Un momento del espectáculo 'Mujeres de cal y cante' de la Fiesta de la Bulería. FOTO: MANU GARCÍA
Un momento del espectáculo 'Mujeres de cal y cante' de la Fiesta de la Bulería. FOTO: MANU GARCÍA

Inés Bacán llegó rendía de coche. De carretera. De esa misma que acabó con su hermano hace unos años. Por eso cantó como cantó, hasta en la prueba de sonido, dejándose la memoria y el alma. Ya que estoy aquí subía... la hago. Eran las seis de la tarde —el público aún no se había bañado en sus casas— cuando se raspó la seguiriya.

Juana, segundos después, prueba el sonío de milagro. Ay María mía, no puedo más. Mírame los ojos. Y la tensión por las nubes como el miedo a errar. Cuando el arte, hermana, no se equivoca nunca.

Traen las enaguas de Pastora. Blanquísimas se ven bajo el celeste del Templete. Santiago, tú cómo ves la alegría, me pregunta a dos horas de abrirse la lata. Muy bien. Va a salir muy bien. Y los dedos de mis manos, mientras tanto, ya dejan de ser míos. Pasan a ser de los jóvenes guitarristas que están aprendiendo y han venido a escuchar, de aquellos que nunca tuvieron la voluntad de ponerse a tocar tres horas al día y cuchichean al oído. Cuchichear vendrá de cuchillo. Mis dedos pasar a ser de mis amigos extranjeros que tuvieron a Paco como su ídolo y del crítico, que en muchos casos, ni sabe ni siente y menos padece.

Los camerinos se han quedado pequeños. No entramos todos. Hay maletas tiradas por el suelo. Maletas, fundas de guitarra y botellas de agua medio llenas, medio vacías.

Quita esa funda de ahí, que se te va a derretí la guitarra, dice Alfredo cuando las guitarras, las cuatro, están en las manos. Las cuatro capadas —unas mejor que otras— con trocitos de esponja para no molestar al de al lao y no hacer saltar al pánico por los aires con la nota mal pisada.

Qué suerte tienen los palmeros, habla uno que se ha colado. Cuando son ellos, en la mayoría de los casos, los que hacen que un baile se caiga o coja su impronta.

La prisa mata se dice en Chaoeun. El pasotismo —es mi humilde opinión— es el asesino en los escenarios. Por eso no hay mejor artista que otro. Se es artista o no se es y punto. Que te gusta saltar, salta. Que te gusta picar, pica. Que te gusta, acompañar, acompáñame, pero ciertamente ya estamos cansados de los adjetivos de siempre. Estuvo correcto. Soberbio. Equilibrado, he llegado a leer en los diarios tristes de siempre. Señores... el artista estuvo o no estuvo. No más. Lo demás es ojana, poder y dinero por cada letra. No más de mil ochocientos caracteres por artículo de opinión. Sumen y lean.

Soraya tiene clavao en su rostro, en lo más jondo, una pena chica pero pena. El hijo de La Moneta tiene hambre de saber qué está ocurriendo. José Amousa abre la caja de Pandora. Nunca

dependas de nadie... y menos de un hombre, dice el nuevo Dios al tiempo que entra María del Mar en escena. Entra desencajada pero llena de salud porque es salud. Marcos prueba noches con cinco lunas. Y todavía queda una hora para que se siente el respetable.

Os quiero a todas. A todas y a todos... por lo que sois. De corazón. Y a La Yoya y a La Tía Churra le bailan los pies solos. Llevan babuchillas de mujeres buenas. Menos querer mana, y quiérete porque te lo mereces de una puta vezOleee grita faraónica La Mara. Observa La Fabi con el mismo mirar de la Winehouse. Yo pego ese bozarrón y me parto en dos, escucho a lo lejos.

Se humaniza el pánico escénico. El Madrid ha empatado y el jamón —dicen— está para hacerle un monumento. Esa ha sío La María que es pá comérsela porque el año pasao nos dieron mortadela derretía.

Al final todo se sabe... si se sabe contar o quiere contarse.

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