Cádiz ha vuelto a encender su macroiluminación navideña. Drones, brillo y un despliegue espectacular que, según dicen, "impulsa el comercio" y "mantiene el empleo". Una vez más, la ciudad responde con una intensidad casi obsesiva al modelo del espectáculo permanente: inauguraciones llamativas, festividades exageradas y eventos que recuerdan más al marketing turístico que a la vida real.
Como mujer y feminista, sé que la luz es importante para ahuyentar las sombras, pero me pregunto: ¿qué hay detrás de este brillo? La política municipal parece haber adoptado el Síndrome del Maquillaje: gastar una fortuna en el embellecimiento de la fachada, mientras la casa (el tejido social, la infraestructura del cuidado, la autonomía de sus habitantes) se cae a pedazos. El brillo de estas miles de bombillas no solo disimula la penumbra institucional; ilumina el fracaso de una gestión que no ha sabido poner la sostenibilidad de la vida en el centro.
El problema no es la Navidad, sino el contraste de prioridades. La narrativa oficial sostiene que estas luces son una inversión que "impulsa el comercio" y "mantiene el empleo en la hostelería". Pero la realidad que se vive a pie de calle, especialmente la que experimentan las mujeres, es muy distinta.
Cádiz no es Málaga
Cádiz no es Málaga, ni el poder adquisitivo de su turismo, ni su capacidad recaudatoria. Pretender que una ciudad con un tejido social frágil va a sostenerse a base de selfies y luces led es no querer ver su verdadera situación. El discurso del espectáculo nos distrae del trabajo político esencial: la gestión que deja huella.
Mientras se invierte en espectáculos efímeros, lo realmente esencial –el sostén de las vidas– se queda en la penumbra. Este concepto, central para el feminismo, abarca todo aquello que es necesario para que las personas puedan vivir dignamente: servicios públicos, conciliación, vivienda y oportunidades reales.
El dinero que se dedica a luces y macro-espectáculos no se invierte en reforzar la red de servicios sociales, en crear escuelas infantiles municipales accesibles, o en programas de conciliación que son la verdadera infraestructura que permite a las mujeres participar plenamente en la vida pública y laboral. El brillo rápido no sustituye la política que cuida.
Uno de los problemas estructurales que hoy asfixia a Cádiz, y que se siente con especial dureza en los hogares monomarentales y entre las jóvenes que buscan emanciparse, es la emergencia de la vivienda.
Cada año sube el coste de la vida y cada vez es más difícil encontrar un alquiler. La falta de inversión y la ausencia de planificación en materia de vivienda accesible no es un error de gestión, es una decisión política. Y esta decisión tiene un profundo impacto para la ciudadanía.
Además, la precariedad habitacional fuerza a muchas mujeres a permanecer en situaciones de dependencia económica, limita su autonomía y, en los casos más extremos, puede ser un factor que impida a las supervivientes de violencia de género dar ese primer paso hacia una vida segura e independiente. Una vivienda digna no es solo un derecho; es una herramienta fundamental para la emancipación femenina. Las luces de diciembre no pagan la fianza de un piso en enero.
Se nos vende la idea de que la inversión en luces es pro-empleo. ¿Pero qué tipo de empleo? La mayoría de las jóvenes gaditanas se concentran en sectores altamente feminizados: hostelería, comercio y servicios. La Navidad, en lugar de crear empleo estable y de calidad, a menudo sólo aumenta las horas extra no remuneradas, la temporalidad y la explotación en estos ámbitos.
Las luces ofrecen un breve espejismo
Las luces no crean estructuras de carrera a largo plazo. Sólo ofrecen un breve espejismo de actividad que no resuelve el problema de fondo: la fuga constante de talento y la ausencia de inversión en sectores productivos estables y diversificados. El resultado es que la juventud, y especialmente la mujer joven, sigue atrapada en una precariedad que no se mejora con decoración.
A esta dinámica de prioridades equivocadas se suma un problema ya señalado, pero que desde la perspectiva feminista es profundamente irónico: la falta de transparencia institucional.
La ciudadanía tiene miles de luces en las calles, sí, pero ninguna luz encendida en los presupuestos, ni en los contratos, ni en las explicaciones claras sobre la gestión pública. Para comprobarlo, solo hay que intentar obtener información clara sobre costes y decisiones en la propia página de transparencia del Ayuntamiento.
Es una contradicción flagrante que una ciudad tan obsesionada con el brillo externo tenga unas instituciones cada vez más opacas. Esta falta de claridad mina la confianza y nos impide como sociedad auditar si el dinero público está sirviendo para sostener la vida o simplemente para financiar la propaganda, su propaganda.
La ciudadanía no es ingenua
Esta crítica no tiene que ver con estar en contra de la Navidad, sino con exigir prioridades políticas. Decidir si lo importante es gobernar para producir espectáculo o gobernar para sostener la vida; elegir si tener unas calles brillantes en diciembre es más importante que tener una ciudad digna el resto del año.
La ciudadanía no es ingenua. Sabe leer la diferencia entre un gesto simbólico y una política real. Y sabe perfectamente que el dinero dedicado a espectáculos efímeros podría emplearse en resolver aquello que hoy asfixia a Cádiz: la inversión en vivienda accesible, la creación de empleo estable, el deterioro de los barrios y, fundamentalmente, el refuerzo de la infraestructura de los cuidados y la conciliación.
El brillo está bien para unas horas. Pero lo que sostiene una ciudad y lo que garantiza la autonomía y la dignidad de Cádiz no es lo que se enciende por Navidad, sino lo que permanece encendido todo el año: la inversión inteligente, la gestión transparente y una política centrada en las personas.


