Ocupaciones veraniegas

¿Dirigir la política hacia un país de arrendatarios? Si ahora somos de propietarios y es fácil asustarnos, siendo arrendatarios no harán falta si siquiera imágenes chinescas

Ocupaciones veraniegas. Dos turistas reflejados en el escaparate de un comercio, en una imagen reciente.
Ocupaciones veraniegas. Dos turistas reflejados en el escaparate de un comercio, en una imagen reciente. MANU GARCÍA

Durante el confinamiento un amigo me consultaba una semana si y otra también, qué debía hacer si unos ocupas habían entrado en su pisito de la playa. Creo que en sus peores pesadillas los sorprendía huyendo por la ventana del baño y él se quedaba mirando el cartoncito del papel higiénico girar vació en el portarrollos. Por aquellos días, mi madre era impetrada cada mañana desde el patio de tender la ropa, por una vecina de toda la vida que le confesaba sus desvelos ante una repentina ocupación de su vivienda, que era de alquiler, rogando echase un ojo cada vez que ella salía a comprar el pan. No me extrañaba tal inquietud popular pues en televisión daban un día sí y otro también testimonios sobrecogedores de esta guisa.

Ya que disponía de tiempo libre domiciliario, quise descubrir el quid de la cuestión y me vine arriba con esto de las estadísticas, ¡ay las estadísticas! (ya estaba en mayo de 2020 totalmente enganchado e instruido en cifras, curvas, tendencias y picos…) y miré en www.poderjudicial.es, año 2019, en su apartado de sentencias registradas. Aparecieron 238 allanamientos de morada. ¡¿De verdad menos de trescientos frente a los dieciocho millones de hogares que aproximadamente hay en España?! Entonces miré en las ocupaciones de viviendas vacías (usurpaciones). Resultado: 4.687 sentencias. Navegando di con una noticia, donde el Ministerio del Interior informaba que en 2019 recibieron 14.621 denuncias por ocupación. Esto ya sonaba un poco más serio, aún así, seguía sin saber por qué el tema acosaba tanto al descanso de la buena gente de este país.

¿He dicho que me sobraban horas y días? Me atreví con las estadísticas europeas (Eurostat) a ver qué pasaba con la vivienda en España. Ahí dicen que somos de los países donde más personas viven en régimen de propiedad privada, un 76’2%, mientras que en alquiler a precio de mercado lo hacen solo un 15’8% de la población. De estos casi tres millones de hogares en alquiler calculé, siguiendo las estadísticas de arrendamientos urbanos, que en 2019 se habrían ordenado unos 30.267 desalojos judiciales, la mayoría por impago de la renta. No eran pocos. Según Eurostat demasiados inquilinos españoles soportan sobrecoste en el pago de sus viviendas.

Con estos datos, abandoné el camino de la investigación virtual, y mi curiosidad se conformó presumiendo que esto de las ocupaciones no es tan turbador como se presenta, y que los españoles preferimos, tal como está la cosa, ser propietarios a inquilinos. La vida seguía a pesar de los alarmismos.

El recuerdo de los años de la crisis financiera

En una de aquellas tardes melancólicas de repostería y series, me vino a la cabeza el recuerdo de los años de la crisis financiera y una conversación con un amigo. Vivía éste en una casa en el centro, reformada con gusto, es decir a la moda ruda de ladrillos vistos y forjados de hierro. En una estantería en la entrada de la casa lucía una edición de El Capital. Él me decía que el origen de los todos los problemas era el dinero y la propiedad, y para más concreción, defendía recuperar la protección fuerte del inquilino para que el propietario no se pudiera lucrar. Ajá, le repuse yo creyéndome una fuerza del desarme dogmático, y tú crees que así pondrán sus casas en alquiler. Yo los obligaría a ello, me respondió con toda naturalidad, entonces la propiedad sería menos propiedad y el alquiler más propiedad. Se me escapó una leve mueca de agrado por esa ocurrencia de vuelta al estado jurídico medieval. Y para eso, quise remachar envalentonado, acabamos ya con el Registro de la propiedad. Ah no, me volvió a regatear, el Estado tendría un registro super-exhaustivo de cada vivienda.

Anteriormente, con el baile de las estadísticas, el escenario se me presentaba divertido. Ahora, con las estadísticas de precisión total como un cuadro de Antonio López, todo me empezó a parecer un poco inquietante.

¿Dirigir la política hacia un país de arrendatarios? Si ahora somos de propietarios y es fácil asustarnos, siendo arrendatarios no harán falta si siquiera imágenes chinescas.

Como el asunto planteado en términos de enfrentamiento ‘propiedad privada versus arrendamiento’ me parecía improductivo, tiré de consejos de madre: cuando no puedas resolver un problema, cambia las cosas de sitio. Así, di con algunos expertos que proponen alternativas más prácticas, como facilitar formas intermedias a los particulares y más cómodas para acceder a la propiedad (la propiedad compartida o la temporal); ofrecer distintas modalidades de contratos de arrendamiento de vivienda -no uno como hemos tenido siempre-, sino por ejemplo, uno de corta duración, con escasas obligaciones para el arrendatario, y otro progresivamente indefinido que descarga de obligaciones al propietario. Por otra parte, el control de precios puede ser beneficioso en determinados momentos o lugares, pero su regulación suele ser muy compleja –no digamos su práctica-, generando a la larga más problemas de los que había. Descartando medidas que ahoguen la autonomía de los particulares, estaría bien conferir al derecho a la vivienda, un centro en el ordenamiento jurídico, para que no esté tan al albur de factores ajenos y sus oscilaciones estadísticas provoquen irritaciones en ojos un poco delicados, como los míos.

En fin, echando un vistazo por la ventana (¡no por la del ordenador!), y viendo ya a los niños jugar en el parque tan felices, convine concluir por hoy, que lo de la vivienda no es sangrante como en 1960, ni como se presenta en los turbios alarmismos televisivos. Pero habrá que ir haciendo algo más allá de las subvenciones y ayudas de los planes de vivienda.

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