Un hombre observa el Guadalquivir en Sevilla, en días pasados. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (www.joseluistirado.es)
Un hombre observa el Guadalquivir en Sevilla, en días pasados. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (www.joseluistirado.es)

La pandemia es incertidumbre y nuestra sociedad está basada en la certidumbre, incluso desprecia la incertidumbre, y la castiga, de la mano de nuestro sistema económico. Todo lo que sean incertidumbre está mal visto. Desde niñøs nos preguntan qué vamos a ser de mayores, para ir asegurando el futuro. Luego llega la pregunta de qué vas a hacer con esa carrera y si la respuesta es no sé todavía llega la soflama, incluso la ira, y la receta contra esa incertidumbre: estudia esto o aquello, que tiene salidas profesionales. Estos chamanes del futuro ignoran que antes de que el aconsejado haya terminado sus estudios el futuro será ya otro, distinto, quizá opuesto. De lo que se trata, en definitiva, es de no permitir que las almas vaguen en la incertidumbre, que vivan embridadas a algo parecido a un futuro seguro.

La pandemia es incertidumbre y, como no ha habido educación para la incertidumbre, algo muy científico, no hay por dónde coger la pandemia y todo lo que representa. Las personas se aferran a la única certidumbre que les queda, porque la pandemia es una escoba que lo barre todo: se aferran al pasado. Pero el pasado no se puede seguir viviendo porque nuestro pasado en pandemia es mortal de necesidad. El miedo puede más que todas las razones y que la razón, muchas veces: ante la incertidumbre la solución sería, en ese caso, aferrarse a un pasado mortal de necesidad. Así podemos comprobar cuáles son las conductas respecto a la pandemia como incertidumbre: la negación o la rebelión, incluso la no organizada, que sería el yo hago que lo me da la gana, o yo hago lo que me parece correcto, aunque no tenga ningún fundamento para saber qué es lo correcto.

Nos enfrentamos a un problema profundo, raigal, el de los miedos atávicos en una sociedad democrática. En los tiempos antiguos de la cristianización de Europa las gentes vivían con miedo a la incertidumbre, no es nuevo, y para combatirla y quedarse tranquilos desarrollaron una serie de rituales que les proporcionaban seguridad y tranquilidad. El cristianismo se desarrolló como un relato de toda aquella realidad de miedos y falta de Ciencia como la conocemos hoy. Ese relato, que tiene su origen simbólico en el nacimiento de Jesús como la-luz-del-mundo, situó su nacimiento, no por casualidad, en el día más corto y más oscuro del año. Hoy no lo imaginamos, pero aquellos seres humanos que observaban el cielo y veían el sol quieto pensaban que aquel sol iba a morir y ellos con él. Desarrollaron sus rituales, sus danzas y conjuros, y la expulsión de las figuras malignas que habitan las sombras, y así ganaban esa seguridad y tranquilidad. El cristianismo llegó y se superpuso sobre aquellas creencias y explicaciones sobre la realidad con un relato que fue creciendo durante mucho tiempo y que fue añadiendo otros elementos de su cosecha y que contribuyeron al control y el sometimiento. Sobre todo, el relato del cristianismo aportó seguridad y tranquilidad.

El núcleo del relato no era otro que el de neutralizar la incertidumbre y ofrecer seguridad y tranquilidad respecto al futuro. Y esa seguridad y tranquilidad se pagaba con la obediencia. Los avances del conocimiento científico fueron poniendo en dificultades la oferta de seguridad y tranquilidad, aunque sobre todo dejaron a la vista las bambalinas de aquel relato, las trampas, los engaños y la ausencia de las vidas ejemplares reclamadas sin practicarlas.

