La Liebre.
La Liebre.

Hoy es 18 de diciembre de 1942. Hoy es el día que mi madre ha decidido para que yo venga al mundo.., y llueve agua nieve. Al menos es lo que escucho decir a la mujer que ayuda a mi madre a parirme. Agua nieve. Cosas que no sé qué significan. Sólo sé de lo tibio del calostro de mi madre Antonia y del paisaje que observo a través del agujero que soñó un día con ser ventana: una llanura verde de cinco kilómetros a la redonda y una montaña partida por la mitad debido a la cañada real que la atraviesa y por donde caminaré, día y noche, con las cabras que me pensaran dueño de ellas.

¿Qué llevo? ¿Un minuto de vida? Y ya sé que aquí, encerrado en este paisaje abierto al cielo, cargaré con mi niñez, que no verán nada más mis ojos salvo aquellos días en los que acompañe a mi madre a San José del Valle para reclamarle, a mi padre Manuel, nuestro pedazo de pan.

Entra un hombre -aún es mi padre- y dice que me llamaré Cristóbal.

Él es un buen hombre porque veo que tiene la mirada -con treinta años encima y una guerra a la vuelta de la esquina- como la que tengo yo ahora pero justo acabada de nacer.

Mi madre está sudando como sudan las yeguas.., sólo que sangra menos; sangra un arroyuelo rojo que veo perderse en los pies de la cama. Me extraña que todavía no le hayan puesto un nombre cuando lleva más caudal que el que tendrá el arroyo Álamo en verano.

Ésta no es mi habitación. Lo advierto porque no desprende el olor que tiene mi madre. Intuyo -con el sentido que tienen los animales- que es el cuarto donde viven el guarda de la finca con su familia. Los míos viven abajo, en el rincón más seco de los establos, con la puerta enfrentada al sur. Mañana oleré a trigo nuevo recién cortado.

Calienta un poco de agua, Manué. Hay que lavá al niño. Y el hombre con mi cara sale del cuarto para no entrar más aunque alguien idéntico a él -con el mismo pelo y la misma boca y las mismas entrañas- volverá a hacerlo, minutos después, con un cazo lleno de agua de pozo.

¿A qué hora habré llegado a este mundo? Sólo las estrellas lo saben.

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