Te sugiero sencillamente acercarte al mar… Esa fuente inagotable de misticismo y de retórica poética que te desparasita de todo lo superfluo y limpia tu alma y tu cuerpo.
Absorbidos por la inercia que imprime a nuestras vidas la agenda ciudadana, embelesados con lo que el marketing nos marca cada verano como tendencia, este año me he propuesto querido lector desajustar mis hábitos y rendirme a la placidez que esconden ciertos placeres mundanos, de escaso valor monetario y múltiples de gozo personal.
Te propongo a partir de ahora que te desinhibas y te dejes llevar por aquello que año a año postergas realizar, aquello para lo que nunca encuentras el tiempo preciso, aquellas cosas que pones siempre en rojo en el deber de cada inicio de curso y que, como ocurre con las odiosas dietas alimenticias, siempre encuentras una excusa para no llevar a la práctica porque, como casi todo en la vida, los placeres son malos, inmorales o engordan.
Ya te advierto de que no se trata en ningún caso de restar, sino de sumar beneficios y dejarte sentir. En este empeño recuerda que la felicidad consiste en poner de acuerdo tus pensamientos, tus palabras y tus hechos (Mahatma Gandhi) y de manera exponencial grabate a fuego que debes ser consecuente con tus deseos, nunca con los que los demás intentan imponerte.
Te sugiero sencillamente acercarte al mar… Esa fuente inagotable de misticismo y de retórica poética que te desparasita de todo lo superfluo y limpia tu alma y tu cuerpo. En ese vaivén incesante de olas se produce el reencuentro necesario con la naturaleza, aquella que, a pesar de la tenacidad de tu ignorancia, te recuerda que formas parte de ella y que tarde o temprano esconderá tus cenizas. Nada mejor que un paseo vespertino o un baño nocturno para traer a tu mente aquellos recuerdos de la niñez, inocentes y plácidos, cuando tu coqueteo con la brisa marina, el salitre y el yodo hacía que te desplomaras casi en coma sobre el sofá tras un día de briega en la playa.
Desde nuestra hermosa pero soporífera campiña, te invito a que te acerques a la costa gaditana y a esos indescriptibles paisajes donde el sol nace y se esconde como en pocos lugares del mundo, donde los atardeceres traen memorias de viejos imperios y el horizonte se desdibuja entre pequeñas pinceladas esmaltadas en bermellón. Un placer al alcance todos y que desnaturaliza la negatividad y el estrés que te aturrullan en el ajetreo diario. Sencillamente gratificante.
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