Los pobres están cabreados, los ricos contentos. Históricamente, cuando los pobres se han cabreado ha habido revoluciones. Ahora parece que se anuncia todo lo contrario, involuciones, vueltas al pasado. Está claro que el cabreo es con el Gobierno. Lo que no está claro es que los cabreados sean realmente pobres. Dicen que el Gobierno les está llevando a la pobreza. Un kilo de pimientos a cuatro euros empobrece a cualquiera, eso es evidente. Y un recibo de la luz bimestral que suma 400 euros también. Sospecho que lo que ocurre es que la clase media está perdiendo poder adquisitivo, algo grave y preocupante, pero muy diferente a ser pobre. No me puedo comprar un Jaguar o un Mercedes y me tengo que conformar con un Audi.
La pobreza es otra cosa. Cuando los pobres se cabrean suelen protagonizar revoluciones. Los ricos no hacen ni revoluciones ni involuciones por la sencilla razón de que viven en el mejor de los mundos. No necesitan cambias nada. Desde sus atalayas otean el horizonte y hacen caja con todo. A río revuelto... Son pocos y se quieren mucho, demasiado. En nuestras sociedades, los pobres se parecen a los ricos en que también son pocos, pero a diferencia de ellos, éstos se quieren poco, casi nada. Desde sus covachas no ven ningún horizonte ni hacen caja con nada. Del río revuelto lo único que pueden esperar es que les arrastre al mar de la indigencia. Ricos y pobres se saben ajenos a lo que ocurre en el mundo exterior.
La clase media no se parece en nada a los ricos y a los pobres. Son muchos y se consideran el centro del universo. Son el universo. Por eso es otro cantar cuando los cabreados pertenecen a la clase media. Y ese cantar suele llamarse involución, extrema derecha, mano dura, cuarteles. Machos alfa, racismo, machismo y xenofobia. Lo nuestro por delante. Lo decía Trump y lo dicen Boris Johnson y Putin. Y Abascal. Quieren acabar con un sistema basado en el estado del bienestar para abrir las puertas a la ley de la jungla. La UE nos priva de libertad, dicen. Demasiadas normas y restricciones. Queremos hacer lo que nos dé la gana. (Ellos dirían "lo que nos salga de los c..."). Y así nos encontramos con la paradoja de tener a los partidos de izquierdas empeñados en defender el sistema, aunque no les guste, las normas y el estado fuerte. Y a los partidos de derechas queriendo acabar con el orden establecido. Lo revolucionario de la clase media es ser de derechas. Está de moda. La libertad por encima de todo. Mi libertad por encima de todos.
La clase media no es uniforme. Los situados en la franja alta tienden a la satisfacción, a la insatisfacción los de abajo, siempre en riesgo de ser engullidos por el infierno de los que viven en la pobreza. ¡Es tan fácil bajar y tan difícil subir! Dentro de la clase media están los llamados "quiero y no puedo". Son los más desafortunados porque viven en lucha permanente consigo mismos y contra la humanidad. Suelen ser los agitadores de la clase, los más proclives a los discursos catastrofistas de la extrema derecha.
Pobres cabreados, no saben lo que les queda que sufrir. Porque los caminos del cabreo son inescrutables. Ocurrió algo similar en 1920 y 1930 a raíz de las dos grandes crisis económicas que pusieron el mundo patas arriba. El final de aquella escalada populista fue la segunda guerra mundial. Como entonces, la democracia liberal ya no encandila. Frente al desconcierto de los partidos institucionales, las certezas simples pero contundentes de la derecha. Cuatro ideas nada más, pero clavadas a machamartillo. Cuatro ideas con ciertos fundamentos (el precio del combustible, los recibos de la luz, las restricciones a la caza...) que son abrazadas como verdades incuestionables por quienes prefieren la mentira antes que vivir en la incertidumbre del mañana. El tiempo ha desaparecido y nada es más real que el presente.
A estos "revolucionarios" de derechas no les faltan argumentos para armar su discurso. Los pimientos a cuatro euros el kilo están ahí. Y los recibos de la luz y de la gasolina. Los sufren la clase media y los pobres. Los ricos no saben y les importa un pimiento lo que cuesta un kilo de pimientos. De la luz sólo conocen los beneficios que les reportan sus acciones de las compañías eléctricas. Entonces llega el populismo, fríe los pimientos en vitrocerámica de inducción, los transporta con tráiler de llantas relucientes y los vende baratos en el mercado de los votos. Y se forra.
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