Párasitos reales

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Don Felipe y Doña Letizia junto al presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno; la ministra de Hacienda y Portavoz del Gobierno, Mª Jesús Montero; la presidenta del Parlamento de Andalucía, Marta Bosquet y el alcalde de Sevilla, Juan Espadas.
Don Felipe y Doña Letizia junto al presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno; la ministra de Hacienda y Portavoz del Gobierno, Mª Jesús Montero; la presidenta del Parlamento de Andalucía, Marta Bosquet y el alcalde de Sevilla, Juan Espadas.

Cuando vi al borbón hijo paseando su guayabera por las Tres Mil Viviendas creía que pocas cosas podrían ya sorprenderme. Debe de ser que tras mi primera pandemia mundial, mi primer confinamiento de cien días y mis muchas insatisfacciones institucionales y vitales de los últimos tiempos, me pensaba curada de espanto. Pero no. Resulta que lo vi, por la televisión y con alevosía, lo vi dirigirse al vulgo, saludar con la manita y protegerse con la otra del calor hispalense, ese que no perdona ni a las regias molleras. Una media hora de paseo simulando interés por las zonas más adecentadas le valieron subir un peldaño en la escalera hacia la campechanía de papá. Y es que justo ahora que la monarquía española vive sus horas más bajas es menester hacer campaña como si no hubiera mañana. O, mejor dicho, como si el mañana se vislumbrase tricolor.

No es que esta crisis del Coronavirus haya estado precisamente exenta de momentos vergonzantes, pero uno que se lleva la palma es la comparecencia televisada del borboncito. Tanto es así que ha servido para instaurar su propia categoría de lo infame: lo ‘borbochornoso’. Leyendo sin convicción un discurso en el que la nada alcanzaba sus máximas cotas de empirismo, tardó días en hacer acto de presencia y más le valdría no haberse molestado. Levantar del trono sus reales posaderas para no decir nada es una de las muchas prácticas a las que, por desgracia, nos tienen acostumbrados en Zarzuela. Por lo menos el padre nos amenizaba los discursos fútiles con la inestabilidad física propia de la edad. Qué duda cabe de que no saber hacia qué lado del pasillo se estamparía le ponía cierto picante a la cosa. Pero este no se tropieza, mal que nos pese.

Como está en primero de campechanía, le aconsejaron que se desprendiera de la chaqueta y la corbata para acercarse —de lejos, eso sí— a las chabolas. Media hora después ya estaba de nuevo trajeado poniéndose hasta las trancas en los Alcázares. Eso ya se le da mejor, tiene años y años de experiencia en comer de lujo por el morro.

Ahora que ya ha terminado el confinamiento, todos vamos retomando nuestras agendas. Al teletrabajo se le van sumando las primeras reuniones presenciales y volvemos a cogerle el pulso a la vida laboral más o menos normalizada. Todos menos él, porque el borboncito no ha dejado de currar duro ni un momento, como es costumbre familiar. Y todo por nosotros: los españolitos de bien. Se ha reunido por videoconferencia con Bisbal y Rafa Nadal, ha visitado un hospital de campaña y una fábrica de mascarillas, y ha demostrado ser más gris aún que su papá. Al menos el emérito era un portento blanqueando el dinero de los saudíes, cazando rinocerontes y haciendo las delicias de su logopeda. Ese sí que era un líder consecuente y magnánimo. Y qué lección de altruismo nos ha dado a todos, ahora que sabemos que no le tembló el pulso al depositar millones y millones en la cuenta corriente de su buena amiga íntima. De él habrá aprendido sin duda el rey recambio cómo mantener contentas a las amistades. A este lo vemos caminar sin problema por el trocito acotado de las Tres Mil y demostrar lo bien que puede ponerse delante de una cámara para no decir nada a través de palabras que ni tan siquiera ha escrito él. Pero todavía bramarán aquellos que presumen de lo bien preparado que está y de lo buen embajador que es. Mérito tiene haberlo logrado con el sudor de su frente y tan pocos recursos.

Parásito: que vive a costa de otro de distinta especie —o con la sangre de otro tono—, alimentándose de él y depauperándolo sin llegar a matarlo.

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