Un paso adelante: la izquierda andalucista ante las elecciones del 19J

Compartimos una cierta sensación de 'fin de siècle': una mezcla de angustia e impaciencia ante su propia incapacidad para construir una respuesta a la altura de un colapso sistémico, y ante el crecimiento de una ultraderecha que capitaliza el terreno de la rebeldía

Carlos Fernández, el primero a la izquierda de la imagen, junto a miembros de Adelante Jerez, incluida su portavoz Teresa Rodríguez, en una imagen en el inicio de la campaña del pasado 19J.
Carlos Fernández, el primero a la izquierda de la imagen, junto a miembros de Adelante Jerez, incluida su portavoz Teresa Rodríguez, en una imagen en el inicio de la campaña del pasado 19J. MANU GARCÍA

La izquierda atraviesa en buena parte del mundo el que probablemente sea su peor momento desde hace muchas décadas. Y no me refiero ahora a los partidos de izquierda en particular, sino a la izquierda sociológica: a ese magma amplio y heterogéneo en el que convergen partidos, sindicatos y movimientos sociales de muy distinto pelaje con sus militantes y simpatizantes, sumando millones de personas que piensan, sienten o intuyen al menos que es preciso construir una alternativa progresista a un modelo social que se desangra en la violencia, la competencia y la desigualdad. Más allá de las diferencias legítimas que separan a unos subgrupos de otros, todos comparten una cierta sensación de fin de siècle: una mezcla de angustia e impaciencia ante su propia incapacidad para construir una respuesta a la altura de un colapso sistémico, y ante el crecimiento de una ultraderecha que capitaliza el terreno de la rebeldía.

La izquierda arrinconada

Para entender cómo hemos llegado hasta aquí es preciso identificar la dinámica que, desde hace al menos tres décadas, está enmarcando el reequilibrio de las fuerzas políticas en occidente. Podemos retrotraernos simbólicamente a 1992, cuando Francis Fukuyama publica su célebre ensayo El fin de la historia y el último hombre. Ciertamente nadie puede argumentar en serio que se hayan cumplido las profecías de Fukuyama. Pero sí se observa un fundido a negro en la imaginación política de las izquierdas, que en efecto parecen haber aceptado –con alegría o fatalismo, según los casos- que no hay mundos posibles más allá del capitalismo. Asumiendo un aire impostado de suficiencia y pragmatismo, las izquierdas han renunciado a cualquier proyecto de ruptura con el modelo económico existente, y se limitan a prometer soluciones técnicas, mediante formas de gestión del capitalismo más o menos suaves, novedosas o imaginativas. El problema es que entretanto, cada vez más gente ha ido interiorizando la certeza de que el capitalismo, tal y como lo conocemos, nos conduce al colapso. En su afán por aumentar la riqueza de unos pocos, el capitalismo no tiene ningún reparo en traspasar los límites biofísicos y civilizatorios del planeta, los límites de la propia vida. Y ante la ausencia de alternativas por la izquierda, mucha gente ha ido abriendo sus oídos hacia opciones de ultraderecha.

El resultado de las últimas elecciones presidenciales francesas representa –por ahora- el último episodio de esta tragedia. Mientras Macron y los gestores originales del neoliberalismo se esfuerzan por surfear su última ola, la ultraderecha ocupa el espacio de la rebeldía con un discurso de confrontación, en tanto que la izquierda desaparece en una confusión de propuestas que se empeñan en “construir” dentro de un modelo que se autodestruye. Todos ven que el barco que se hunde, y mientras la izquierda propone retocar las velas o cambiar el timón, la ultraderecha crece en la promesa de tirar por la borda a los más débiles. Una solución que es moralmente inaceptable, pero que es pragmáticamente aceptada por masas de precarizados que perciben en ella al menos el reconocimiento lógico de que este barco no da para todos. Esta dinámica de arrinconamiento de la izquierda se acentúa con su propia colaboración: el miedo a la llegada al gobierno de la ultraderecha lleva a la izquierda a renunciar a sus fines para sumarse a cualquier alternativa que evite esta posibilidad. Y de ese modo va atando su cuerpo al barco que se hunde, y regalando a la ultraderecha todo el terreno de la rebeldía. En definitiva: la derecha  precariza, la ultraderecha capitaliza el cabreo y la izquierda se arrincona cerrando filas con el mal menor. Una dinámica, además, que parece no tener fin: la izquierda que empezó por asumir su papel de muleta del PSOE en Andalucía ya ha dado a entender que facilitaría un gobierno del PP de Juanma Moreno si con eso evitase la entrada de Vox en el gobierno. A la vista del recorrido reciente, empezamos  a preocuparnos por la posibilidad de que esta izquierda, ocupada únicamente en la coyuntura,  pueda facilitar en breve un gobierno de Vox por el solo hecho de que surja a su derecha una alternativa aún peor.

