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Nadie recuerda que el 86% de los hurtos en EEUU los practican hombres y que el 82’65% de los crímenes en España son ejecutados por varones.

Los constantes ataques terroristas que asolan Europa no paran de alimentar la islamofobia que, por cierto, nunca dejó de existir entre la población occidental. Los medios de comunicación y las clases políticas culpan en sus portadas y mítines al islamismo todos los días. La religión radical es el foco de todos nuestros problemas sociales. En Estados Unidos, a menudo, la culpa es también de lxs negrxs o de lxs mexicanxs. Las cabeceras y los dedos apuntan directos a una etnia, un color de piel o una nacionalidad.

Estas generalizaciones y acusaciones sin criterio no son nuevas. La Historia de la Propaganda las ha estudiado en incontables ocasiones. Las élites políticas y mediáticas manipulan el mensaje para infundir odio y miedo, a partes iguales, entre la población, dirigidas siempre hacia un grupo oprimido o minoritario de forma indiscriminada. Afirmaciones tan rotundas e injustas como “todxs lxs gitanxs son ladronxs”, “todxs lxs latinxs son narcotraficantes”, “lxs musulmanxs son todxs unxs terroristas radicales” o “lxs negrxs son violentxs por naturaleza”, llegan a nuestros oídos. A pesar de contar con estadísticas que demuestran que ni la islamofobia, ni el racismo, ni la xenofobia tienen razón de ser, estos mecanismos de control siguen funcionando.

En cambio, hay un denominador común que, según los mismos estudios, sí que se repite en agresorxs y culpables: su género. Con proporciones abrumadoras, los hombres ejecutan esos crímenes con más frecuencia que las mujeres (y sobre ellas), pero nadie los apunta. Ni si quiera cuando no se puede culpar a una etnia, porque el atacante es blanco; ni a una nacionalidad, porque resulta ser ciudadano americano; ni a una religión, ya que el criminal era profundamente católico o protestante; ni si quiera entonces, se cuestiona la razón de género. En esos casos, tan “aislados” como los de corrupción del PP, el criminal es tan solo un pirado incomprendido, un loco esporádico, un tío solitario que jugaba demasiado a los videojuegos.

Cuando repunta el miedo hacia determinados grupos sociales, raciales o religiosos, nadie recuerda que el 86% de los hurtos en EEUU los practican hombres (FBI, 2011) y que el 82’65% de los crímenes en España son ejecutados por varones (Ministerio del Interior, 2014). Entre las víctimas de homicidios voluntarios hay más hombres que mujeres, es cierto, pero el 95% de los asesinos a nivel global son otros hombres (UNODC, 2014). Eso, sin contar los asesinatos civiles —lo que llaman daños colaterales— que perpetran nuestros ejércitos, compuestos en un 87’5% por, sorpresa, más hombres (Ministerio de Defensa, 2017).

Como cualquier otra persona, tengo un 0’00083% de posibilidades de ser víctima de un ataque terrorista. Pero, exclusivamente como mujer, la probabilidad de que mi muerte sea a manos de un hombre es del 38% (OMS, 2017). Y, por si esto fuera poco, tengo también otro 35% de probabilidad de sufrir violencia física o sexual, de nuevo, por un hombre (OMS, 2017). Pese a ello, cuando comuniqué a mis familiares y amigxs que me vendría a vivir a Londres, solo escuché preocupaciones y advertencias sobre terrorismo.

La Violencia de Género afecta, de una manera u otra, al 100% de las mujeres en el mundo y siempre está perpetuada por hombres. Esto no quiere decir que todos los hombres son agresores, ¡qué Diosa me libre de recibir un Not All Men! Pero sí, que todos los agresores son hombres. Ahora, con todos estos datos sobre la mesa —y al alcance de cualquiera con Internet— solo me queda preguntarme, ¿por qué demonios nadie teme a los hombres?

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