Otra escuela

Aprender a reconocer las emociones, a afrontar las negativas y a  gestionar las frustraciones y los conflictos humanos son herramientas esenciales para ayudar a nuestra juventud

Vista de la clase del primer ciclo de Primaria de la escuela rural de Bolonia.
Vista de la clase del primer ciclo de Primaria de la escuela rural de Bolonia.

En este nuestro siglo, y estos diferentes años locos nuestros, se ha prodigado la afición por responsabilizar a la tecnología de gran número de los infortunios que en nuestra sociedad germinan. Y no negaré yo las múltiples degeneraciones que con el auge tecnológico se han instalado en nuestras existencias.

Ahora bien, deberíamos cuidarnos de utilizar las acusaciones que a la tecnología dirigimos como pretextos que sirvan para esconder deficiencias de carácter pretecnológico, aunque la tecnología pueda ser el instrumento.

O dicho de otro modo, muchas de las erróneas elecciones que durante nuestras vidas realizamos tienen mucho más que ver con la conciencia del sujeto que las adopta que con los instrumentos a través de los cuales se manifiestan. No es bueno, ni decente, equivocar los diagnósticos porque dificultan el acercamiento a las posibles soluciones.

Esto sucede, en mi humilde opinión, con la educación de nuestros días. La noble apuesta por forjar individuos con competencias científicas vino a intentar suplir una deficiencia histórica en nuestro país. Pero dicha tentativa, junto a los esfuerzos de conciliación entre enseñanza y mercado de trabajo, vino a condenar al ostracismo la enseñanza de las humanidades. El impulso que las derechas están dando a la educación privada, en detrimento de la pública, con los votos de millones de asaliariados, también puede influir, aunque merecería otro artículo específico.

Los continuos desaires sufridos por la filosofía desde las instituciones educativas son una clara prueba de esto. El desprecio por el conocimiento de lo que los seres humanos han pensado a lo largo de la historia o por la comprensión de nuestras facultades y competencias psíquicas son constantes en nuestro sistema educativo. Y estas disciplinas son esenciales para el desarrollo de personas con sentido crítico y con suficiente conocimiento de los valores éticos. Sentido crítico que deviene fundamental para enfrentar los enormes caudales de información que diariamente recibimos a través de las nuevas tecnologías y tantas complicaciones plante a nuestro discernimiento.

Y a mayor abundamiento, la prolongación de la adolescencia y la juventud y los acuciantes problemas psicológicos que padecen muchos de los integrantes de estos segmentos sociales, aconsejan, además de fortalecer las asignaturas que contribuyen a fomentar el sentido crítico de los individuos, incluir en los desarrollos curriculares disciplinas dirigidas al conocimiento profundo de los sentimientos y las emociones.

Aprender a reconocer las emociones, a afrontar las negativas y a  gestionar las frustraciones y los conflictos humanos son herramientas esenciales para ayudar a nuestra juventud a enfrentar los desafíos que el mundo moderno les plantea. Y no precisamente con carácter residual. Deben ser elementos esenciales en la educación de nuestros jóvenes. No es posible disponer de la excelencia en matemáticas, ciencias, o filologías, por mencionar solo algunas disciplinas, sin que sus protagonistas tengan una sólida formación y un riguroso conocimiento del mundo de las emociones, de las facultades y competencias psíquicas y de la historia del pensamiento humano.

Resulta imprescindible dotar a nuestra juventud de las herramientas necesarias para reconocer y afrontar sus miedos, para tomar conciencia de sus estados de tristeza y los modos de superarla, y combatir las situaciones de ansiedad una vez reconocidas, al tiempo de capacitarlos para controlar los episodios de ira.

Sería deseable facilitarles el reconocimiento de los desequilibrios vitales que, generalmente y en mi humilde opinión, nacen de las discrepancias entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos en un mundo cada vez más caótico.

No soy un experto y se me nota, pero creo que la escuela debe dar respuesta a las desazones que padece nuestra juventud. El mundo cambia vertiginosamente y las herramientas de comunicación también, y, precisamente por esto, se hace imprescindible el fortalecimiento de la formación humanística de nuestros jóvenes y el incremento de su capacidad crítica.

Sartre decía que el hombre “es lo que hace con lo que hicieron de él”, y yo me pregunto ¿qué estamos haciendo de nuestra juventud?.

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