Un acto de Adelante Andalucía en una imagen de archivo.
Un acto de Adelante Andalucía en una imagen de archivo.

Siento ser un aguafiestas, pero tampoco creo estar descubriendo nada nuevo si afirmo que hay Moreno Bonilla para rato. Que la derecha ganará las próximas elecciones en Andalucía no es un secreto y tampoco un augurio propio de cenizos, es una trágica verdad política, el elefante en la habitación del que evitan hablar las izquierdas. El análisis materialista de la realidad social despojado de su lastre teleológico a veces tiene estas cosas: entender que existen sedimentos y fuerzas materiales y afectivas que operan allende la buena voluntad de los individuos o los proyectos colectivos. La de las próximas elecciones será otra derrota, una más, que, lamentablemente, contradiciendo la famosa máxima de Mao Tse-Tung, no nos conducirá tampoco a la victoria final.

Ahora bien, a pesar del mal agüero del párrafo anterior, no será a mí a quien se me acuse de pesimistas o de no comprender que las transformaciones sociales no solo están propiciadas por las dinámicas mecánicas de los cambios históricos, sino también porque, en algún momento en el tiempo, cierto grado de voluntarismo ayuda a que se entierre una simiente y que germine cuando menos lo esperamos. La victoria de la derecha en los próximos comicios es una mala noticia se mire por donde se mire, pero ni tiene porqué ser así para siempre, ni será así para siempre, y que se prolongue el menor tiempo posible, en alguna medida, también depende de nosotras y de lo que hagamos.

Es importante, además de establecer unos objetivos a corto, medio y largo plazo, tener un punto de partida. En este caso, para lograr algo el día de mañana, la voluntad sincera de reconciliación entre las izquierdas andaluzas no me parece una empresa menor. Entender que las miserias, necesidades y anhelos del pueblo andaluz está siempre por delante de las internas y los partidos es fundamental.

Hay que poner fin de una vez por todas al navajeo palaciego -expresión que utilizó Alberto Garzón en el discurso de apertura de la Escuela de Formación de Izquierda Unida en Sevilla. O por lo menos a su espectacularización mediática. No pecaré de ser ingenuo. En un proyecto político formado por muchas almas es inevitable que se disparen las tensiones. Y también es saludable que así sea. La solución no pasa por negar las diferencias, sino por dotarse de mecanismos democráticos para la expresión de las diferencias. Esto no se hace de un día para otro -y si se hace tan rápidamente probablemente será de manera artificial y teatralizada- pero nunca es demasiado tarde para ponerse manos a la obra.

A día de hoy, el nudo de conflicto entre las izquierdas andaluzas es colosal y alguien tiene que comenzar a dar pasos para deshacerlo poco a poco. Cualquiera que lea este artículo podrá pensar, muy legítimamente, que es muy sencillo evocar el perdón desde los márgenes, cuando la bronca no va contigo. Y es cierto. Es verdaderamente sencillo hacerlo. Pero yo me pregunto: ¿hay alternativa? Si de verdad hubiera un proyecto fuerte con un programa y un plan de acción definido por el que apostar en Andalucía, quizá este artículo no tendría sentido. Pero no es así, no hay más que una correlación de debilidades, fuego cruzado y un imaginario gaseiforme de un nuevo andalucismo incipiente del que todos quieren apropiarse. Todos los proyectos y las personas que lo conforman tienen sus motivos. Para ellos y su gente todos tienen la razón. Por eso es necesario un ejercicio de valentía y humildad.

Unidas Podemos ha hecho el primer gesto, un flyer que no resistiría el más laxo escrutinio semiótico, en el que el logo de Unidas Podemos aparece quince veces -me he tomado la molestia de contarlos- y que se titula: un frente amplio para ganar Andalucía. Mucho me temo que responde a esa forma poco generosa de pedir disculpas o de dejar atrás viejas discordias, esa que llamaba antes artificial y teatralizada.

Parece que vuelven las prisas por recomponerse de cara a las próximas elecciones y demostrarle al electorado de la izquierda que si no hay candidatura única ha sido culpa del otro. Eso sí, no hay que olvidar, ni menospreciar que es una candidatura que cuenta con la infraestructura orgánica y el bagaje militante de Izquierda Unida en Andalucía, algo que no debería pasar desapercibido a cualquier organización o proyecto de cambio que aspire a tener arraigo y perdurabilidad en el territorio.

Por su parte, la filial andaluza de Más País, junto a Andalucía x Sí e Iniciativa del Pueblo Andaluz, se ha constituido en una plataforma única a la que han decidido bautizar con el eslogan «Andaluces, levantaos», y han revelado su firme voluntad de concurrir como una candidatura independiente a los comicios programados para el 2022. La intención es clara: seguir caminando al margen de los demás partidos de izquierdas.

