Pompas de jabón en un genocidio

Nour Faraj, una niña palestina de diez años, guarda en sí la resiliencia de su pueblo, el ánimo vital de la infancia que no se da por vencido

07 de diciembre de 2025 a las 10:55h
Nour Faraj, niña palestina de diez años, junto a su madre.
Nour Faraj, niña palestina de diez años, junto a su madre.

Hace unos días vi unas imágenes tomadas por el fotoperiodista Bruno Thevenin. En dos de ellas hay pompas de jabón. En la primera, muestra a una madre haciendo pompas de jabón para su hija de diez años, Nour Faraj. Esta niña palestina, gazatí, está sentada en una silla de ruedas con un pingüino de peluche en el regazo, una leve sonrisa cerrada en el rostro y un halo de tristeza en la mirada. Sujeta un ramillete de globos en su mano izquierda, la única extremidad que tiene, el brazo derecho y las piernas amputados, los perdió en un bombardeo israelí en Gaza. 

En la segunda imagen, un joven soldado israelí hace pompas de jabón, contemplándolas con la cara absorta y placentera de un niño, en el Muro de las Lamentaciones. 

Nour Faraj, a sus diez años está al final de su infancia. Seguro que tendrá recuerdos de más pequeña, de juegos, de amiguitos..., aunque los haya enturbiado la tremenda dureza de la vida cotidiana en medio de bombardeos, desplazamientos forzados y miseria. También puede que crucen por su mente cómo podrá hacer las cosas, qué jovencito la va a querer mutilada, si podrá realizar las aspiraciones que tenía... A los diez años los niños y las niñas piensan, ven el mundo, comienzan a conocer el mundo. Y puede que todos sus pensamientos sean interrumpidos por molestias o dolores de sus miembros fantasmas. Fantasmas concebidos y creados por un gobierno genocida. 

Al joven soldado israelí, a lo mejor, su pensamiento y su sueño le juegan malas pasadas en ocasiones cruzando por ellos fantasmas y pesadillas, pero serán descartados con rapidez. Desde niño se le enseñó que los palestinos son usurpadores de la Tierra de Israel, que son bárbaros, terroristas, seres sin escrúpulos. Así, cuando mate y hiera, se sentirá absuelto, será absuelto social y moralmente de sus crímenes. Es su deber y lo ha cumplido. Encontrará los parabienes de su familia, sus amigos, su rabino y del gobierno que lo convirtió en asesino. 

Quizá exclamemos ¡qué pena! al ver a Nour, suponiendo que toda su vida se reducirá al escueto espacio de una silla de ruedas y la tristeza, pero no sabemos qué fortaleza de carácter, qué resiliencia de ánimo, qué fuertes vínculos afectivos están con ella, a pesar de las terribles circunstancias que ha vivido. Ni las oportunidades que le traerá el futuro para realizar sus sueños, para construir su vida. Esta niña palestina guarda en sí la resiliencia de su pueblo, el ánimo vital de la infancia que no se da por vencido. Hay un largo etcétera en el podría suceder.  

No se nos ocurre apenarnos por ese joven soldado del que lo ignoramos todo, salvo que ha crecido en una sociedad que lo ha imbuido en el desprecio hacia el pueblo vecino, que le ha inculcado que son enemigos eternos. Hace felices pompas de jabón mientras tiene encomendado el asesinato y mutilación de inocentes, porque ignora que a él mismo le han amputado los sentimientos y la ética humanos. Puede que al cabo de los años la vida le ponga por delante las imágenes de la destrucción y muerte a la que contribuyó. Y lo que en su día fueron pesadillas difusas o pensamientos fugaces se hagan visibles y patentes en fotografías y vídeos, y vea como cercenaron su vida con el mismo espíritu de deshumanización que a decenas de miles de palestinos. La bestialidad del poder no hace distingos, solo varía argumentos. 

Dice Bruno Thevenin, el autor de estas fotografías, en Exterminad a todos los salvajes, publicado en el El Salto, “No se trata solo de controlar el territorio: estas prácticas buscan deshumanizar a toda una generación, minar la infancia y dejar cicatrices profundas en toda la sociedad palestina”. Y más adelante, el gobierno israelí “busca fragmentar la sociedad desde la infancia, porque a Israel solo le interesa una tierra sin palestinos”.  

Cabe confiar en la resiliencia del pueblo palestino, que se aprende desde la cuna, y en que los jóvenes y jovencísimos soldados israelíes abran los ojos y vean cómo su propio gobierno los convierte en instrumentos de su genocidio. Habrá que confiar en que todas las voces de todas la edades que aún se alzan por todo el mundo pidiendo el cese del genocidio lo sigan haciendo, en que no nos dejemos silenciar por un supuesto plan de paz que legaliza la colonización de los territorios palestinos. Y esperar que esos israelíes que no están ciegos ante las atrocidades de su gobierno alcen la voz por los medios que puedan y sorteen la fuerte represión gubernamental. 

Y mientras esperamos que Israel deje pasar hacia Gaza toda la ayuda humanitaria y todo tipo de artículos que necesitan los palestinos, mientras esperamos que deje entrar a los periodistas extranjeros, mientras esperamos que deje salir a todos los palestinos de todas las edades que necesitan atención médica urgente, mientras esperamos que deje de matar, pues sigue pese al alto el fuego, no perdamos de vista que varios países europeos, entre ellos nuestro vecino francés, tienen previsto implantar el servicio militar obligatorio o voluntario.

Seamos consciente de esto los adultos y protejamos a nuestra infancia y juventud para que los estados europeos no jueguen a deshumanizarlas, convirtiéndolas en instrumentos de intereses políticos, económicos, tecnológicos y armamentísticos.

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