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Ya no curan las hojas de laurel los orzuelos de los ojos. Tampoco los abrazos secos de nuestros padres que tenían las mañas propias de aquellos que no saben pero que siempre desearon hacerlo.

Porque para el mal de la vista se ocupa ahora la crema de imposible nombre a doce euros y para las quejas del alma tenemos el Qué quieres.., quieres más de estos padres —nosotros— que siempre estamos pero tenemos la cabeza en otra parte.

De la ventanilla abierta del Renault 4 hemos pasado a la tablet de Pocoyó en el Megane de 115 caballos.., todos nerviosos y de dudosa procedencia.

De la sombra de la higuera a la fila azucarada del Mac'do. Del escondite de verano al que se esconde a diario. Del canal de las avispas al crucero y sus moscas en el mediteráneo.

El patio de mi casa ya no es particular ya que los geranios dejaron hace tiempo de quebrarse por el tallo. La rosa estuvo a euro. El garabato Made in China se encuentra actualmente a dos euros con cincuenta aunque sabemos de sobra que el agua nunca le vino bien al plástico. Todo huele a lo mismo: a dinero plastificado.

Los pájaros ya no cantan porque las personas tampoco se levantan. Que caiga ese chaparrón.

Te quiero dijo el muchacho. De nada le respondió la zagala.

Buenos días habló una señora. Hasta mañana contestó su allegada.

Cura, curita sana.., ayer era saliva, sol y palmada. Hoy es hielo, urgencia y more ice porque hasta el dolor le debe de servir al crío para hablar inglés.

Touché dijo mientras se hundía el barco de papel.

Seis.., chúpasela al rey. Siete..., hazme una paja y vete. Hoy, en cambio y por más que queramos, nunca rimarán la @ con el asterisco como rimaban disonantes Lorca con Asesinato.

El escritor ya no escribe sino piensa. El músico ya no toca sino piensa. Piensan en qué gustará y por cuánto tiempo..., anteponiendo la prosa de talonario al acorde que sana o a la verdad que a todos nos iguala.

¿La poesía? Ha quedado para los poetas dicen tristes los libreros y los libros agachando la mirada.

Me niego a ello. Me niego.

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