El autobús

Ahora soy consciente de lo pequeño que somos, de cómo a diario nos engañamos a nosotros mismos pensando que la especie humana es la que gobierna el planeta tierra

Un autobús en una imagen reciente.
Un autobús en una imagen reciente. Candela Núñez

"Cuatro horas casi llenas de paisajes bonitos" es lo que anunció el chófer media hora antes de comenzar el trayecto. Una familia argentina compuesta por un veterano matrimonio y su hija se entusiasmaron a más no poder con aquella promesa de contemplar bellos paisajes. A la altura de Arcos de la Frontera, la madre de familia comenzó a impacientarse y preguntó al conductor cuando alcanzaría a ver la belleza paisajística.

En la parada siguiente todos reíamos en el autobús debido a las bromas que el chófer lanzaba al matrimonio sobre dejar allí al patriarca "No lo podemos dejar que es quien lleva el dinero encima" decía la esposa mientras reía junto con el resto de los pasajeros. Pronto llegaron las miradas silenciosas tras los cristales. La naturaleza y su magnificencia susurraban en los oídos de los viajeros. La radio del bus enmudeció y los teléfonos móviles fueron privados de aquellas percepciones que el ser humano piensa ser digno de merecer.

La cabeza apoyada al cristal y el asiento un poco reclinado hacia atrás, ni siquiera el sol fue un impedimento para el ejercicio de la observación que me privó de la habitual siesta de la que todos disfrutamos en un viaje cuando otros nos llevan; las cimas de montañas tan atractivas como rocosas sobresalían en un azul infinito que podría haber competido dignamente con el del único mar que considero propio, el de Cádiz.

Seguimos recorriendo cada vez a más altitud y anulada por mi ensimismamiento ante prados cubiertos de hierba mecida por el viento. Margaritas silvestres tintadas del color del sol. Me emociona el vaivén de las amapolas que mecen a los insectos y las tierras nutridas de minerales rosáceos que tiñen las montañas. Escapan de las nubes las golondrinas, que planean sin obstáculos y que jamás yerran en posarse en la rama equivocada. Estamos en El Gastor, a mil y pico de metros de altitud, según comenta Alfonso al conductor y a todos, justo antes de bajarse en el pueblo que le vio nacer.

Lástima que tengamos que dar la vuelta sin adentrarnos en sus calles. Ahora vamos cuesta abajo, la pendiente de la montaña nos obsequia con un paisaje veloz, aunque no por ello la experiencia deja de ser un entusiasta regalo, como bien ocurre con todo aquello que no esperas encontrarte. 

Ahora soy consciente de lo pequeño que somos, de cómo a diario nos engañamos a nosotros mismos pensando que la especie humana es la que gobierna el planeta tierra. He percibido la realidad a través de un cristal sometido a un falso movimiento. Las montañas, las rocas, las flores, los árboles, las aves, los insectos, el cielo, la tierra, todo ha estado siempre en su lugar hasta que el hombre piso la tierra intentando alcanzar la luna.

Una pequeña cabaña encalada de blanco, un molino de viento, un refugio abandonado, construcciones de hormigón, madera y piedra nos descuadran el paisaje entre las tonalidades verdes, marrones y malvas.

Sin embargo, no tardamos en acostumbrarnos demasiado a que formen parte del mismo, seguramente por esa percepción de que ese mismo entorno natural al que descuidamos, al que desmerecemos, sigue abrazándonos a pesar de todo, o tal vez se ha rendido ante su peor enemigo y nos acoge una vez más tomando esa decisión sabiamente y con la pretensión de conocer de cerca a su mayor enemigo. Distraer al necio con aquello que anhela puede resultar una gran arma. 

Tal como dice el Chófer al llegar, parece que nadie ha querido darse cuenta de que hemos llegado a Ronda. Bajo del autobús sin echar la mirada atrás tal como he venido haciendo durante las cuatro horas de viaje. La vida solo cobra sentido si miramos hacia delante, mirar hacia atrás solo supondrá un nuevo tropiezo. Camino sobre pisadas conformadas por siglos de historia e imposibles de borrar. 

"Todos los pensamientos verdaderamente grandes se conciben mientras se camina"— Frederick Nietzsche.

 

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