Los optimistas somos así. Siempre vemos el vaso medio lleno. Si está a punto de comenzar la Feria del Caballo nos decantamos por la euforia. Cuando termina no nos deprimimos.
Los optimistas somos así. Siempre vemos el vaso medio lleno. Si está a punto de comenzar la Feria del Caballo nos decantamos por la euforia. Cuando termina no nos deprimimos. Pensamos: por fin se acabó la temporada de fiestas. Ya –con permiso de los rocieros- podemos descansar. Nos decimos a nosotros mismos, a nuestros amigos, familiares, pareja, etcétera: qué bien que ahora podemos ir tranquilamente a la playa, disfrutar de la tranquilidad y la paz, del fin de las aglomeraciones, las resacas y los despilfarros… Lo bueno que tenemos es que no nos desanimamos jamás.
Lo cierto es que una Feria de sábado a sábado cansa, en eso se impone la lógica. Al que más y al que menos, al optimista y al pesimista, se le suele hacer eterna. Pero los que formamos parte del primer grupo, tenemos que reconocerlo, es que nos alegramos de todo. Cuando se acabe el verano, ya verán, diremos: no aguantaba más este calor. Agradeceremos cuando lleguen las gélidas temperaturas y las lluvias, aunque últimamente con el cambio climático sea difícil predecir nada. Hemos sido bendecidos con el don del conformismo y cualquier acontecimiento lo celebramos ante nuestro Dios particular.
Así que hoy estamos contentos, aunque se haya puesto fin a los que hace una semana acogíamos con nuestra mejor sonrisa. Aplaudiremos de la misma manera que hoy, en las primarias socialistas, gane Susana Díaz o Pedro Sánchez. A todo le veremos el lado bueno. Si la victoria la obtiene la primera, diremos que más vale malo conocido, que han triunfado la moderación, el sentido común y el establishment. Si es el segundo el que se alza con el dudoso premio de dirigir a un PSOE más escindido que nunca, seremos felices también. Porque hacía falta un cambio, aires nuevos, un soplo de aire fresco… Y es que los optimistas somos así.
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