A mi juicio, sería un error a todas luces. Se equivocan si creen que el efecto Mónica García, resultado de la intersección entre una coyuntura muy concreta, una candidata con el mejor perfil posible para la ocasión y una buena campaña electoral puede extrapolarse a tierras andaluzas. Aunque en su defensa he de decir que sé bien de la inteligencia y la generosidad de la líder de Más País Andalucía, Esperanza Gómez, y de gran parte de la militancia, todavía exigua, a la que han cuidado con tesón desde su constitución en 2019, por lo que confío en que tengan buen criterio a la hora de tomar una decisión tan importante.

Por último, Adelante Andalucía: Anticapitalistas, Primavera Andaluza, Izquierda Andalucista y Defender Andalucía. Muy probablemente, son quienes cuentan con una de las mejores bazas para afrontar las próximas elecciones: el carisma y el semblante andaluz de Teresa Rodríguez. Ahora bien, esto no les bastaría para obtener un buen resultado en un hipotético escenario de elecciones con tres candidaturas a la izquierda del PSOE.

La fragmentación castigará a toda la izquierda y se encargará de repartir el daño. Adelante Andalucía es quien más tiempo y ganas ha invertido en rentabilizar la conocida como «nueva ola del andalucismo», un movimiento amplio y difuso que va desde la innovadora escena cultural andaluza, cuya máxima expresión estaría en la inteligencia y creatividad de la música de Califato ¾, hasta una amalgama de tuiteros cuyo andalucismo se reduce a despachar el sentimiento de agravio con un «si Andalucía tuviera representación parlamentaria esto no pasaba», como si con eso fuera suficiente para solucionar la complejidad de la problemática social e identitaria de Andalucía.

Los miembros de Anticapitalistas se han mostrado gravemente afectados por las últimas disputas con sus antiguos compañeros de partido, lo que sumado a que disponen de un capital político propio e infraestructura territorial que cuenta, además, con la alcaldía de Cádiz, me conduce a pensar que serán los más reacios a restañar viejas heridas. En mi opinión, estos recursos exiguos podrían producir un espejismo entre la militancia y sus líderes, la de pensar que cuentan con la potencia necesaria para lograr un buen resultado. No es así, hay otros muchos factores que juegan en su contra. El principal es que el perfil de Teresa Rodríguez ha estado en primera línea desde el año 2014, lo que inevitablemente ha provocado cierto deterioro y pérdida de frescura.

Además de todo esto, hay otro escollos que enfrentar si quieren llegar a algún tipo de acuerdo de mínimos. El primero de ellos, y ahora de menor importancia, uno de los puntos especialmente problemáticos de la izquierda desde probablemente las elecciones de diciembre del año 2015, la relación con el PSOE. No debería ser un obstáculo a priori, al menos antes de haber concurrido a las elecciones, pero la posición respecto a la entrada en el gobierno fue uno de los principales nodos de conflicto entre Unidas Podemos y Anticapitalistas.

En Andalucía, este desencuentro es aún más señalado por razones que todas conocemos. Es cierto que el PSOE-A ya no está liderado por el sector más conservador después de que Juan Espadas, el candidato de Pedro Sánchez, derrotara a Susana Díaz en las primarias del pasado junio. Aún así, la trayectoria del actual alcalde de Sevilla, un tecnócrata que ha continuado la senda del PP de convertir el centro de la ciudad en un parque de atracciones para turistas, complica bastante cualquier hipotético acercamiento postelectoral.

Otro de los puntos importantes a abordar es el eje discursivo en torno al cual vertebrar la construcción de un proyecto común. En mi opinión, citando las palabras de Cayetana Álvarez de Toledo: "el tiempo de la resistencia se acabó, pasemos a la ofensiva". Cualquier intento sensato de avanzar siguiendo el rumbo progresista pasa por abandonar el marco del antifascismo como la coordenada principal del discurso político. Si la homilía del «fascismo o democracia» no funcionó en absoluto en Madrid, el punto geográfico en el que la derecha está más radicalizada en España, no va a ser útil frente a un candidato con apariencia moderada y solvente más que para que nos miren como a anacrónicos guerracivilistas. Si bien es cierto que la amenaza de la irrupción fascista ha sido útil en coyunturas muy concretas, tanto para movilizar el voto como para cohesionar las diferentes sensibilidades de la izquierda, a día de hoy puede servir solo parcialmente para reagrupar y agitar a los nuestros, por lo que es momento de no apostarlo todo al discurso del advenimiento del fascismo y de que ofrezcamos un horizonte de vida alternativo.

