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Vivimos en el mundo de las guerras en directo, pero es ahora cuando menos información fiable tenemos.

No hace mucho los periodistas eran como los curas, todo el mundo los creía, por pura fe. En el caso de Cádiz, nadie podía cuestionar lo que dijera el único tabloide de la ciudad, honor que solo se dejaba caer en aquella Hoja del Lunes, que muchos de los lectores ni si quieran hayan conocido. No eran periodistas de facultades universitarias, eran aprendices de la noticia, casi funcionarios en su sentido de solemnidad, a la hora de escribir una columna o un reporte de los actos del respectivo Alcalde, Gobernador o Jefe del Movimiento.

Hoy los periodistas desgraciadamente forman parte de los trabajadores precarios, en su generalidad no están bien pagados y sus medios se tambalean si no fuera por la correspondiente publicidad institucional, que, como pasa en estos casos, no es fortuita ni gratuita. Salvo excepciones locales, hoy nadie presupone que un medio importante sea independiente. Todos aceptamos que el pobre periodista demasiado hace con cobrar un sueldo. Luego están los periodistas figuras, los que todos conocen su nombre y cobran como toreros o futbolistas, los que sirven de correa de transmisión del partido del gobierno de turno, cuando le filtra los “secretos” de las cloacas, pero eso es otra historia.

Vivimos en el mundo de las guerras en directo, pero es ahora cuando menos información fiable tenemos. Así es la triste realidad de nuestro periodismo del siglo XXI, a pesar de ello todavía quedan algunas plumas que hacen de este gran oficio todo un género, que como cualquier otro, puede alcanzar cotas de excelencia literaria.

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