lo cierto es que la España vacía nunca estuvo llena. Incluso está menos vacía ahora que antes… La despoblación existe, es un fenómeno constatado, pero la percepción de vaciamiento tiene más que ver con una población estancada, mientras que en las áreas urbanas ha crecido de una forma brutal”.

Los pueblos del interior de Andalucía resisten la furia del despoblamiento, pero en algunos desde hace décadas se nota el goteo de la gente que se va a las ciudades. Sin duda, la Unión Europea ha ayudado mucho a mantener vivo el medio rural. Las ayudas Feder, la creación de los Grupos de Desarrollo Rural, agrupados en ARA (Asociación para el Desarrollo Rural de Andalucia), ha posibilitado acciones e iniciativas de emprendimiento y Desarrollo Rural en más de 700 pueblos andaluces, como por ejemplo desarrollar una red de alojamientos rurales que han servido para crear empleo, riqueza y dar vida a los pueblos, con la llegada de un turismo urbano que busca tranquilidad, esparcimiento y contacto con el medio rural. Los fondos europeos que se esperan como el maná, y la Nueva PAC más verde, con proyectos Next Generation y De la granja a la mesa, si se encarrilan bien, pueden solucionar en parte el que los pueblos se mantengan con vida, y esa responsabilidad recae en los administradores: El Estado, las comunidades autónomas, las diputaciones, los Ayuntamientos; y en la propia gente que vive en los pueblos.

Las mujeres son fundamentales para mantener ese medio rural vivo, pues son ellas las cuidadoras y las transmisoras de la cultura, las costumbres y las tradiciones. Sin ellas, no habrá crecimiento poblacional, no se traerán niños al pueblo. Las mujeres con su saber hacer en cualquier actividad laboral, son garantes de un mundo rural vivo. La escritora, poeta y veterinaria cordobesa María Sánchez, hija y nieta de veterinarios, ha escrito un precioso libro Tierra de mujeres, en el que critica el papel al que se ha sometido a la mujer y el poco reconocimiento de la sociedad a su labor: “Mujeres invisibles, a la sombra del hermano. A la sombra y al servicio del hermano, del padre, del marido, de los mismos hijos… Y se pregunta: ¿Porqué hemos normalizado que ellas fueran apartadas de nuestra narrativa y no formaran parte de la historia?… ¿Por qué no son ellas las que escriben sobre nuestro medio rural? La respuesta está en ella misma, María Sánchez que ha decidido escribir sobre el medio rural, al igual que Irene Solá, con su libro Canto yo y la montaña baila, o Sara Mesa con su libro Un amor, cuya acción transcurre en un pueblito del Pirineo al que se retira la protagonista.

Pero no hay que olvidar a los escritores que han escrito y escriben sobre el medio rural, el británico John Berger que en su trilogia “De sus fatigas”, contó las vicisitudes de vivir en el medio rural y el paso a la ciudad de los protagonistas, que más tarde añoran aquella vida primigenia perdida. Poetas y narradores como el cordobés Alejandro López Andrada, gran poeta, quien canta a lo que se va perdiendo: “Soy el último hombre que habla con los pájaros,/ el que susurra al ojo del autillo/ cuando en el campo/ ya no queda nadie/. Y como no traer aquí al gran poeta antequerano José Antonio Muñoz Rojas (Antequera, 1909-Mollina 2009), a quien entrevisté en 2002 para Tierra y Mar. De su libro Las cosas del campo: “Hombres del campo, hechos al polvo y a la pena, con la copla sin alegría, pardos, contra el suelo, surco va, surco viene, ya al arado, ya a la hoz o al azadón uncidos a la tierra, nobles hombres del campo, en el olvido y en la desesperanza”. Claro que cuando Muñoz Rojas escribió este libro en prosa poética, en los años 50, no existían los tractores y las segadoras que hoy existen con aire acondicionado, radio y asientos ergonómicos que hacen comodísimas las labores del campo, aunque este avance tecnológico ha supuesto también la pérdida de muchos jornales y puestos de trabajo.

La Covid-19 ha hecho que muchas personas que viven en ciudades se planteen vivir en el campo. Esta pandemia, yo digo que es como un mensajero de lo que viene con más virulencia, el cambio climático. Del medio rural nos llegan a las ciudades la energía, el agua, los alimentos; si no protegemos y cuidamos a los habitantes de los pueblos, éstos se irán despoblando. Para 2050 el Fondo Monetario Internacional estima que 2/3 de la población mundial, unos 6.300 millones de personas, vivirá en megaciudades. En 2030, habrá más de 40 megaciudades en el mundo, cada una con más de 10 millones de personas. Y me pregunto: ¿Qué será de nuestros pueblos? ¿Podremos parar esa tendencia? Los jóvenes de hoy, podrán defender la vida en el mundo rural, con uñas y dientes? Está en juego el futuro del medio rural y la defensa del alma de los pueblos. Todas y todos debemos contribuir a su conservación, pensando en las futuras generaciones.

Este artículo se publicó originalmente en Portal de Andalucía.

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