La maravillosa historia acontecida por un timbre

Yo puedo cerrar los ojos, echar para atrás el tiempo y veo vacas palurdas bebiendo en un abrevadero junto al árbol antiguo

Un timbre.
30 de octubre de 2025 a las 10:26h

A Cristóbal, a duras penas, le alcanzó para hacerse con una modesta parcela donde nada más había horizonte. Mi padre, meses antes, decidió poner su vida y la de mi madre en un lugar tan lejos de todo que el mismo Jerez, en días nublados y desde aquella lejana parcela comprada a los Lobatones, solo podía adivinarse si al indeseable poniente le daba por enviar rachas de vino viejo del centro a su campo de jaramagos. Si no sucedía así, si el viento prefería refugiarse en su isla de Eolia, únicamente quedaban oscuridad y silencio sobre la sufrida tierra. Dónde me has traío Cristobilla le recordaba mi madre en esas noches de granizo en las que mis hermanos y yo queríamos saber.

En primavera, por suerte, todo era diferente. La ciudad, para los primeros vecinos de esa barriada aun sin nombre, era perfil palpitante y cenizo de un potro cartujano. Los tejados de La Asunción era la crin. El humo de la fábrica de botellas, el aliento del animal. El rumor del tráfico, el relincho de un caballo desbocado.

Ojalá hubiera tenido cinco mil pesetas más, se lamenta mi padre sin revanchas. Pero no me quejo porque un año antes se quemó el chozo de mi mare y no teníamos ni donde dormir.

Cristóbal compró un destino donde en él solo cohabitaban un horizonte colorado rico en hierro y quebranto, unos pocos pinos que dieron durante un tiempo refugio a besos descarriados y un canal sin agua que terminaba en Estella y que nadie supo nunca de dónde venía. Aquí irá la puerta de la casa. Siempre de frente al sol. Mi padre dibujaba en su libreta, con un lápiz con olor a corazón, mientras le comentaba a su cuñado. Y allí el pozo, a los pies del naranjo. Yo puedo cerrar los ojos, echar para atrás el tiempo y veo vacas palurdas bebiendo en un abrevadero junto al árbol antiguo. A lo lejos, como telón de fondo, una hilera de pitas nuevas arañando el vientre húmedo de una mañana de diciembre. Antes llovía, sin llover dicen los sabios.

Y cuñao, cuando vengas a mi casa, tú tocarás el timbre se lanzó a decir mi padre con la sonrisa de los que sueñan cuando allí, en ese presente que los dos compartieron, únicamente se mantenían en eléctrico equilibrio mi madre, el cielo estrellado y una pila de ladrillos de barro sobre un montículo de arena.

El día que abrí la puerta de mi casa, por primera vez, fue el día más feliz de mi vida.