Pan y Champions

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Este es el país en el que nos toca vivir hasta mayo. Y conforme nuestros equipos avancen en la competición, vayan olvidándose de referéndums independentistas, de Bréxit, de Gürtel, de desarme de ETA y por supuesto de Trump y sus conflictos a siete bandas.

Todos los años caemos en lo mismo y no escarmentamos. Llega marzo y la competición deportiva del momento, la Champions League de fútbol, copa no solo las cabeceras de los telediarios, sino las tertulias de bar y el día a día en la vida del españolito de a pie.

Y no digo que no merezca que se le dedique un tiempo. Incluso tampoco veo del todo mal (un poco injusto quizá) que eclipse al resto de eventos y competiciones deportivas que también son noticia, y a veces muy buenas.

Lo que no es de recibo es que estemos a las puertas de un conflicto bélico internacional de muy mala catadura, y vivamos embelesados con las galopadas de Cristiano, o los driblings de Messi. Que una copa, por muy Champions que se llame, sea capaz de borrar de un plumazo el problema del paralelo 38 (el que separa las dos Coreas) que puede desembocar en una tercera guerra mundial, me parece de una frivolidad supina, impropia de un país civilizado y consciente de su posición geoestratégica, justo en el lugar donde confluyen continentes, culturas y religiones. Volvemos a tiempos en los que el pueblo se conformaba con entretenimiento, y se aborregaba al personal con acontecimientos alejados de reflexiones sesudas.

De esta pasión desatada hasta mayo, se beneficia en esta ocasión el presidente Rajoy, cuya citación para declarar sobre la Gürtel, en otra época del año hubiera supuesto una continua sangría informativa de calado. Ahora no. Ahora priman más las declaraciones de Simeone en rueda de prensa que las del presidente del Gobierno ante un juez. Prima más derrotar a un equipo alemán, italiano o inglés, que defender los derechos de nuestros trabajadores en cualquiera de esos países.

Olviden todo lo demás. Nuestro país se ha entregado de nuevo al baile de la orejona, contoneándose al ritmo que marca la UEFA y poniendo de manifiesto que, para los españoles, la “marca España” no reside en un grupo de investigación sobre el cáncer o el Alzheimer. Los depositarios de esa orgullosa etiqueta son deportistas ricos, que a veces se muestran ególatras y alejados de los problemas de la calle. Y es precisamente esa calle quien los encumbra a categoría de dioses, colapsando ciudades enteras para celebrar títulos, mientras para reclamar derechos sociales perdidos apenas somos capaces de concentrar a mil personas tras una pancarta.

Este es el país en el que nos toca vivir hasta mayo. Y conforme nuestros equipos avancen en la competición, vayan olvidándose de referéndums independentistas, de Bréxit, de Gürtel, de desarme de ETA y por supuesto de Trump y sus conflictos a siete bandas.

Después nos molestaremos cuando nos digan que somos un país de charanga y pandereta…

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