Un momento de 'El amor brujo', en versión de Galván, en el Villamarta. El teatro, la música y sus insignificantes cicatrices.   FOTO: MANU GARCÍA
Un momento de 'El amor brujo', en versión de Galván, en el Villamarta. El teatro, la música y sus insignificantes cicatrices. FOTO: MANU GARCÍA

El patio de butacas del teatro está casi lleno, me acomodo en el asiento número trece en la fila cuatro. No creo demasiado en eso de la suerte, solo en que tarde o temprano se te recompensa con todo lo bueno que has intentado dejar en el camino, que todos comenzamos a recorrer al nacer y que está lleno de huellas. A menudo pretendemos esquivar las más profundas y volvemos a pisotear las más insignificantes, aquellas a las que no prestamos atención y que terminan sanando más tarde. 

Suena la obra de Manuel de Falla “El amor brujo” interpretada al piano. Parece flotar por el anfiteatro hasta envolverme y acariciarme como lo hace uno de los muchos sueños a los que prometí alcanzar. Imagino en el escenario a la hermosa gitana “Candela la loca” le decían, danzando para el fantasma de su amado fallecido. Llenándolo de amor a cada paso, mostrándole su deseo a cada giro de muñeca y dejándole claro a cada repicar de sus talones que solo es mujer para él y que hasta que dios le permita abrazarlo y amarlo, seguirá danzando cada noche para llenarle el alma con su gloria. “La danza del terror” la llamaban, y tal vez no se equivocaban, pues el corazón se llena de pánico cuando se le impide amar. 

Me siento abrumada ante tantas sensaciones y sentimientos que la música vuelve a despertar en mí, y me prometo que volveré a sentarme junto al piano en cuanto termine de proyectar algunos pequeños sueños que me propuse lanzar al mundo. Es esta una época propicia en la que todos nos proponemos nuevos retos, metas, cumplir sueños. Cuando da comienzo un nuevo año, todos en mayor o menor medida reflexionamos y llenamos nuestros latidos de nuevos deseos y anhelos. Sigo pensando en esa joven muchacha, mientras escucho la música del ballet creado por Falla; la embrujaron de un amor imposible y nunca dio un beso ni un abrazo de amor verdadero ¡Qué fuerte fue el hechizo que aun sin conocer nada de lo que fue privada la hizo desdichada de por vida! Una sonrisa, sin embargo, nace de mi rostro al pensar que, aunque el amor conlleva sufrimiento, nadie habrá gozado de la vida si no lo ha descubierto en algunas de sus miles de formas y manifestaciones ¿Puedo sentirme afortunada entonces? Creo que mi imborrable sonrisa hace innecesario que siga buscando la respuesta. He amado, me he sentido amada, y sigo descubriendo este sentimiento lleno de química en las pequeñas marcas que alguien o algo va dejando a lo largo del camino que sigo recorriendo. 

El tiempo ha pasado rápido y el público del que formo parte se pone en pie y devuelve en forma de aplausos, parte de las sensaciones que les ha sido entregadas y transmitidas esta noche. No se puede entregar en la misma medida todo lo bueno que recibimos, pues tememos al miedo y a la sensación de vacío, pienso mientras aplaudo con todas mis energías en un intento de hacer llegar mi agradecimiento a ese hombre que, sin saberlo, esta noche ha compartido tanto conmigo. Abandono un edificio creado para nutrir al hombre de arte, magia y sueños. Camino hasta la calle principal donde observo que la gente se apresura en hacer sus últimas compras del día, van cargadas de paquetes y regalos, y han pagado por sus obsequios el precio que creen que deben de pagar por una sonrisa. Yo también he pagado por la mía a la entrada del teatro y no voy a negarlo, también tengo regalos para mis seres queridos.

Las calles cada vez quedan más vacías y en silencio, los comercios y tiendas han colgado el cártel de cerrado, pero sus escaparates adornados para vender sonrisas siguen encendidos. Sorprenderles con un abrazo eterno y que podrán volver a usar durante todo el año, cubrirlos de cariño y mostrarles cada una de esas formas de amar que he descubierto, serán las sonrisas más valerosas que encuentre e imposibles de comprar, y muchos menos con dinero. Se acabaron las compras, lo que quiero dar y recibir ya lo he encontrado, pienso mientras llego a casa y mi pequeño “Bruno” va a mi encuentro moviendo feliz su rabo y manifestándome una vez más el amor verdadero. 

“Y he llegado a la conclusión de que si las cicatrices enseñan, las caricias también”.

(Mario Benedetti)

 

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