Los parias catódicos

Netflix está dispuesto a zampárselo todo a su paso y no dejar títere con cabeza, como un tornado en Kansas o un jubileta en un bufé libre

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

'La casa de papel', una de las series más populares de Netflix.
'La casa de papel', una de las series más populares de Netflix.

A veces los medios nos escupen noticias que no por previsibles dejan de tocar la moral. Netflix, el gigante del entretenimiento posmoderno, llega a más de 223 millones de suscriptores; 2,4 millones solo en nuevos abonados en el último período. La plataforma roza los 1.400 millones de dólares en beneficios, y los ingresos trimestrales se acercan a los 8.000 millones de dólares. Pues no le parece suficiente. El líder del streaming quiere más y más. Ahora ha anunciado que pone fin a las cuentas compartidas en 2023 y que cobrará un extra por los dispositivos que no pertenezcan al mismo hogar. Deben parecerle pocos 223 millones de suscriptores, y pretende multiplicarlos por tres o cuatro. Además, ha anunciado también un “Netflix para pobres” ―lógicamente no bajo ese nombre, que no está bonito―, más barato a cambio de insertar anuncios en los contenidos y de que no esté disponible la descarga. Resulta paradójico cómo nos hemos tragado la monserga tripitida de que la tele convencional está muerta y ahora es la plataforma estrella la que abraza el modelo original: publicidad y producto de masas para la pobre morralla de la que los parias catódicos formamos parte. 

A mí esta noticia me ha recordado demasiado al señor Creosota, el personaje de la película de los Monty Python 'El sentido de la vida' (The meaning of life), interpretado por el inolvidable Terry Jones. Creosota es un hombre de mediana edad con una obesidad mórbida desaforada y un apetito incansable. En uno de los sketches de la película aparece en un restaurante y se dispone a cenar mientras de fondo suena la banda sonora de Tiburón. Desde el principio se lo ve agotado y moviéndose con mucha dificultad por su exceso de kilos, pero no deja de comer. Uno tras otro engulle cada uno de los platos que con morbosa sorna le ofrece el maître. Los pasa por el gaznate con total desánimo, como el que acomete una tarea rutinaria y nada gratificante. Después de un menú desbordante es una delgada chocolatina la que precipita el desastre. Cuando la toma, Mr. Creosota explota sin previo aviso como si se tratara de una de las cargas de dinamita del coyote y el correcaminos. Su gula, como la de Baco, no conocía límites y, como todo aquel enfermo que practica compulsivamente una tarea, acaba por sufrir mientras no puede evitar desempeñarla. No puede evitar engullir todo lo que se le pone por delante y nunca se sacia del todo. Como Netflix.

Para este tiburón audiovisual de nuestros días nada es suficiente: ni los beneficios milmillonarios en un contexto de crisis mundial, ni cargarse el cine a golpe de talonario y de producciones para el consumo en casa, ni mandar a los Óscar sus productos sin previo paso por la gran pantalla, ni forrarse a costa de la necesidad de entretenimiento que tenemos todos para colorear los días que, por lo general, son de un gris que apesta. Netflix está dispuesto a zampárselo todo a su paso y no dejar títere con cabeza, como un tornado en Kansas o un jubileta en un bufé libre. O el emérito con las comisiones de una guerra. Sin principios, sin gota de conocimiento y sin pudor alguno.

 

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