Pasear por Algeciras

Algeciras carece de esa presuntuosidad moderna que todo lo reviste y lo presenta, de ese dirigismo de los pasos y las miradas

Vista aérea del puerto de Algeciras. APBA
Vista aérea del puerto de Algeciras. APBA

Puede convertirse en un ejercicio de atención psicomotriz. No pisar pavimentos sueltos por aquí, caminar de perfil a lo largo de un estrecho acerado, sortear mobiliario público por acá… retos de este tipo amenizan el paseo por Algeciras. Si salimos a la calle con un ánimo explorador, mejor no dejarnos llevar del todo. Es probable acabar desorientado en un laberinto de escalerillas y callejones, o si no, peor aún, en el límite de la urbe donde empieza un camino terroso de margaritas y vallados de somieres de alambre. Si a esto se añade una orografía complicada, se debería concluir que las gentes de Algeciras son ágiles como gacelas y fuertes como robles. Sin embargo más circunstancial es concluir que por esto mismo circulan tantos coches.

Aquí no hay un largo paseo con quiosco, fuentes graciosas y niños con sus ropitas cursis corriendo tras un aro. 

— Tate, que acaban de reabrir el Parque María Cristina ¡y ya tiene fuentes! —me advierte mi amigo mientras accedemos al Llano Amarillo—.

— Sí, lo he visto. Y bien bonito que ha quedado, aunque es una pena que las fuentecillas estén pensadas para los perros. ¡Oye! —me apela señalando ahora el Algeciras Port Center— ¿Te parece buena idea tanto cristal para este edificio en medio de la Bahía reflejando el sol de continuo?

— No sé, la construcción en sí me gusta, mucho mejor que los azulejos del Millán Picazo, y a lo mejor con el salitre del Levante le va a quedar un efecto traslucido muy oportuno. 

Bien es verdad que no todo es cambiar de acera y tomar distancia de los contendores de basura. Por ejemplo, aquí en el Llano Amarillo, o allá en la Feria, los dos grandes espacios de la convivencia algecireña, se puede dar rienda suelta a los pensamientos y recogerlos como una cometa, si el Levante y la multitud lo permiten. Este paseo del Llano Amarillo que ahora hacemos, dentro de poco, al anochecer, sin viento y esta apacibilidad de la Bahía reposada que tiene hoy o, por qué no, los días en que el Levante azota y silba entre las grúas y la pesada maquinaria logística suena con un zumbido de fondo, esos días son de una belleza industrial.  

Algeciras está hecha al futuro. Tan cerca de Málaga, tan en medio de todo, lo suyo es la modernidad. Pero no como esa estrafalaria Bilbao que parece una vieja billetosa que se ha pintado la cara como si fuera un Pollock. Algeciras carece de esa presuntuosidad moderna que todo lo reviste y lo presenta, de ese dirigismo de los pasos y las miradas. Existe por ejemplo en Algeciras una rotulación vintage de negocios y unas ruinas de enclaves productivos suficientes para un buen catálogo de bienes industriales de la ciudad. Lotus, Centro de idiomas Rubio, Pastor, la Ballenera, las conserveras, los bunkers... Algeciras no se te muestra a la primera como otras ciudades por las que paseas y en todas ellas paseas igual, donde eres un mismo sujeto abstracto y trasplantado que recuerda su biografía de forma lejana y borrosa. Aquí no sucede eso. La ciudad te interroga quién eres tú y qué has hecho para encontrarte precisamente ahí, frente a ese poste de la luz que te obliga a bajar de la acera. Eres presente, como dicen los filósofos eres tu mismidad. A Algeciras hay que ganársela o mejor dicho, andársela. 

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