Tenemos mimbres de sobra para esbozar ese programa. Vivimos en una de las tierras más ricas y fértiles del planeta, no podemos consentir que nuestro modelo productivo esté orientado al sol y playa y los pelotazos urbanísticos. Esta es una matriz de organización de la economía que se sustenta en el trabajo estacional y precario, en hacer del casco histórico de nuestras capitales de provincia un escaparate repleto de pisos reacondicionados para los habitantes del norte de Europa, un problema que no solo provoca la inflación de los precios de los alquileres, también concentra la inversión del gasto público y otros recursos en el centro de las ciudades, abandonando así el cuidado y la atención de los barrios periféricos.

Es un buen momento para que nos sentemos a pensar entre todas cuál es la Andalucía que queremos para las generaciones que vendrán, para hablar de planificación económica ante la escasez de recursos y la devastación ecológica, de reconstruir el tejido industrial y crear empleos de calidad, de buscar una solución a la despoblación de las zonas rurales -otro de los puntos urgentes que no contemplaré en este artículo: el problema de la España vaciada.

Todo esto es de vital importancia y se puede enmarcar en la tarea omniabarcante de construir un nuevo tipo de andalucismo como bloque histórico de las izquierdas. La forma jurídico-política de la naciente sensibilidad andaluza no es una cuestión menor. El soberanismo de Adelante Andalucía puede encontrar fricciones con el federalismo de Unidas Podemos o el contorno en el que se defina Andaluces Levantaos. El horizonte político del andalucismo como sujeto progresista de cambio social debe encontrar alianzas entre partidos y con todo tipo de organizaciones de la sociedad civil.

La debacle de una candidatura ilusionante de articulación y fraternidad como fue Adelante Andalucía, debería darnos alguna pista sobre las dificultades a las que se enfrenta un proyecto que comienza a construir la casa por el tejado: cuando se debilita la cohesión por arriba, por abajo todo se desmorona. Hay que evitar que algo así se vuelva a repetir a toda costa. Y a esto es a lo que me refería con la imposibilidad de sanar heridas del pasado de manera rápida y torticera, con la única intención de concurrir a unas elecciones en las que tenemos todas las de perder.

En mi opinión, como decía al principio, pensar que podemos revertir el triunfo inminente de la derecha en las próximas elecciones no es optimismo, es un ejercicio de voluntarismo mágico. Ante esta situación, creo que podemos encontrar dos salidas deseables. Una es más probable y menos inteligente, la otra más inteligente pero menos probable que ocurra. Imaginemos como uno de los escenarios posibles una solución de corto plazo en el que haya algún tipo de alianza y candidatura unitaria. Aún así, ya sabemos que sin el PSOE no alcanza.

Lo que quiere decir que para gobernar lo necesitamos y lo único que podemos esperar es que haya aprendido alguna lección de la desastrosa campaña de mayo en Madrid. Una campaña de unidad y de alto el fuego ayudaría a elevar los ánimos entre el electorado y la militancia, pero… ¿cuánto tiempo soportaría el pegamento de una candidatura como esta, teniendo en cuenta, además, la ingente cantidad de obstáculos que tendría que sortear? ¿Se puede dar algún tipo de alianza sincera en poco menos de un año después de llevar varios años tirándose los trastos a la cabeza?

Un escenario deseable de largo plazo sería el de comenzar un diálogo desde las bases, sin dar prioridad al rédito electoral inmediato, lo que correría el riesgo de que haya tres candidaturas diferentes disputando el espacio a la izquierda del PSOE. Si yo me encontrara ante una situación como esta, soy consciente de que esto también es muy sencillo proponerlo negro sobre blanco, en un ejercicio de generosidad decidiría no concurrir a las elecciones e invitaría, por responsabilidad, a mi electorado a que no se quedara en casa y apoyara, aunque sea con la nariz tapada, a cualquiera de las opciones progresistas. Esta es la opción a mi juicio más inteligente y menos probable, todo el mundo querrá repartirse su trozo del pastel y revelarse oposición y ninguno asumirá su parte de responsabilidad después de la derrota. Ojalá esté equivocado.

Comenzar sabiendo que cualquier intento de ganar los próximos comicios está destinado al fracaso contradice el espíritu ganador que nos insufló el Podemos de las elecciones europeas, pero así son las malas noticias que a veces nos da el análisis materialista sin su sesgo teleológico. Lo importante es que al menos sea honesto y establezca un punto de partida a partir del cual comenzar a trazar un camino, enterrar una semilla. Un bloque histórico no se hace en un año, pero en algún momento hay que dar el primer paso y ya es hora de que alguien se atreva a hacerlo.

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