Emosido engañado

Las soluciones que ofrece la ultraderecha son falsas, pero la rabia a la que responden es muy real. La evidencia de que hay algo que no va bien, la sensación de que esto va a petar, ese ambiente de decepción, ese sentimiento íntimo de que emosido engañado: es ése el terreno en el que crece la ultraderecha. Un terreno que abonan a diario quienes se empeñan en fingir que estamos ante un bache pasajero, y que su pericia técnica nos permitirá sortear el problema rápido y sin dolor. Lo peor que puede hacer la izquierda es confundirse en ese coro de maniquíes sonrientes que insisten en actuar como si no pasara nada.

Por el contrario, la izquierda debe reconocer que nuestro modelo de sociedad actual no da más de sí: que necesita cambios contundentes, estructurales. Pero no para mortificarse en la pena sin culpa, ni mucho menos para culpar de forma genérica a “toda la sociedad” por contaminar mucho o por consumir demasiado. La izquierda necesita identificar las contradicciones concretas que hoy impiden la construcción de formas de vida dignas. Y una vez identificadas, exponer con calma y sin aspavientos las soluciones que necesitamos aplicar, iniciando su propio camino de salida de un modelo agotado. Solamente de esta forma puede la izquierda escapar al arrinconamiento, volver a disputar el terreno de la rebeldía y acumular fuerzas como alternativa a un sistema enfermo.

Andalucía: ahora o nunca, un paso adelante

Las próximas elecciones autonómicas se enmarcan en el escenario descrito: la derecha de Juanma Moreno se dispone a recoger el fruto de la despolitización y la inmadurez de unas alternativas que aún no se divisan, mientras que es la ultraderecha la que aborda sin complejos el debate ideológico, abriendo temas de confrontación y tratando de capitalizar el descontento. Junto a ellas, la izquierda del Régimen del 78 espera su turno para gobernar dentro de los esquemas del régimen, y se limita a intentar precipitar ese momento con argumentos puntuales sobre cuestiones técnicas o disconformidades estéticas en temas secundarios. El PSOE heredero de los EREs arrastra la sombra de la corrupción, mientras UP busca el enésimo nombre con el que presentar como nuevo un proyecto que se resume en gobernar junto al PSOE. La sola concurrencia de estas opciones sería la mayor garantía del crecimiento de la ultraderecha, que solo tendría que esperar que esa izquierda perdiese la poca credibilidad que le queda maquillando un sistema irreformable.

Ante este panorama, la izquierda andalucista parece apostar, por fin, por dar un paso adelante. Después de mucho tiempo vuelven a sonar discursos que constatan la necesidad de un viraje serio al timón político que nos ha hecho navegar durante demasiado tiempo por las aguas del paro y la corrupción. Según la tesis que hemos expuesto aquí, el éxito de este proyecto político dependerá de su capacidad para hacerse fuerte en un análisis propio, que rechace la tentación de arrinconcarse junto a los gestores centralistas del Régimen del 78 con la excusa del miedo a la ultraderecha y que abra su propio camino de salida. Esta apuesta puede concretarse, al menos, en tres ejes:

Un paso adelante en nuestra autonomía política

El primer Estatuto de Autonomía entró en vigor en Andalucía en 1982 con el objetivo de “hacer realidad los principios de libertad, igualdad y justicia para todos los andaluces, en el marco de igualdad y solidaridad con las demás nacionalidades y regiones de España”. Cuarenta años más tarde, Andalucía sigue presentando las peores cifras en todos los indicadores que miden la calidad de vida de las personas. Continuamos estando a la cabeza en paro, en desahucios, en pobreza y desigualdad, y seguimos a la cola en renta per cápita, en desarrollo industrial, en infraestructuras y en inversión pública. La experiencia de la pandemia ha agravado esta situación, y ha puesto de relieve datos sangrantes, como por ejemplo que Andalucía sea la penúltima en inversión en sanidad por habitante, con 1.389 euros: un 30% menos  que los 1.991 euros de Euskadi.

