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El pasado domingo, escuchando en el programa A vivir que son dos días a Óscar Alarcia, escritor y experto en teorías conspiratorias, como la de la tierra plana, me preguntaba cómo era posible que después de tantas evidencias científicas que demuestran que la tierra es redonda, haya gente que crea a quienes afirman lo contrario. ¿De qué te extrañas?, me responderás tú, abuela. ¿Cuánto tiempo llevas preguntándote cómo una masa de electores pertenecientes a las clases más deprimidas en los EEUU puede votar a Trump? ¿Cómo en Alemania, a pesar del exigente proceso de revisión histórica que hicieron tras las II Guerra Mundial, un partido nacionalista y xenófobo como 'Alternativa para Alemania' ha atraído, incluso, los votos de la izquierda? ¿Cómo una buena parte de la ciudadanía española, tras conocer los casos de corrupción del PP, sigue apoyando este partido e, incluso, otorgándole un plus de credibilidad a raíz de su posición en el conflicto catalán?

Y, en el otro extremo, ¿cómo los militantes de izquierda catalanes creen posible alcanzar una Arcadia feliz e independiente de la mano de un partido de derecha y burgués, heredero de los del tres por cent?  ¿Cómo es posible que la ciudadanía salga en masa a la calle enarbolando banderas para defender un concepto tan difuso como es la patria y, en cambio, no sea capaz de hacerlo por algo tan concreto como es su sanidad, su educación, sus pensiones, sus derechos? ¿Cómo los trabajadores y las trabajadoras pueden votar a sindicatos creados por la propia empresa? ¿Cómo? No es racional, escapa a la lógica, pero cada vez más gente lo hace; como creer que la tierra es plana...

Por eso, antes de abandonar definitivamente la poca fe que me va quedando en la especie humana, prefiero buscar las razones que sustentan esta conducta. Y creo que es más fácil encontrarlas reformulando la pregunta: ¿Qué nos lleva a los seres humanos a optar por salirnos del sistema, a creer en mesías y en teorías absurdas carentes de toda lógica? ¿Qué nos impulsa  a adoptar decisiones que van, incluso, en contra de nuestros intereses?

Puede que la creencia de que dentro ya estamos tan jodidos que fuera es imposible estarlo más; de que ya no sirve eso de 'más vale malo conocido que bueno por conocer' porque lo malo es sentido como lo peor y lo bueno, aunque se llame Trump, Le Pen, Frauke Petry o Norbert Hofer, está por explorar. Así nacieron las aventuras totalitarias en los años treinta, que tantas vidas costó. Y así hoy, los negacionistas, tierraplanistas, nacionalistas, xenófobos, machistas, populistas de derecha e izquierda florecen y son capaces de conectar con nuestras pulsiones más primarias: el miedo, la búsqueda de seguridad, de identidad…

Deberíamos ser capaces de aprender de la historia. Pero ¿a quién le preocupa la historia en este país? A su presidente, por ejemplo, no. De ahí que no entienda que una calle dedicada a un almirante de Franco se rebautizara como Rosalía de Castro. ¿O a lo mejor lo que no le preocupa son los principios democráticos? A saber, abuela…

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