Cuando el relato del cristianismo, y podríamos hablar de otras religiones, aunque cuidado con cuáles y cómo, que no todo es lo mismo aunque se quiera igualar todo lo otro para no tener que cambiar nuestra opinión. Cuando ese relato fue quedando rechazado por una sociedad modernizada para el consumo, y el famoso becerro de oro se convirtió en el presidente del Olimpo S.A., el relato lo asumieron los ismos, Cuando cayó, digámoslo así, el ismo soviético, quedó solo el capitalismo y su relato de la realidad. Esto es, su explicación creíble de la realidad aunque la realidad fuera otra, simplemente porque la incertidumbre produce miedos y tensiones. Para todo esto, por supuesto, hay que construir una realidad, además, que haga posible una incertidumbre controlable como elemento de control: el desempleo, la falta de vivienda o sanidad. ¿Quién no teme ser pobre de verdad? Entonces llegaba la solución, el obediente no será pobre, decían, o no en el futuro.

Como vemos, pocas personas son capaces de vivir con tranquilidad la inseguridad, o eso parecería. Durante la Edad Media había muchas, muchísimas, los vagantes, das fahrendes Volk, los migrantes de hoy mismo, los migrantes que poblaron américa, los migrantes que poblaron Europa, etc. Los migrantes tuvieron siempre un relato, sin embargo: un relato es siempre una esperanza anunciada, un futuro dibujado ante lo ojos que buscan un futuro seguro y una promesa de felicidad. El cristianismo parece bastante fracasado en ese intento y el capitalismo igual de fracasado, al menos en sus versiones conocidas. Son el pasado, pero ante la incertidumbre muchas personas se aferran al pasado. Hubiéramos podido emanciparnos de esos miedos a la incertidumbre, quizá, sin necesidad de eliminarlos, algo seguramente imposible. El disfrute del poder, por parte de los poderosos de cada momento, lo ha ido impidiendo.

Ahora, ante la pandemia, solo hay una clase de políticos que tienen un relato y lo ofrecen, los políticos del inmenso magma ideológico que son los conspiranoicos, y que en su momento quedarían debidamente organizados y expurgados por las ultraderechas más feroces en una suerte de falange romana. Deberíamos comprenderlo ya, o por qué creen las gentes que los neonazis están en todo ese mejunje.

Los políticos más democráticos o respetuosos de la democracias se han quedado sin relato y parece que no comprendan lo fundamental que es ofrecer uno. Uno sano, uno verdadero, aunque no contenga todas las verdades porque simplemente no las tenemos. Hay que decirle a las personas que no tenemos todas las verdades, pero hay que decirles qué verdades tenemos y, sobre todo, para qué nos van a servir todas esas verdades. El problema, seguramente, es que hay pocos políticos respetuosos de la democracia que tengan el coraje de decirles a las personas que todøs juntos vamos a apoyar a todøs pase lo que pase, que es como un relato de pandemia debe terminar en su enunciado narrativo: el lema del relato. Pero vemos que no, que gobiernos tenidos por progresistas no terminan de garantizar una vivienda digna para todos, la alimentación necesaria o la salud. Eso sí, en lugar de darnos vivienda nos dan eutanasia legal, a la que no renuncio, pero que parece una golosina de despiste.

Creo que nadie a estas alturas, que tenga la cabeza sobre los hombros, aspira a establecer ningún régimen comunista. Como nadie la que mantenga sobre sus hombros podrá pensar que con este capitalismo vamos a recorrer mucha más vida. Y en esto llegó la pandemia, para dejar a la vista los palos de todo este sombrajo. Las personas están entre el escepticismo creciente, galopante, la rebeldía todavía no organizada, la adhesión a la conspiranoia o del lado del alegado oficialista, y que vamos a ver cuánto tiempo más durará. La situación es grave, tengo la impresión, y los especialistas en comunicación y retórica que rodean a tantos gobernantes parecería que no comprendieran nada.

Necesitamos un relato veraz y emancipador que nos ofrezca seguridad y tranquilidad, y empiezo a pensar que ese relato solo podemos ofrecérnoslo nosotrøs mismøs a través del activismo y la solidaridad. La situación de pandemia va a durar, como mínimo, un año más.

Lo de tecnologizada creo que importa ahora menos, entre otras cosas porque los niveles e intensidades de tecnologización varían mucho de unas personas a otras, y resulta que hay personas muy tecnologizadas negadoras de la pandemia o de aspectos de la pandemia o de las medidas para su contención.

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