Más allá de los matices que cada quien quiera introducir en el debate, es un hecho incuestionable que el Estatuto no ha cumplido su función hasta la fecha. Y no lo ha hecho por dos grandes motivos: porque partíamos de una situación de gran desventaja, ciertamente; pero también porque el modelo autonómico, gestionado hasta ahora por fuerzas políticas cuyos centros de decisión están fuera de Andalucía,  se ha demostrado insuficiente para corregir esa situación. El reconocimiento de este fracaso ha sido bien entendido por la ultraderecha, que capitaliza el descontento desacreditando la autonomía andaluza y apostando por la recentralización. El PSOE, preso de su propia herencia, se ve maniatado por cuarenta años marcados por el clientelismo y la corrupción. Frente a este escenario, la izquierda andalucista debe reivindicar sin complejos que Andalucía necesita herramientas políticas para poder decidir de manera soberana sobre sus problemas. Porque la autonomía solo nos sirve si nos permite crear empleo. La autonomía solo nos sirve si nuestros empleados públicos pueden trabajar en condiciones asimilables a las que tienen en Madrid o en Cataluña. La autonomía solo nos sirve si permite a nuestros jóvenes vivir en nuestra tierra sin tener que marchar fuera a buscarse la vida.

La izquierda andalucista tiene que dar un paso adelante, reivindicando el derecho innegociable de todos y cada uno de los andaluces a tener una vivienda, una renta digna y unos servicios públicos de calidad, y la necesidad de herramientas políticas andaluzas para garantizar esos derechos. Porque para defender la autonomía frente a la ultraderecha hay que aplicarla a rajatabla, ampliándola y superándola donde se demuestre insuficiente.

Un paso adelante hacia otro modelo económico

El modelo económico que se ha construido en Andalucía ha entrado en descomposición. La explosión de la burbuja inmobiliaria fue el acontecimiento que dejó al descubierto un panorama desolador de endeudamiento, explotación y pobreza. Nos hemos acostumbrado a firmar hipotecas de cuarenta años para pagar casas que no valen ni la mitad de su precio. Nos hemos acostumbrado a ver a bancos e inmobiliarias echar a familias de sus casas. Nos hemos acostumbrado a ver a jóvenes matarse a pedalear en empresas de reparto que se aprovechan de su necesidad miserablemente. Nos hemos acostumbrado a ver a personas mayores recurrir a la caridad después de toda una vida trabajando honradamente. Nos hemos acostumbrado a ver grandes empresas hoteleras ocupar los centros de nuestras ciudades y destrozar las mismas playas a las que llegan los inmigrantes que luego son exprimidos en los invernaderos.

Andalucía ha sido convertida en un paraíso para la especulación y un infierno para el trabajo. Y eso ha sido olido por la ultraderecha, que ha construido un chivo expiatorio al que culpar de todo. El discurso xenófobo ataca a los inmigrantes para volcar en ellos injustamente la rabia de los andaluces empobrecidos. Pero una vez más es efectivo porque arraiga sobre la sensación real y razonable de que en este sistema económico no hay sitio para todos. Mientras la izquierda no sea capaz de ofrecer una alternativa a este modelo económico, demasiada gente seguirá concentrándose en pisar el cuello a los que están aún peor, y que son señalados por la ultraderecha como una amenaza en la competencia por recursos escasos.

La izquierda andalucista no puede cerrar los ojos ante el colapso de este modelo económico. Limitarse a prometer medidas técnicas o soluciones “imaginativas” de gestión del sistema solo puede conducir a la decepción y a la frustración. Es preciso apuntar con claridad un camino de salida, que pasa por sacar del mercado todos aquellos bienes y servicios que son necesarios para la vida. Garantizar incondicionalmente el alimento, la vivienda, la salud, la educación. Apostar por medidas de ruptura, que impidan la especulación en estos ámbitos y que afronten sin complejo el expolio al que una minoría de privilegiados ha sometido a nuestro pueblo.

