La rubia de los ajos, junto al mercado de abastos de Jerez. FOTO: JUAN CARLOS TORO.
La rubia de los ajos, junto al mercado de abastos de Jerez. FOTO: JUAN CARLOS TORO.

342. La sangre me va a volver a sacar a la calle cuando en casa todos duermen. En otras ocasiones hubiera bastado con pegar unos saltos en el salón o beberse un litro de agua de un solo buche pero esta noche no parece suficiente. 360. El mal sube sin remedio. No tiene visos de querer detenerse.

Ya en la calle Circo, un caballo andaluz —cortado por la mitad y empotrado en los muros de la bodega en ruinas— observa mi salida; justo en el lienzo contiguo.., el toro de Hércules me mira de reojo algo extrañado. Son horas para gatos, borrachos y planetas rojos.

Con cierto cuidado me adentro en los naranjas de la calle Zaragoza. El cañón y los ojos de la Virgen no paran de apuntarme. El cañón napoleónico a las ruedas de mi bicicleta y la santa a mis remotos veinte años. Una cosa que tiene que saber es que todavía no la he perdonado.

El murmullo del agua me lleva a la Granada de Boabdil; los olivos de las tres edades me encaminan a las candelas en Cuartillos y la cicatriz de mi hermana. Ni un alma, paradójicamente, sobre los adoquines de la calle Antona de Dios. Se vende en carteles despintados.

Asqueado de tanto Manolo Lama y tanto gurú.., apagó la radio de mi móvil para hacerme con los silencios de la madrugada. Hacen el amor tras las cortinas de una pequeña ventana mientras otra persona cierra con llave un portón de la Bizcocheros.

Allí, sobre su asfalto, dibujo una fantasmagórica fila de gente pidiendo con sus cartillas de racionamiento. Al lado de la iglesia de San Pedro tenía mi padre el economato me contó hace años una anciana ya rota en mil pedazos. Gracias a Dios no pasé hambre dijo para cerrar la conversación de masa real y café descafeinado.

La dejo atrás como los ladridos del perro invisible de la calle Ánimas. Si tienes miedo te lo encontrarás concluyó el cuentacuentos. Si quieres ver.., verás dijo un cuerdo una tarde.

Hace una hora que el guitarrista de turno del Pasaje ha guardado su guitarra. El mismo tiempo que los sintechos llevan haciendo guardia bajo el toldo roído de La Vega. Entre ellos no se hablan. Mastican sueños y callan como los peces que arribarán mañana a La Plaza. Este boquerón, vida mía, lo han pescado en mitad del mar para ti. Sólo para ti.

La paz me lleva a Las Angustias. Es mentira eso de que el águila de hierro arranca a volar las noches de luna llena. Mentira como que corren ríos desbordados bajo la plazoleta. Por no correr.., esta madrugada no corre ni el viento en la ciudad del viento.

Busco los pasos dados de mi madre y termino mirando tras los barrotes podridos de las casas abandonadas de la calle Cazón. Si yo fuera rico.., elegiría ser pobre por un día y escuchar, de primera mano, la única queja de María Luisa Benítez. Aquella vez del cuarenta y cinco que decidió venir al mundo. Y el Sol a su espalda.., doblando la esquina.

No resucito al Torta. El Torta para cuando uno está arrumbado. Camino a las almenas de la iglesia de San Miguel decido agitar en mis oídos versos sueltos de Manolo García. Corazón caliente no tiene nunca olvidos. Uno de Los Salmonetes, el más viejo, canta para él. Para nadie más.

¿Qué fue del Hostal San Miguel y de su último huésped? ¿Qué queda de aquel niño de ocho años de guitarra oscura y funda a cuadros que bebía en la fuente?

187 me dice el lector. Restando bien estoy a cien miligramos de aquel niño desprovisto tanto de lo bueno como de lo malo pero libre de miedos.

A cien miligramos insalvables de azúcar en sangre y a cinco minutos en bici, mal contados, de mi Hoy y de mi casa.

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