Todos los días comía pescado. No había día ni noche que El Pili, como tuétano de vieja y gitana familia de pescadores, no comiera pescado. Con El Puerto a dos pasos y Sanlúcar a tres saltos.., ustedes dirán. Mi abuelo no sabría de ciervos ni de cochinos, pero de chocos y acedías era el número uno se ríe el bueno del Peña mientras cuenta. Eso sí, un día, el gitano, no sé qué le pasaría a mi abuelo por la cabeza, le pidió a mi abuela huevos fritos con tomate.
Un plato que el más pobre de los pobres inventaría para los suyos y que ahora se lo arrebatan los ricos en los restaurantes estrellados. Dame un cachó de pan pidió el marinero. Y el hombre, reinando en el silencio del cuarto, se arremangó la camisa por encima de los codos y se entregó a la locura que es comer sin pensar en aplacar el hambre. Y cuando no se teme, cuando no hay miedo a nada, los hombres dejan de ser animales y comienzan a ser lo que un día los cielos pensaron que tenían que ser: eso mismo, hombres y mujeres. Y cuando esto sucede, de higo a breva, los milagros ocurren. Y ocurrió que de la nada, de unas ondas invisibles, brotó la voz de Caracol.
La radio era una alondra en celo vivo. Así te recordaré. Y de la radio nacía una seguiriya rota en mil pedazos que el hombre, con cada bocado, ordenaba en su mente. Por los siete dolores que pasó mi Dios estrella Caracol en los tímpanos de los que escuchan. El marinero de tierra adentro, con el vientre lleno y el alma abarrotá de sal y espuma, era una espiral de agua atlántica en mitad del barrio de San Miguel.
La veleta de la ermita dejó de ser veleta para ser timón de gaulo fenicio. Que tu viaje sea largo. Y El Pili yendo a cada esquinita del plato, y más pan y más vino de paraíso, y Caracol tiritando de gusto con su cabal hecha de mercurio y palo cortao. Pá qué una manzana de postre. Yo quiero emborracharme con el jugo de los limones de la Plazuela. Yo imagino a mi abuelo y ojú... Y más sabiendo yo cómo era él dice El Peñita. La que le entraría no sería normá. Así pasó lo que pasó despué. Y ocurrió que los milagros tienen siempre fin. Por eso hay que cogerlos al vuelo y hacerlos rutina me lamento yo.
Sucedió que Caracol dejó de cantar, de golpe, y apareció Farina en el mismo dial con su Salamanca y su estudiada alegría. Al Pili, de repente, se lo tragó el mar y para salir vivo de la tormenta y de la gachonería arremetió con lo que pudo para salir a flote. Cogió el plato de huevos fritos con tomate por acabar y se lo lanzó a la radio como Zeus lanzaba sus temidos rayos. Farina, cómo te atreves tú a cantá despué de Caracó. Cómo te atreves.