Un paso adelante en la defensa de nuestra identidad cultural

El desarrollo de la globalización capitalista ha provocado una creciente uniformización de las formas de vida. La aplicación de la lógica del mercado se ha ido apropiando de las relaciones de intercambio económico, pero también de las formas de administrar nuestro tiempo, de la organización de nuestras ciudades, de la gestión de nuestros recursos naturales. Nuestra forma de vivir como andaluces, nuestra manera de relacionarnos, en definitiva: nuestra identidad se ve cada vez más forzada por la lógica del negocio, que mercantiliza nuestra cultura convirtiendo muchos de sus rasgos en objetos de consumo, y tratando de eliminar aquéllos que no se doblegan.

También en este campo la ultraderecha ha sabido construir un discurso que es tramposo pero eficaz. Es tramposo porque diluye lo específicamente andaluz en lo genéricamente español, negando de esa forma nuestra identidad cultural. Y es doblemente tramposo porque se limita a reivindicar formas chovinistas de orgullo en lugar de señalar las dinámicas políticas y económicas que realmente están amenazando nuestra cultura. Pero es un discurso eficaz, porque a menudo es el único que denuncia la trampa del globalismo. Mientras tanto, una parte de la izquierda se ha enrocado en esa forma torticera de cosmopolitismo que Isidoro Moreno llama con razón cosmopaletismo. Es ese discurso vacío que elude los problemas que hoy amenazan a la cultura andaluza aferrándose artificialmente a una visión ridícula de los problemas materiales, como si la cultura andaluza fuera un mero accesorio sin interés.

La izquierda andaluza tiene que entender que ningún pueblo puede construir alternativas a este sistema si no es desde su propia forma de pensar y sentir. Que rituales masivos como la Semana Santa o el Rocío pueden ser vías de escape hedonista o incluso excusas para el despliegue de simbología reaccionaria por parte de algunos sectores sociales, pero son mucho más que eso: son manifestaciones que expresan la singularidad cultural de este pueblo, su existencia colectiva, y por tanto escenarios de disputa que nos informan de la sensibilidad de millones de andaluces y de su necesidad de aferrarse a lo que les es propio ante un modo de vida percibido como cada vez más ajeno. La izquierda tiene que reivindicar la cultura andaluza sin complejos para señalar las auténticas amenazas que la acechan: la especulación inmobiliaria que amenaza a la Semana Santa cuando expulsa a los vecinos de sus barrios y rompe los vínculos que los unen a sus hermandades; las vallas que los gobernantes del régimen colocan para separara a los andaluces de sus cofradías y convertir las procesiones en espectáculos para el turista; la explotación laboral que convierte la feria en una fiesta de unos pocos a costa del sufrimiento de muchos; la contaminación de la marisma que pone en peligro el ecosistema de Doñana y con él la romería más importante para mucha de nuestra gente. Necesitamos igualmente una izquierda andaluza que defienda nuestro patrimonio cultural material, exigiendo la devolución inmediata de todo el patrimonio que salió en su día de Andalucía y permanece lejos de nuestra gente, por no hablar del retorno de los andaluces que tienen que seguir emigrando para aportar su potencial creativo fuera de nuestra tierra.

Los próximos años se antojan particularmente difíciles para la mayoría social en Andalucía. El sistema político y económico hegemónico agoniza entre espasmos ante la cronificación del paro y la precariedad, el agotamiento de los recursos energéticos y el debilitamiento de los servicios públicos. En este panorama solo cabe esperar una agudización de los dolores que ya sufrimos, y una creciente presión desde la ultraderecha en su estrategia de polarización machista, racista y españolista. Ante esta perspectiva, la izquierda andaluza tiene que mover ficha, entendiendo que la mejor defensa es un buen ataque, y asumiendo con valentía que el pueblo andaluz tiene la historia, los recursos y la capacidad suficiente para iniciar su propio camino de salida del colapso.

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